Elizabeth Finch
Julian Barnes
traducido por Inga Pellisa
editorial Anagrama, 2023
páginas: 200
Elizabeth Finch: el magisterio, la fe y el amor según Julian Barnes
El autor británico convierte la trascendencia en humor con un artefacto literario que se escinde en una biografía detectivesca y un ensayo sobre el mundo antiguo
Por Javier Aparicio Maydeu
Babelia/El País
15/04/2023
"Julian Barnes ha compuesto una novela en torno a la marca indeleble que le dejó al narrador su austera pero carismática maestra Elizabeth Finch, pero en lugar de querer ser una suerte de tributo al tópico del magister dixit, de homenaje al principio de la auctoritas y a la corte de sentimientos encontrados que lo acompaña, entre ellos la sombra de una atadura amorosa sustentada por “el eros del aprendizaje” del que advierte Steiner en Lecciones de los Maestros, se muestra como un divertimento en toda regla.
“Déjenme contarles algo sobre ella” es como arranca uno de los capítulos de Una historia del mundo en diez capítulos y medio, y es lo que a los lectores les pide este burlesco narrador autoconsciente, ávido como está de verter en su relato una experiencia que marcó para siempre su educación sentimental y que bien podría entenderse como la huella de la cultura en la arena de la vida, la impresión producida en el individuo por la magia de la paideia. Y las lecciones que recibió de Finch, id est “no vayan a imaginar que la historia intelectual es lineal”, son, desde luego, las lecciones que recibimos de un Barnes que, desgastado pero siempre admirable, juega y gana una nueva partida de hibridismo genérico.
La biografía de Finch que lleva a cabo Neil en la novela es fruto de la lectura esmerada de los cuadernos que le ha legado en testamento —maravilla el modo en que señorea el autor de El sentido de un final la gramática de la literatura y su repertorio de clichés—, dietarios en los que indagar en los motivos de su halo de misterio y advertir a la vez su obsesión por la figura del emperador Juliano el Apóstata, compartida por Byron y Montaigne, Gore Vidal o Michel Butor, cuyas alusiones a Juliano en La modificación consigna Neil cumplidamente, manejados todos ellos por el narrador en el estudio que, siguiendo la inspiración de su mentora, decide llevar a cabo sobre el último emperador pagano y sobre las conjeturas que propicia su historia acerca de la fe, del devenir de Occidente de no haberse apadrinado el monoteísmo cristiano —”Quizás no hubiese hecho falta un Renacimiento”— y de la biblia en verso.
Así es como se escinde la novela en biografía detectivesca y en ensayo erudito, deviniendo entonces farsesca. De una parte, la debilidad del autor por el ejercicio de la biografía que repudian en el texto Cavafis y Updike, aquí la de Finch, que mucho tiene en común con la que sostiene esa novela prodigiosa e irónicamente sabionda que es El loro de Flaubert, y con La verdadera vida de Sebastian Knight de Nabokov en el denuedo del biógrafo y en la denuncia de la falacia de la certidumbre; de otra, el ensayo sobre el mundo antiguo que le permite a Barnes emular el Salambó de su idolatrado Flaubert y dar rienda suelta a sus veleidades especulativas regalándose, como Boecio, la consolación de la filosofía. Pero pierda cuidado el lector porque, lejos del intimismo de la memoria evocadora o del discurso formal que cabría esperar de un ensayo, el autor se siente a sus anchas desplegando ese estilo impostado que una vez más convierte en humor la trascendencia.
En fin, también Elizabeth Finch es un artificio de ficción de esos que Barnes construye como nadie con narradores sofisticados, metaliteratura, amor, etcétera, experimentos con la verdad y una ironía marca de la casa (“esto no es, a fin de cuentas, una novela del diecinueve”, “aquella alumna que me dijo que no le gustaba Madame Bovary ‘porque Emma era mala madre’. Virgen santa”). Ocurre que no es éste, sin embargo, uno de sus artificios más aventajados, y tal vez por eso emplea la sorna sin comedimiento y concluye que “cualquier carcajada irónica que oigáis será mía”."
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