29 d’oct. 2015

almudena

José Bódalo en el papel de Almudena
“La propensión a la mentira es una estrategia de supervivencia que iguala a antiguos ricos tronados y a pobres sin más esperanza que la de ir tirando de un día para otro a costa de trabajos ínfimos o de limosnas, en un país donde no parece que haya señales de economía productiva ni de esa burguesía emprendedora a la que hubiera correspondido una tarea de modernización semejante a la de Francia o Inglaterra. El único burgués pasablemente solido de Misericordia es un comerciante jubilado que se dedicó más al contrabando y a la trampa que al verdadero comercio, y que ocupa su vejez en devociones de beato y limosnas mezquinas de hidalgo antiguo. El dinero, cuando abunda, procede de las rentas de fincas lejanas que reciben propietarios absentistas dedicados a la ostentación y la holgazanería en Madrid. El gasto no se concibe como inversión productiva sino como despilfarro suntuario. Por esa ciudad de mendigos y espectros que ya casi parece la de Luces de bohemia pululan casi en exclusiva curas, chupatintas, boticarios, criados, mendigos, o personas dedicadas a oficios que existían idénticos en el Madrid de los Austrias, (…) En ese pasaje de finales del siglo XIX que podía ser de doscientos años atrás, los únicos signos de la era industrial son la fábrica del gas que se levanta en los arrabales del sur, una bicicleta y una máquina de coser Singer. (…)
Frasquito Ponte es la caricatura fósil de la desmayada clase media que no tuvo empeño ni coraje para sostener la revolución de 1868. (…) se embelesa a sí mismo con sus propias rememoraciones, en gran parte sin duda inventadas, al mismo tiempo que va cayendo tan sórdidamente en la vejez y en la miseria que ya no tiene ni para pagar un albergue ínfimo y se ve forzado a dormir con los pordioseros de la calle.
Pero los que nunca han tenido nada no son menos propen­sos a la fantasía (…) Y no es azar que el soñador más fértil sea también el que por estar ciego tiene más difícil el conocimiento de lo real, y por ser extranjero y mendigo se encuentra en la situación más extrema de marginalidad: el ciego Almudena o Mordejai (…) en una de las escenas cruciales de Misericordia el ciego Almudena cuenta sus fantasías y las aventuras de su vida en un café de indigentes de los barrios bajos de Madrid. Mientras dura la narración, Benina, la Petra y la Diega se toman un descanso en el afán perpetuo y angustioso de buscarse la vida, y la acción de la novela queda en suspenso. Y Benina, a pesar de su sentido práctico, de su capacidad de trabajo, de su juicio certero, casi sucumbe a la credulidad de lo imposible…”
La gran ventana de Galdós
Antonio Muñoz Molina


« ¿Pero tú ves algo, Almudena? (…)

Explicó que distinguía las masas de obscuridad en medio de la luz: esto por lo tocante a las cosas del mundo de acá. Pero en lo de los mundos misteriosos que se extienden encima y debajo, delante y detrás, fuera y dentro del nuestro, sus ojos veían claro, cuando veían, mismo como vosotras ver migo. Bueno: pues se le aparecieron dos ángeles, y como no era cosa de aparecérsele para no decir nada, dijéronle que venían de parte del Rey de baixo terra con una embajada para él. El señor Samdai tenía que hablarle, para lo cual era preciso que se fuese mi hombre al matadero por la noche, que estuviese allí quemando ilcienso, y rezando en medio de los despojos de reses y charcos de sangre, hasta las doce en punto, hora invariable de la entrevista. No hay que añadir que los ángeles se marcharon con viento fresco en cuanto dieron conocimiento de su mensaje a Mordejai, y este cogió sus trebejos de sahumar, la pipa, la ración de cáñamo en un papel, y se fue caminito del matadero: el largo plantón que le esperaba, se le haría menos aburrido fumando.
Allí se estuvo, sentado en cuclillas, aspirando los vahos olorosos del sahumerio, y fumando pipa tras pipa, hasta que llegó la hora, y lo primerito que vio fue un par de perros, más grandes que el cameio, brancos, con ojos de fuego. Él, Mordejai, mocha medo, un medo que le quitaba el respirar. Vino después un arregimiento de jinetes con mucho cantorio, galas mochas; luego empezó a caer lluvia espesísima de arena y piedras, tanto, tanto, que se vio enterrado hasta el pescuezo... y no respiraba. Cada vez más medo... Por encima de toda aquella escoria pasó velocísimo otro escuadrón de jinetes, dando al viento los blancos alquiceles, y sin cesar disparando tiros. Siguió un diluvio de culebras y alcranes, que caían silbando y enroscándose. El pobre ciego se moría de medo, sintiéndose envuelto en la horrorosa nube de inmundos animales... Pero luego vinieron hombres y mujeres a pie, en pausada procesión, todos con blancas vestiduras, llevando en la mano canastillas y bateas de oro, y pisando sobre flores, pues en rosas y azucenas se habían convertido mágicamente las serpientes y alacranes, y en olorosas ramas de menta y laurel todo aquel material llovido de arena cálida y puntiagudos guijarros.

Para no cansar, apareció por fin el Rey, hermoso, con humana y divina hermosura, barba larga y negra, aretes en las orejas, corona de oro que parecía tener por pedrería el sol, la luna y las estrellas. Verde era su traje, que por lo fino debía de ser obra de unas arañas muy pulidas que en los profundos senos de la tierra tejen con hebras de fuego. El séquito de Samdai era tan vistoso y brillante que deslumbraba. Como le preguntara la Petra si no venía también Su Majestad la Reina, quedose un momento parado el narrador, recordando, y al fin dio cuenta de que vido también a la señora del Rey, pero con la cara muy tapada, como la luna entre nubes, y por esta razón Mordejai no pudo distinguirla bien. La Soberana vestía de amarillo, de un color así como nuestros pensamientos cuando estamos entre alegres y tristes. Expresaba esto el ciego con dificultad, supliendo las torpezas de su lenguaje con el juego fisonómico de la convicción, y los mohines y gestos elocuentes.

Total: que a una orden del Rey le fueron poniendo delante todas aquellas bateas y canastos de oro que traían las mujeres de blanco vestidas. ¿Qué era? Pieldras de diversas clases, mochas, mochas, que pronto formaron montones que no cabrían en ninguna casa: rubiles como garbanzos, perlas del tamaño de huevos de paloma, tudas, tudas grandes, diamanta fina en tal cantidad, que había para llenar de ellos sacos mochas, y con los sacos un carro de mudanzas; esmeraldas como nueces y trompacios como poño mío...

Oían esto las tres mujeres embobadas, mudas, fijos los ojos en la cara del ciego, entreabiertas las bocas. Al comienzo de la relación, no se hallaban dispuestas a creer, y acabaron creyendo, por estímulo de sus almas, ávidas de cosas gratas y placenteras, como compensación de la miseria bochornosa en que vivían. “

Misericordia
Benito Pérez Galdós
RAE, 2013 (pág. 101-103)


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