11 d’ag. 2023

muerte en zamora, 3

 

Andrea Sender Barayón



Amparo Barayón y la impunidad del franquismo

por Francisco Espinosa

"A mediados de 2004, con el movimiento social por la memoria en plena marcha desde fines de los noventa y con el reciente compromiso del gobierno de Rodríguez Zapatero de poner en marcha una ley de memoria, se produjo un hecho que mostró los límites de la realidad. Aquel verano, aprovechando una entrevista, Anabel Almendral Oppermann, nieta de Pedro Almendral, médico de la prisión de Zamora en el año 1936, declaró a una periodista de La opinión de Zamora que Amparo Barayón, la mujer de Ramón J. Sender, asesinada el 11 de octubre con 32 años de edad, tenía sífilis cuando, ya detenida, fue atendida por su abuelo. Con ello se vengaba de cierto testimonio que no había dejado en buen lugar a Pedro Almendral contenido en Muerte en Zamora, publicado en 1990 – ¡14 años antes! – por Ramón Sender Barayón, hijo del escritor y de Amparo, tras una larga indagación sobre la muerte de su madre.

El testimonio en cuestión era el de Pilar Fidalgo Carasa, que dejó escrito en 1937 los recuerdos de su paso por la prisión de Zamora. Ni ella ni su hija recién nacida recibieron atención médica alguna por parte de Pedro Almendral, quien además se permitió desearle la muerte por ser esposa de un izquierdista. Y como de Pilar Fidalgo no podía vengarse y había sido el hijo de Amparo quien había dado a conocer dicho testimonio en la España de los noventa, la nieta del médico decidió ir por donde más podía doler: lanzó la calumnia de que Amparo padecía sífilis. Al crimen del 36 se unía ahora, casi setenta años después, la difamación.

Aunque lentamente, la noticia llegó donde tenía que llegar: a Magdalena Maes Barayón, sobrina de Amparo y residente en Málaga; a su hija Mercedes Esteban Maes, que vivía en Inglaterra, y a los hijos de Amparo, Ramón y Andrea, ambos en Estados Unidos. Y a través de Mercedes y su amiga Helen Graham el asunto pasó a Paul Preston y a mí. El ataque era de tal gravedad que la familia intentó que la nieta del médico rectificara, restableciendo así la dignidad de Amparo y de sus familiares. El asunto se alargó y las cartas y artículos enviados al periódico ocuparon buena parte de 2005.

En medio terció el cronista oficial de Zamora, Miguel Ángel Mateos Rodríguez, quien jugó varios papeles entre los que cabe destacar los siguientes: detractor de Ramón Sender Barayón y Pilar Fidalgo; pantalla de la nieta del médico; autopromotor de sus fascículos, que aparecían en el mismo periódico; propagandista de su propio partido, y por encima de todo justificador de lo que pasó en Zamora tras el golpe militar. Su actuación más vistosa fue sin duda la de endosar a un personajillo de tercer o cuarto orden la responsabilidad del crimen que acabó con Amparo.

A partir de mediados de 2005 el caso se fue enfriando. La hija del médico siguió sin dar señales de vida, el cronista de Zamora volvió a lo suyo y La Opinión de Zamora, que actuó siempre a beneficio de parte (la del cronista), se quedó sin un asunto que les debió de dar cierta vida en aquellos meses. Por su parte la familia vio con pesar que no solo no conseguían la rectificación de Anabel Almendral sino que los artículos de Mateos lanzaban sombras sobre Amparo y su entorno familiar, y que el periódico maniobró en todo momento el asunto en su favor. Desencantados, volvieron a sus vidas con el dolor añadido de ver cómo, además de haber sufrido la pérdida de Amparo, su memoria era manchada ahora con una sucia calumnia sin consecuencia alguna. La rectificación de Anabel Almendral no se había producido y plantear una demanda resultaba complicado dada la dispersión geográfica de la familia. Pesaba además el hecho de que las demandas que habían funcionado desde la transición eran las que los descendientes de los represores habían interpuesto contra aquellos que los señalaban e implicaban en actos criminales.

Hoy, doce años después, releo con profundo desagrado los artículos y correos electrónicos que generó aquel asunto. Cuesta trabajo entender tanta maldad por parte de la nieta del médico y sus corifeos. Posiblemente, aparte del ansia de venganza debió influir el ambiente creado por el movimiento en pro de la memoria surgido en 1995-1996 y consolidado entre 2000 y 2002. La derecha llevaba, y lleva, muy mal que el pasado oculto saliera a la luz, máxime en aquellas provincias que como en Zamora el terror solo vino de un lado: el de los golpistas. No podían oponer ni una sola víctima, teniendo que conformarse con sacar a la luz pequeños conflictos anteriores o dando rienda suelta a la imaginación sobre qué hubiera pasado si el golpe no hubiera triunfado. Lo que en modo alguno querían es que se conociera con nombres y apellidos lo que realmente pasó tras el triunfo del golpe militar en Zamora.

Muerte en Zamora, el libro de Ramón Sender Barayón, publicado en 1990 fue un libro innovador y valiente. Los trabajos sobre el golpe y la represión que salieron en la década de los ochenta fueron aún muy escasos y nacieron todos del esfuerzo personal y del compromiso político de sus autores. De ahí que resulte lamentable la teoría según la cual el antifranquismo constituyó una rémora para la investigación de la represión. ¿Acaso habría que haber esperado a que la Universidad decidiese que ya había llegado el momento de ocuparse de aquel tiempo oscuro? Por suerte hubo quienes cumplieron la función social que la Universidad tanto tardó en asumir. Ramón Sender quiso conocer el final de su madre y de paso, como era de esperar, supo de otra mucha gente que estuvo a su alrededor, unas como testigos de lo ocurrido y otras implicadas en el proceso que llevó a su asesinato. De todo ello dio cuenta en el libro y esto es lo que no le perdonaron: haber roto el pacto de silencio.

Entre 2002 y 2008 se desarrollaron dos iniciativas que pudieron influir en este asunto. De un lado el movimiento en pro de la memoria con numerosas actuaciones en todo el país, que culminará en el Auto del juez Baltasar Garzón, y del otro la comisión interministerial dirigida por el Gobierno de Rodríguez Zapatero cuyo objetivo era elaborar una ley de memoria. Esta, que defraudó toda expectativa, salió finalmente tras muchas dificultades en diciembre de 2007, pero quedó sin sentido solo unos meses después cuando se conoció la iniciativa del juez Garzón, quien por primera vez buscó llevar algo de justicia a las víctimas del golpe militar de julio de 1936. Ello abría una puerta a que casos como el de Amparo saliesen del vacío legal en que se encontraban desde entonces y pasasen a ser considerados como lo que fueron: crímenes de lesa humanidad.

Pero la esperanza duró poco. Ni el mundo político ni el judicial podían consentir que se abriera esa vía, de modo que de inmediato se cercó al juez y poco después se le expulsó del juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional. Una vez más la derecha salía vencedora y su memoria histórica, que no es sino la que procede del franquismo, podía seguir tranquila. Para las asociaciones de memoria, muy comprometidas con la propuesta del juez Garzón, resultó también muy duro por estar convencidas de que la única vía para canalizar y elevar el nivel de la movilización social era precisamente esa. También lo fue para el pequeño grupo de juristas, historiadores y forenses que debíamos asesorar al juez Garzón. Todos, juez, asociaciones y asesores, estábamos convencidos de que, como escribió Elizabeth Jelin, especialista en derechos humanos, “la justicia es, sin duda, la parte más sólida de la memoria”.

Consumada la operación que dio al traste con el Auto del juzgado nº 5 la referencia volvía a ser la descafeinada ley de memoria, ante la cual la derecha adoptó una práctica antigua en la que tiene larga experiencia: acatarla pero no cumplirla. El vacío se consolidó en 2011 con la llegada del PP al poder y su decisión de dejar sin fondo alguno todo lo relacionado con la memoria histórica. Así hemos llegado a una situación absurda en la que la iniciativa judicial se ejerce desde Argentina, como en el reciente caso de Ascensión Mendieta, y en que los fondos para las exhumaciones proceden por lo general de particulares e incluso de otros países.

Al mismo tiempo los alardes de la derecha y la descarada exhibición de parafernalia franquista han ido en aumento. En estos cuarenta años transcurridos desde la transición hemos visto pasar de la derecha contenida de los ochenta a una derecha bravucona cada vez más extendida de aquellos que, nostálgicos del pasado, se vieron reconocidos en las legislaturas de Aznar y desde entonces han comprobado día a día que podían decir y hacer cosas antes impensables. Al mismo tiempo, cada vez resulta más evidente que en los catorce años que gobernó el PSOE, en una decisión tan llena de pragmatismo como carente de ética, se decidió actuar como si el pasado no existiese, perdiéndose así la oportunidad de relacionar la verdad histórica en construcción con la verdad jurídica.

Después de lo dicho, después de este viaje desde el exabrupto de la nieta del médico de la prisión de Zamora en el 36 a la impunidad del franquismo establecida mediante la Ley de (Auto)Amnistía de 1979 y consolidada por el sistema bipartidista también denominado “régimen del 78”, solo queda felicitar la decisión de reeditar el libro de Ramón Sender Barayón con los añadidos a que dio lugar esta historia. Por su parte, la nieta del médico y sus ayudantes pueden dormir tranquilos, pero sus nombres y sus actos irán ya para siempre unidos a la historia de una calumnia."

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