l'escriptora nord-americana Djuna Barnes |
La felicidad del lector
Retorna el mejor Vila-Matas con su magnífico equipaje literario en 'Mac y su contratiempo', que narra cómo la literatura avanza a partir de variaciones de un primer relato oral
por Ana Rodríguez Fischer
El País
23/02/2017
“Mac, el protagonista y narrador de Mac y su contratiempo, es un apasionado lector, alegre y chiflado que prefiere la poesía y el cuento a la novela —género demasiado alejado de las formas orales—, y que ahora, a sus 60 años, sin empleo, decide escribir un “diario de iniciación” que le sirva de ensayo para debutar en la literatura. Ese cuaderno estará repleto de sucesos triviales, dada su condición de hombre modesto y sencillo, que vive en un barrio barcelonés sin grandes turbulencias, con los hijos independizados y la vida conyugal pactada. Un día coincide con su vecino Sánchez, un “reconocido escritor barcelonés”, en la librería que ambos frecuentan, y le oye lamentarse del paso del tiempo, de lo difícil que le resulta recordar sus años de juventud, especialmente aquel en que “escribió una novela sobre un ventrílocuo y una sombrilla de Java (que ocultaba un artefacto asesino) y sobre un maldito barbero de Sevilla”. Mac recuerda aquella novela, las memorias deliberadamente oblicuas de un ventrílocuo, como un libro “extrañamente bello a veces” y otras “irregular y desquiciado”, cuya lectura había abandonado hacia la mitad, cansado de los momentos mareantes que contenía, según censuró un crítico. Un nuevo encuentro fortuito con Sánchez anima a Mac a reescribir aquella novela imperfecta, Walter y su contratiempo, que fue su lectura inacabada.
Este es el engranaje narrativo de la última novela de Enrique Vila-Matas, que se resuelve en una tensión de naturaleza especular, con el desdoblamiento del narrador-diarista (escritor) en lector, el contrapunto temporal (esa novela de juventud que retorna como lo hacen los múltiples recuerdos que son otras tantas historias mínimas), las simetrías à l’envers que también afectan a los personajes (la esposa y la novia abandonada, el afamado escritor y su ambicioso sobrino odiador, el mendigo de pelambrera Harpo Marx y el otro mendigo muy bien vestido, los bohemios cuarentones del Baltimore y los contertulios del Tender, etcétera), el conflicto entre identidad e impostura, las relaciones entre realidad y ficción —dos viejos cónyuges—, y también entre las distintas formas de la prosa e incluso entre lo falsamente poético (el manido símil ojos azul zafiro-intenso mar de Sánchez) y la lírica honda y esencial que por momentos destilan estas páginas, la superposición entre novela y metanovela, el reconocimiento y el tributo para con autores-faro y que puede ejecutarse desde el homenaje directo o desde la estilización paródica, el estilo que alcanza un tono propio y una modulación singular y que se forja en múltiples voces (de ahí la figura del ventrílocuo), lo sencillo y lo complejo, la historia secreta e inadvertida que subyace bajo la trama principal (la teoría del iceberg), o las historias laterales y su relación con la historia central.
La historia central y vertebradora de Mac y su contratiempo es, desde luego, esa relectura-reescritura (casi enteramente mental) de Walter y su contratiempo, la novela de Sánchez compuesta por 10 relatos escritos “a la sombra de” Cheever, Djuna Barnes, Borges, Hemingway, Carver, Malamud, Schwob, Rhys, Poe y Chesterton, por orden de aparición y eludiendo el final. Y ya adivinarán que en este ejercicio Vila-Matas va desgranando su personal poética de la narración como una combinatoria de lecturas, experiencias e imaginaciones que retornan. Mac es también una breve autobiografía literaria donde se rescatan los “pasos perdidos” de un escritor debutante, junto con todas las vías y sendas que se le fueron abriendo después. La defensa de la repetición, entendida como una modificación infatigable, es el tema de esta novela, que narra cómo se ha ido construyendo la historia de la literatura a partir de las sucesivas variaciones de un primer relato oral.
Retorna el mejor Vila-Matas, con su magnífico equipaje literario (el propio y el ajeno), bien seleccionado, medido y destilado; su mirada, que se relaciona más con la intensidad y la calidad de los detalles que con el abigarramiento y la acumulación, porque el artista, al salir a la calle, “tiene que observar lo que allí ve como si lo ignorara todo, pero luego debe ejecutarlo, pasarlo en limpio en casa, como si lo supiera todo”; con sus historias que son “breves láminas de vida”; con su humor inagotable; con una escritura en la que la claridad, el rigor y la belleza son el verdadero compromiso del escritor.
Presten atención a ese final, punto de partida y punto de llegada, donde se yuxtapone la imagen del narrador oral de la plaza de Xemaá El-Fná y una reflexión de resonancias proustianas: “Uno siente que, a medida que recorremos el mundo y lo surcamos en todos los sentidos, más nos va envolviendo el fantasma de lo familiar que algún día esperamos recobrar (…). Percepción de una escritura de a pie, de una geografía de la que habíamos olvidado que somos autores”.”
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