La concepción antropológico-social en la obra narrativa
de Ramón J. Sender (1939-1953)
por Mª Lourdes Nuñez Molina
Tesis doctoral dirigida por Francisco Caudet Roca
Universidad Autónoma de Madrid. Depto. De Filología Española. Facultad de Filosofía y Letras.
Octubre 2.008
“El análisis realizado a lo largo de la tesis nos permite llegar a la conclusión de que en la obra narrativa de Ramón J. Sender, prevalece, como la constante de un discurso que promueve la igualdad de los hombres, sin distinciones de clase o de sexo. Así, en El rey y la reina, el escritor establece que el vínculo más importante es aquel que une al hombre y a la mujer. El alegato en favor del hombre, de cualquier hombre, especialmente si está desubicado, fuera de su lugar no es sólo la preocupación de un recién exiliado, como lo era Sender en el momento de la publicación de El lugar del hombre, sino el tratamiento desde una dimensión intemporal del problema entre el individuo y la sociedad, que ya había sido planteado en Imán. Además, cuando revisa la novela, casi veinte años después, refuerza sus tesis. Sabino es el «triste héroe» de la historia, que logra desde la libertad la aprobación de los demás, preparando a la aldea para la renovación y la fraternidad universal.
El autor da cauce a sus inquietudes sociales mediante una fórmula estética que hemos llamado concepción antropológico-social. Las obras estudiadas no son novelas sociales, en términos estrictos, pero sí son textos comprometidos. En general, continúan una línea abierta en la década de 1930. Condicionado por la vida política, Sender había dirigido toda su atención a la sociedad, buscando la consecución de una nueva organización social que fuera más justa e igualitaria. Conforme a ese fin, construyó una teoría ideológica y artística que se resume en la oposición «hombría» - «personalidad», y que aglutina toda su obra. Por tanto, los criterios antropológicos y sociales que surgen en los textos senderianos son una conjunción de ética y estética. Pues, como se ha expuesto, por un lado, los atributos morales de los personajes se explican a partir de la «hombría»; y, por otro, la dicotomía entre sociedad artificial y natural —que sustituye a la idea de sociedad burguesa y proletariado— se observa en todas las novelas.
Un símbolo por medio del cual el autor oscense expresa la «hombría» es la «desnudez», proclamada en La noche de las cien cabezas. La peña de Rómulo tiene un sentido similar al que tenía el dolmen erigido en nombre del hombre desnudo en la novela de 1934. En El rey y la reina, la desnudez es una imagen esencial —Rómulo y la duquesa son arquetipos de Adán y Eva—, que condensa el carácter moral de la historia. De igual forma, la escena final de El vado puede leerse como una reivindicación de la desnudez moral. Sender sitúa al personaje en un estado de perturbación, y, en ese plano irreal, alegórico, revela que el amor solidario es el origen de una futura renovación y salvación de la sociedad española del aislamiento.
Con Imán, el novelista establece unas pautas que nos dan algunas de las claves de esta faceta de su obra narrativa. De manera que, ya en esta novela, advertimos que los instintos naturales están por encima de las normas sociales. Su narrativa pone como ejemplo ético al hombre «natural», al hombre que se siente parte de un todo, y que es solidario con los demás. Ese hombre es un modelo ético: la huida de Sabino para no «enviar a alguno al cementerio»; el sentido de justicia que caracteriza a Paco; o el hecho de que Rómulo afronte su destino dispuesto a morir en condiciones de dignidad. Es frecuente que los personajes registren paralelismos con el mundo animal, pues forman parte de la misma materia: el cigüeñato y el oso (Sabino), Lucía transformada en «la hija moscarda», el potro de Paco, o la metáfora del moscardón penetrando en la flor (Rómulo y la duquesa).
Aunque el exilio hace de Sender un escritor más reflexivo, que tiende a reflexionar sobre las necesidades individuales —el amor como fuerza vital, por ejemplo—, no dejará de lado las exigencias sociales. En definitiva, el autor exalta al hombre que sigue su instinto natural, como punto de partida para transformar el orden social injusto. En El lugar de un hombre exhorta a la libertad, desde el inicial canto de las cucutes, hasta el final de la narración. La huida de Sabino al monte es un acto de rebeldía. El personaje opta por la libertad frente a la alienación, como medio de autoafirmación. Ése será el único camino posible para recobrar su identidad.
La vinculación a Aragón lleva a Sender a retratar el conjunto de creencias y tradiciones aragonesas, que son todas ellas creaciones del pueblo —como el romance de Paco—, y que forman parte de su identidad. La introducción de algunas voces aragonesas (vadinas, zolleta, bucardo, collicas, mocé, mosén) propician la localización de la acción narrativa. Además, el lenguaje propio es fundamental para un exiliado.
El componente de carácter antropológico y etnológico contribuye a recrear un ámbito realista, a dar verosimilitud a los textos. Sustenta, en buen grado, el «compromiso humanista» de Sender. Y también puede dotar a las obras de un sentido trascendente: el mito del paraíso perdido; el ascenso y la caída del héroe. La montaña y la cruz son los símbolos por excelencia del primitivismo y de la libertad. Con esa significación aparecen en Crónica del alba. Los espacios naturales como el saso en El lugar de un hombre, el río en El vado, y las cuevas en Réquiem por un campesino español, guardan cierta relación con la idea de regresión a un estado primitivo, donde los instintos naturales no sean viciados por la sociedad. En esos escenarios, los personajes adquieren conciencia de sí mismos (Sabino y Lucía), experimentan una toma de conciencia social (Paco), o descubren su trágico destino (Pepe). A partir del carácter sagrado del sacrificio —individual o colectivo— advertimos el sentido religioso del autor. Se trata de una religiosidad primitiva que nada tiene que ver con las doctrinas de la Iglesia católica, sino con una visión del cristianismo basada en la fraternidad y el amor. De ahí la analogía de Sabino, o de Paco con Jesucristo. El novelista cuenta la tragedia de la guerra civil y a la vez refiere su propio drama. Las consecuencias de la guerra son tan terribles, que tiene que darle un sentido trascendente a lo ocurrido. Por ello, hace una lectura parabólica de la contienda. El sacrificio de los españoles que murieron, de los que se exiliaron, no podía ser en vano.
Ramón J. Sender se refugió en la escritura. Como José Garcés, recogió «sus recuerdos para ponerlos a salvo de las represalias». Confió en la creación de otro mundo y, para ello, hizo uso del único medio que tenía a su alcance: la literatura. Movido por el fervor de unos ideales, que fueron su «secreto motor», durante un tiempo persistió en esa empresa. Como escribió María Zambrano, en la "Presentación" a la reedición de Los intelectuales en el drama de España, el pasado «para ser salvado de la deformación que llega tan fácilmente hasta lo grotesco, ha de ser enderezado, restituido a lo que era y más aún a lo que iba a ser» El final alegórico de las novelas examinadas tiene mucho que ver con ese «lo que iba a ser», con el deseo de Sender de llevar a cabo ese sueño.
Las sociedades, y con ellas el ser humano, no han alterado su esencia a lo largo de los siglos. Esa esencia vital perdura y se transmite, en unos ciclos que se repiten de generación en generación. El autor pretenderá plasmarla en cada uno de sus textos. El retrato social de sus creaciones va dirigido de lo particular a lo universal, con el fin de articular su propia ética. De ese modo, al trascender el tiempo y recrear la idea de eternidad, Sender suele anular la Historia en sus novelas. Presenta al hombre desde una perspectiva antropológica y existencial. Recordemos el problema que plantea el relato cuando regresa Sabino. Según expresa el secretario del Ayuntamiento: «Para la administración ese hombre carece de personalidad. No existe. Legalmente está enterrado». Aunque no exista una definición del hombre, lo cierto es que el individuo tiene conciencia de pertenencia a un grupo, y unas necesidades sociales de igualdad y de justicia. Es un tema que nuestro autor atendería hasta sus últimos días. Por ejemplo en Álbum de radiografías secretas. A propósito de la obra de Vercors titulada You shall know them, en la cual el autor trata de desentrañar una definición legal, religiosa y filosófica del hombre, Sender expuso su opinión sobre este asunto: la «calidad humana» del individuo se la da la comunidad.
No obstante, siempre reconocemos el plano histórico de las narraciones. Porque Sender denuncia las diferencias sociales, critica el contexto político de caciquismo dominante aún durante la Dictadura de Primo de Rivera y durante la Segunda República; se ocupa del problema agrario; censura la intromisión de la Iglesia española en la vida del país. El caciquismo fue rechazado por él desde las «Notas de la redacción» que publicaba en El Sol (1924-1930). Atento al curso de la vida política, social y cultural de Aragón y de España, Sender asimiló en esos años unos principios político-sociales que ya nunca abandonaría. El germen de la idealización del medio rural, del campesino, y del municipio se registra en esa época. Buena parte de este ideario permaneció en su memoria y llegada la ocasión el escritor supo introducirlo en su obra. A grandes rasgos puede decirse que en El lugar de un hombre —también en otras novelas, sobre todo en el Réquiem— hay un poso de ese pensamiento plasmado en su trabajo como periodista.
El lugar de un hombre enlaza, como hemos visto, con creaciones anteriores al año 1936, por la profundidad en las inquietudes individuales y sociales, por el vitalismo que transmite su autor. Y, al centrarse en los problemas del hombre como individuo, esta novela es un sólido puente que conecta con la obra posterior de Sender. El vitalismo se expresa a través del barrunto que le dio al protagonista. Con ello, el autor sintetiza el valor y la fuerza del irracionalismo en el ser humano. Barrunto es una palabra clave que refleja lo espontáneo de esa particular sabiduría propia del «idiota», que conoce el misterio de la condición humana, pero al que no se puede acceder sólo con la razón. Es una obra fundamental en la trayectoria literaria de nuestro autor. El lector de esta novela advierte el profundo respeto que tenía Sender por el ser humano, especialmente si se hallaba en condiciones de desigualdad. Hay momentos en el texto de una belleza lírica y sugerente que intensifica el dramatismo que encierra la historia. Precisamente por el contenido de denuncia política y social, la novela tardó un tiempo en llegar con libertad a las librerías españolas. Según nos aporta el testimonio de José Luis Castillo-Puche: «Ediciones Destino de Barcelona la publicó en 1968, pero no pudo circular hasta 1974, al regresar Sender a España. Personalmente intervine en el permiso de autorización, condición que puso Sender para cruzar la frontera»
De igual forma, Réquiem por un campesino español, que «estaba retenida por la censura española», fue autorizada en 1974.
De la lectura de Crónica del alba se aprecia que por parte del autor no hay lamentación, ni angustia, ni expresión de dolor. Sender ha sido expulsado de su espacio vital, pero no busca ni venganza ni culpables. Tan sólo siente la necesidad de recuperar su pasado a través de la escritura. En 1942, el escritor es un hombre perdido, pisa un suelo inestable. La fragilidad del presente se sustituye por el pasado, que es lo único fiable. Un pasado que Sender recobra mediante el relato de las aventuras infantiles de José Garcés —personaje rebelde que muere por defender la libertad y la justicia—, y de su amor a Valentina, su Dulcinea. Valentina es síntesis de realidad y de ficción. Es la «amiga del dulce sueño», es la «conjetura», porque es en el sueño, en la imaginación, en la literatura donde nuestros deseos se hacen realidad. Crónica del alba es un relato que trasciende la mera anécdota y adentra al lector en un fondo existencial y moral, que es la verdadera intención del autor. Al fin y al cabo, José Garcés viene a ser uno de aquellos hombres que se ilusionaron con la República, que lucharon defendiendo sus convicciones y principios morales. Uno de aquellos hombres que murieron durante la guerra, o uno de aquellos hombres cuya identidad se fue desintegrando en el exilio, en la cárcel, en los campos de concentración.
La plurisignificación de la obra culmina con la inferencia de la postura de Sender respecto a la dialéctica entre el arte y la vida, que podemos hacer extensiva al resto de su obra. Ante todo, defiende la libertad del creador. Para el autor aragonés la «verdad poética» es aquella en la cual la realidad, los sueños y las fantasías son tan reales o irreales como uno mismo quiera creer. Realismo (o verosimilitud) e imaginación no tienen porque ser contrarios. Más bien puede decirse que en su concepción literaria son complementarios. Prueba de ello es una declaración de Sender acerca de la imaginación, cuya tarea es descubrir «en las circunstancias de la vida y las del carácter de nuestro héroe y en sus afinidades relativas», y «producir efectos inefables, es decir, líricos para que la obra sea retenida por la memoria del lector y añada a su mente estímulos y motivaciones que lo enriquezcan».
Crónica del alba se sitúa en un extremo, que está donde se inicia el destierro de su autor. En el otro extremo se halla Monte Odina, un libro mosaico. Alrededor de una biblioteca que el escritor nunca llegó a visitar, compendia sus recuerdos, vierte sus opiniones sobre diversos temas y personajes históricos. Y, sobre todo, crea dos figuras, dos imágenes de sí mismo. Una es el símbolo de la infancia del autor, su amigo Froilán que murió siendo niño; y la otra, es símbolo de la vejez: el albatros Austral, que, una vez ha madurado, será liberado en la Sierra de Guara. Con la recreación de esta biblioteca y de su mundo —unido al mundo evocado en Crónica del alba—Sender pone de relieve su conciencia artística, la carga de inmortalidad que conlleva la literatura, y, con estas dos obras, sella su legado vital.”
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