2 de març 2015

gonzález ledesma-méndez

“Hace muchos años, en la época de los sábados lánguidos y la prostitución autorizada, no había apenas mujeres muertas. Por lo menos en Barcelona, a Méndez esos casos no le habían llamado la atención. Una vez, en la famosa casa de mujeres La Emilia, donde ahora está el hotel Gaudí, apareció una dama muerta en una de las habitaciones, pero seguro que no se trataba de una conjura internacional, sino de un pene fugitivo. Otra vez, en un hotelito para parejas junto a la ronda de San Antonio —muy discreto, tan discreto que se llamaba La Radio—, una dama se encamó con su novio policía, quiso jugar con la pistola de este y se introdujo el cañón en la vagina —quién diablos le habría hablado de estimular así el clítoris—; el arma se disparó y ella murió en el acto. Días después, al reconstruir el hecho en la misma habitación, la juez de turno se dio cuenta de que allí no había ninguna mujer (solo solemnes leguleyos barbados), y en cambio hacía falta de todas todas una mujer, porque, si no, a ver quién iba a poner la vagina para la reconstrucción dela muerte. Y entonces la valiente juez hizo ella de mujer, es decir, de amante, es decir, de muerta, y se introdujo la pistola ante todo el mundo, es decir, hubo vagina legal porque la valiente juez supo dictar providencia.
Nunca se ha sabido si la juez llegó con el tiempo a formar parte del Supremo o del Constitucional, pero todos los colegios de abogados de España piensan que lo merece.
Por último, se supo en las augustas salas de justicia que un travesti había sido contratado (de palabra, o sea, sin ninguna garantía legal) para una felación dentro de un coche que estaba aparcado de noche en un sitio tan discreto como el pasaje de la Concepción, pero el cliente vio las manos rudas del travesti, se puso nervioso y lo mató de un disparo. Luego resultó que el cliente en cuestión era un guardia civil, quien se puso a llorar de vergüenza ante el tribunal, y al presidente le dio tanta pena —o tanto rubor legislativo— que casi se desprendió de la toga para decirle al culpable que estaba allí para protegerlo.
Lo cierto es que la viejísima relación hombre-mujer mediante precio pactado en secreto en una habitación secreta nunca originó grandes estadísticas criminales, aunque sí originó grandes amores clandestinos y grandes broncas conyugales cuando el hombre volvía a casa. Y esa era la razón de que Méndez y otros viejos policías desconocieran las estadísticas, y esa era también la razón de que en el país reinara la paz, que es la única garantía del pueblo.
Pero la trata de blancas es un fenómeno internacional que mueve grandes intereses y cuesta la vida a centenares de mujeres que solo han cometido dos pecados: tener hambre y tener esperanza. Por eso resultó tan extraña —en principio— la muerte de aquella muchacha que había tratado de huir por las calles de Barcelona, la muerte en aquella casa que iba a ser derribada, y por eso Méndez comprendió que tenía que actuar de algún modo, y sintió que su viejo barrio le necesitaba, y se dio cuenta de que aquella sangre inocente le llamaba, porque la muerte es la que da sentido a la vida. Además no era una muchacha, sino dos. Pero eso Méndez no lo supo hasta que entró en la casa.”

“Peores maneras de morir”
Francisco González Ledesma


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