17 de set. 2021

doris lessing, obres 4

 

El viento se llevará nuestras palabras

Doris Lessing


traducción: José Arconada Rodríguez

Ediciones B, 1987

192 páginas



Condenadas a ser como Casandra

por Gioconda Espina
acerca de El viento se llevará nuestras palabras, (1987/2007) de Doris Lesssing
en Revista Venezolana de Estudios de la Mujer - Caracas. 01-06/2009 - vol. 14 / n° 32

"Doris Lessing escribió en 1986 un reportaje sobre los refugiados afganos en Peshawar (Pakistán). Llegó allá con dos cineastas (un hombre y una mujer, que ya habían avanzado en sus documentales) y una fotógrafa norteamericana, cada uno y cada una con su objetivo. Ella iba en nombre de una ONG con la que estaba asociada hace años (la Afgan Relief), que se encargaba del apoyo humanitario a los refugiados afganos en frontera con Pakistan (entre 2 y 3 millones de afganos). Como reportera y feminista, estaba interesada en hacerle un reportaje a una mujer guerrera con hombres a su mando. Pudo verificar el encierro de las mujeres en la purdá, rodeadas de tantos hijos como sus maridos y Alá hubieran querido, con frecuencia embarazadas y pasando tanta hambre y necesidades como pasaban en las montañas afganas los muyahidin (los combatientes) contra los rusos invasores (eran tiempos de Gorbachov). 

Pudo conversar con ellas sin velo y sin burka en el hotel donde el grupo estaba hospedado pero no logró el permiso del hombre de la familia, que cada vez las acompañaba por brevísimo tiempo; nunca dejó de preguntar por las mujeres guerreras que ya le parecían una leyenda, recibiendo una sonrisa de los y las preguntadas. Cuando estaba retornando a Londres, conoció a una de esas guerreras a la cual hizo una entrevista, que está en el mismo libro que estamos comentando. La mujer se llama Taywar Kakar y la llaman Taywar Sultan (no sultana). La entrevista a la mujer Sultán es decepcionante y, al mismo tiempo, lo único que podíamos esperar: ya lo sabemos, cuando las mujeres toman el lugar de los hombres se comportan como ellos y no tienen una agenda diversa a la suya, sólo así son aceptadas por la dirigencia mayoritariamente masculina. Por otra parte, ningún tema de lo que llamamos agenda feminista internacional fue tratado por ninguna de las refugiadas en los campamentos de barro, tampoco por la comandante Sultán: ni la maternidad como opción y no como obligación, ni la interrupción del embarazo, ni libertad de movimiento ni de expresión de las mujeres independientes de su padre, hermano o marido. Nada de eso. Todas las preguntas fueron eludidas por las mujeres en la purdá (espacio exclusivo de mujeres y niños) y afuera, en la calle o en el espacio de los hombres al que las mujeres no tienen acceso (antesala de la purdá) cuando hay visita, excepto si tienen puesta la burka o el velo puesto. Si hombres y mujeres hablaron a Lessing y los demás a favor de la Resistencia y en contra de los rusos es porque tenían la esperanza de que esos reportajes salieran en EEUU y Europa, de manera que vieran que la ayuda que decían estar dando no les estaba llegando: el hambre y el hielo mataban tantos niños afganos como los rusos. Por otra parte, Lessing tomó nota de que los mulás (religiosos) y algunos de los jefes de los siete partidos islámicos que se comportaban –cada uno– como gobierno en el exilio, vivían no sólo mucho mejor que los refugiados y los muyahidin, sino que a veces tenían lujosos coches y mucha seguridad armada. Así que, a través de las mujeres entrevistadas por Lessing, no podemos saber nada específico sobre las reivindicaciones de las mujeres afganas que, en cambio, dieron a conocer dentro y fuera de Afaganistán las mujeres de RAWA, la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, cuya fundadora (Meena) fue asesinada en 1987. 

Lessing recogió entre los dirigentes de los partidos en el exilio un temor: que los más fundamentalistas ganaran cada vez más terreno, dada la indiferencia de Occidente por su suerte frente a los rusos. Como en efecto pasó. Las mujeres afganas antes de la derrota de los rusos y la instalación de un gobierno de los taliban estudiaban y trabajaban, podían vestirse como quisieran, ni el velo ni la burka eran obligatorias. Fue en Pakistán que se fue fortaleciendo el fundamentalismo que devolvió a las mujeres a su casa, incluidas las médicas, enfermeras y otros del personal de salud. Aquellos vientos de los que los afganos en Peshawar hablaron a Lessing, trajeron la tempestad talibán, que encontró un brazo armado en un ex aliado de Occidente contra los rusos en Osama Bin Laden. Leyendo el final de este libro de Lessing, que incluye dos ensayos y una entrevista, entendemos porqué el primer ensayo es sobre Casandra, a quien Apolo le dio un don y un castigo por desdeñarlo: le dio el don de la profecía y el castigo de que nadie le hiciera caso. Cuando Lessing y tantos reporteros en Pakistán y Afganistán hablaron de la tragedia que ahí ocurría, los gobiernos de Europa y EEUU no le dieron importancia porque estaban pendientes de la consolidación de la perestroika y no consideraron pertinente querellarse con Gorbachov. Igual ha pasado –Lessing da una larga lista a los largo de los distintos textos– con otras tragedias advertidas por distintas Casandras, desoídas por quienes debieron ser los principales interesados en prevenirlas o atenderlas correctamente. 

Una lee a Lessing 23 años después de que saliera de Peshawar y no puede ser más que pesimista en relación a las consecuencias de la nueva invasión occidental emprendida por Bush. No hay seguridad que entre los aliados invasores y los taliban, de nuevo refugiados en Pakistan e Irán de donde salen y entran, los afganos no elijan a los taliban. Ya eligieron. entre Rusia y los taliban. Salir de EEUU y sus aliados y volver a la purdá, seguramente, es más atractivo para la mayoría de mujeres pobres cuyos hijos se criaron entre kalashnikov que sus padres arrancaron a rusos muertos en combate con los muyahidin."

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