9 de febr. 2024

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Aurora Venturini, la escritora que nació a los 85 años

Acaba de publicarse una biografía definitiva de la narradora platense, que ilumina cómo mezclaba la realidad con la ficción. Y cómo jugaba a ser un personaje como los suyos.

por Pablo Schanton
Clarín
20/08/2023

    "Para una escritora que confía en el poder de la imaginación, no resultaría tan paradójico nacer a los 85 años, como el hecho de haber publicado antes de ese nacimiento una treintena o más de libros.

    Todos solventados por ella misma. Esas ediciones juntaban el polvo de no haber valido la pena por ausencia de lectores y valoración crítica. Pero también, juntaron unas glorias: laureles nacionales o municipales que apenas hacen bulto en el CV.

    Aurora Ángela Venturini llega hasta aquí -el año 2007- siendo una octogenaria arrinconada en una intersección de números platenses.

    Un departamento al fondo de un PH, donde las paredes combinan retratos de Eva y Juan Domingo con fotos de perros. La cuestión es que estamos en Buenos Aires a fines del ‘07, donde tres de los literatos del momento -Juan Forn, Rodrigo Fresán, Alan Pauls- y otros no sospechan que están a punto de premiar a esta mujer, que ha enviado su novela a un concurso sin conocerlos.

    En efecto, una tal Beatriz Poltrinari (sic) se levanta para purgar tanto anonimato definitivamente, apoltronada en un nombre bien dantesco, para ganarse el Premio Nueva Novela de Página/12 por la nouvelle Las Primas.

    Ahí nace entonces Aurora Venturini, una de las narradoras argentinas que, recién comenzado este siglo, logra convertirse en un ícono de culto, al mismo tiempo que best seller, aquí, allá y en todas partes (se editó hasta en Lituania).

    Sólo disfrutará en vida ocho años de consagración, entre 2007 y 2015. El cenit del reconocimiento lo ignorará, será póstumo. Su nacimiento tardío la empuja a una hiperactividad contra reloj. Por fin, se siente reconocida, así que ahora no habrá quién la pare.

    La editan en España, Italia, Francia... Su agente española soporta varios mensajes de ella por día, vía mail y teléfono de línea, donde le demanda más publicaciones, más seguidas. “Tengo casi 90 años, no sé qué es la paciencia”, se justifica.

    Hasta su muerte, escribe a mano, dicta a una asistente que tipea y lanza 10 libros en menos de una década. Ok, no para. Aun hoy se reproducen sus libros, pero... ¿cómo se sigue escribiendo y publicando cuando uno ha muerto? Sólo tercerizando el proceso, claro.

    O, en término más místicos, declarando a un/a médium como publicista en el más acá.

    Aquí es cuando ingresa quien hará ese papel. Será la escritora y periodista Liliana Viola, que por estos días acaba de editar una insoslayable biografía de Aurora, Esta no soy yo. Cuenta Viola: “(…) sacó de su cartera un sobre que contenía un testamento firmado ante escribana, donde decía que me legaba, como albacea y heredera, su obra literaria, la que ya había escrito y la que pensaba escribir”.

    La escritora que nació a los 85 la siente como esa hija que le hubiese gustado tener de haber sido madre. Lo siente desde el mismísimo momento en que la periodista la llama para informarle que ganó el premio Nueva Novela que ella coordinaba.

    La ganadora le explica algo más: “Te estoy agradecida porque leíste el manuscrito de Las Primas y, pudiendo haberlo tirado, no lo tiraste ni lo traspapelaste (…) tengo que seguir publicando cuando ya no esté acá, y ¿quién lo va a hacer?” Sin ir más lejos, luego de versiones portuguesas, holandesas y rusas, esta semana sale en Alemania la novela Nosotros, los Caserta, tras el éxito de Las Primas.

    Todo por negociación de su albacea, para quien el mandato de la muerta es un tesoro y una carga a la vez.

    El título de la biografía delata un doblez: nada o nadie es lo que parece. Y, para peor, la biografiada tiene fama de mentirosa. “No digo que mi hermana mintiera”, aclara Ofelia Venturini.

    “Vivía en una realidad que construía ella misma muy cuidadosamente para salir de la realidad del resto, que es más dolorosa.” Por eso, a la biógrafa le toca cotejar documentos, consultar a parientes. Ir a un registro civil para escudriñar si existió un cuarto hermanito que suena a fantasía. Ella lo advierte:

    “Si los biógrafos quieren componer mi historia, que lean detenidamente mis novelas, mis cuentos, hasta mis poesías”. Eso significa que su biografía se contagiará de los métodos de la crítica literaria inevitablemente.

    Repasando distintas biografías, encontramos vidas novelescas, donde los mojones biográficos equivalen a actos épicos, así como vidas teatrales: ahí lo que cuenta es crear un personaje y que todo gire a su alrededor como puesta en escena.

    O poéticas, donde lo que importa es la forma de percibir el mundo del protagonista. La que nos legó Venturini es del segundo tipo. “Las Primas soy yo (…) Nosotros no éramos normales. En casa todas mis hermanas eran retardadas…

    Y yo también”, afirma Venturini, quien podía usar narraciones o entrevistas para crearse una imagen pública a piacere. Nada que hoy día no nos faciliten las redes.

    Ella puede novelar a partir de lo que vive, y en el proceso ganan la mitomanía y la fabulación que apenas se hilvanan a algún recuerdo.

    En su libro, Viola logra completar las telarañas y constelaciones que forman esos hilvanes. Venturini puede declarar que le escribió discursos a Evita o que se codeó con Simone de Beauvoir.

    Todo tan incomprobable como su supuesta amistad con Borges, o que la hormiga atrapada adentro de su anillo de cristal había sobrevivido a la bomba de Hiroshima.

    En las selfies de Venturini (o sea, en su obra), se multiplican los filtros que afean. Su fábrica de monstruos más grande queda cerca, en casa: es la familia. “No éramos comunes por no decir que no éramos normales”, leemos en Las Primas.

    La fatalidad en el Mundo Venturini radica en la impotencia humana para cumplir con alguna “normalidad”. Sus personajes sufren de desmesura: o son “minusválidos” o son “superdotados”. Nadie da el pinet en esa ecología exiliada de toda eugenesia.

    Liliana Viola señala una de las razones de esta mirada deformante: ya recibida de profesora de filosofía, en los años primigenios del peronismo (1946-1956), Aurora ejerce a su modo la psicología infantil en la Dirección General del Menor de la Provincia de Buenos Aires. Su especialidad, la psicometría.

    “Las niñas masturbadoras, los jóvenes con seis dedos, las enanas, los cabezudos, los minigenios de sus novelas primero estuvieron en los formularios de la institución”, cuenta Viola.

    Su fascinación por Messi se mide con la misma vara. Miren, si no: “Lo hicieron crecer con hormonas, lo estiraron. Igual quedó chiquito. Qué le habrán puesto. Porque la pelota se le pega a la punta del pie. Lo deformaron y salió mejor”.

    Este fue un Vidas para leer que puso en crisis el formato: no es fácil contar la vida de una mujer acostumbrada a la mentirita y por demás fabuladora.

    Podríamos haber repetido los datos que ofrece Wikipedia y que su biógrafa no rectifica: que tuvo tres hermanas, dos maridos (el juez Eduardo Varela y el historiador Fermín Chávez) y ningún hijo.

    Ahora bien, fíjense a qué punto esta mujer tuvo una vida de novela que hasta la oracular Wikipedia debió cambiar la fecha de nacimiento (antes de la biografía, se leía “La Plata, 1922”, porque la escritora se restaba un año), y sigue con una fecha de muerte que es más que sospechosa (24 de noviembre de 2015), ya que Venturini le dejó dicho a su sobrino que no avisara de su muerte hasta que ella estuviera cremada.

    Le preguntamos a su heredera literaria-médium cómo logró abrirse camino entre verdades y mentiras. Responde: “Aurora creía en la posteridad tanto como en dios. Por eso se ocupó de escribir testamento y elegir albacea. Quería seguir publicando más allá de su muerte. Yo, que no creo en esas cosas, me encuentro ahora conversando con un fantasma -eso es escribir una biografía-, alegrándome por sus logros, cumpliendo o desoyendo órdenes. Aurora creía en ella, por eso nunca dejó de escribir. Yo también le creo”.

    En Esta no soy yo, la escritora viva aclara que la escritora muerta jamás le pidió explícitamente que contara su vida. Por eso, la biógrafa siente que la traicionó. Así y todo, el título del libro ratifica el refrán “Quien avisa no traiciona”."

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