9 de juny 2013

cercant la llum, 2

Albert Aurier
En enero de 1890 vio la luz un nuevo periódico, “El Mercure de France”. En su primer número un crítico de arte, Albert Aurier, publicaba un extenso artículo titulado: “Les Isolés -los que están solos- , Vincent van Gogh”, primera referencia escrita, en vida del autor – le quedaban tan solo seis meses de vida-  al trabajo del extraño holandés que residía en el sur.

El artículo arranca con unos versos del poeta simbolista por excelencia, Charles Baudelaire.  Los versos que recuerda Aurier en su artículo son los del poema “Rêve parisien” (Sueño parisiense), dedicado a Constantin Guys, y que forma parte del famosísimo libro de poemas “Les fleurs du mal”, publicado en 1857.



RÊVE PARISIEN

L'enivrante monotonie
du métal, du marbre et de l'eau.
Et tout, même la couleur noire,
semblait fourbi, clair, irisé;
le liquide enchâssait sa gloire
dans le rayon cristallisé….
Et des cataractes pesantes,
Comme des rideaux de cristal
Se suspendaient, éblouissantes,
À des murailles de métal.


SUEÑO PARISIENSE

La embriagante monotonía
de metal, del mármol y del agua.
Y todo, aun el color negro,
parecía límpido, claro, irisado;
el líquido engastaba su gloria
en el rayo cristalizado.
Y cataratas pesadas,
como cortinas de cristal,
se suspendían, deslumbrantes
de las murallas de metal.

Charles Baudelaire

Y esta es la traducción de unos fragmentos del  articulo de Aurier que tomamos prestada de la página Aryse.org:


LES ISOLÉS

VINCENT VAN GOGH

"Bajo cielos deslumbrantes, a veces tallados como zafiros o turquesas, a veces modelados bajo no sé qué tipo de azufres infernales, cálidos, deletéreos y ciegos; bajo cielos como coladas de metal y cristal en fusión, donde a veces se despliegan radiantes y tórridos discos solares; bajo el incesante y formidable centelleo de todas las luces posibles; en atmósferas cargadas, llameantes y punzantes que parecen ser exhaladas por hornos fantásticos donde el oro, los diamantes y gemas singulares son volatilizados – es aquí donde se despliega inquietante y turbadora una extraña naturaleza, que es a la vez totalmente verdadera y sin embargo casi sobrenatural, una naturaleza excesiva donde todo – seres y cosas, sombras y luces, formas y colores – se levanta con una voluntad rabiosa aullando su propia y esencial canción, con el timbre agudo más intenso y feroz; son los árboles, retorcidos como gigantes en la batalla, los que  proclaman su poder indomable con el gesto de sus nudosas ramas y la amenaza del flamear de sus verdes crines, el orgullo de su musculatura, su savia cálida como la sangre, su eterno desafío al huracán, al rayo, a la naturaleza perversa; son los cipreses los que trazan sus negras pesadillas de siluetas en llamas; montañas arqueadas como lomos de mamuts o rinocerontes; vergeles blancos, rosas y amarillos, como sueños ideales; las casas bajas se contorsionan apasionadamente como seres que gozan, sufren y piensan; piedras, terrenos, maleza, campos verdes, jardines, ríos… parecen esculpidos en desconocidos minerales, pulidos, relucientes, irisados, mágicos; son paisajes resplandecientes que parecen estar en una multicolor ebullición proveniente de algún diabólico crisol de alquimista; el ramaje se diría que es de bronce antiguo, de cobre nuevo, de cristal hilado; los parterres de flores no parecen flores sino una exuberante joyería hecha con rubís, ágatas, ónices, esmeraldas, corindones, crisoberilos, amatistas y calcedonias; es el universal y loco resplandor de las cosas; es la materia, la naturaleza frenéticamente retorcida hasta el paroxismo, llevada al culmen de la exacerbación; la forma se vuelve pesadilla, el color se torna en llamas, lavas y pedrerías, la luz incendia, da vida y fiebre alta. …

Noche estrellada
Sant-Rémy, 1889
Óleo sobre tela, 73,7x92,1 cm
Museo de arte moderno de Nueva York

…  Sin embargo, en mi opinión, en el caso de Vincent van Gogh, a pesar de la desconcertante extrañeza de sus obras, es difícil para un espectador imparcial y bien informado negar o cuestionar la veracidad ingenua de su arte, la ingenuidad de su visión.

En efecto, con independencia de este indefinible aroma a buena fe y de visión verdadera que desprenden todos sus cuadros, la elección de los temas, la armonía constante entre las notas de color más excesivas, el estudio concienzudo de los caracteres, la continua búsqueda del código esencial de cada cosa… mil detalles significativos dan prueba de su profunda y casi infantil sinceridad, de su gran amor por la naturaleza y por la verdad – de su verdad personal.

Teniendo en cuenta esto, por lo tanto se puede deducir legítimamente que las obras de Vincent van Gogh pertenecen al temperamento de un hombre, o mejor, al de un artista – una deducción que se puede corroborar, si queréis, con datos biográficos. Lo que caracteriza toda su obra es el exceso. . . el exceso en la fuerza, el exceso de nerviosismo, la  violencia de su expresión. En su afirmación categórica del carácter de las cosas, en su frecuente y temeraria simplificación de las formas, en su insolencia para fijar el sol de frente, en la pasión vehemente de su dibujo y su color, incluso en los más pequeños detalles de su técnica… se revela una figura poderosa, masculina, audaz, a menudo brutal… y  sin embargo  ingenuamente delicado.

Además,  se adivinan los excesos casi orgiásticos en todos lo que pinta, es un exaltado, un enemigo de las sobriedades burguesas y sus minucias, una especie de gigante ebrio más apto para remover montañas que para manejar chucherías en los estantes, un cerebro en ebullición derramando su lava por todos los recovecos del arte, un irresistible, un terrible y enloquecido genio, muchas veces sublime, grotesco otras, casi siempre al borde de la patología. A fin de cuentas, y sobre todo, es un hiperestésico con síntomas claros que percibe intensidades anormales, quizás incluso, dolorosas, percibe los imperceptibles y secretos caracteres de las líneas y las formas, pero más aún los colores, las luces, los matices invisibles para las pupilas sanas, las mágicas irisaciones de las sombras. He aquí el origen de su realismo, su neurosis. Y he aquí por qué su sinceridad y verdad son tan diferentes del realismo, de la sinceridad y verdad de los grandes y pequeños burgueses holandeses, ellos, con cuerpo tan sano, con un alma tan equilibrada, fueron sus antepasados y maestros.

Trigal con ciprés
Saint-Rémy, 1889
Óleo sobre tela, 73x93,5 cm
National Gallery de Londres
…  Es, casi siempre, un simbolista. No un simbolista como los primitivos italianos, esos místicos que intentaban experimentar el deseo de desmaterializar sus sueños, sino un simbolista que siente la continua necesidad de revestir sus ideas con formas precisas, ponderables y tangibles, con envolturas intensamente carnales y materiales. En casi todas sus telas, bajo esta envoltura mórfica, bajo esta carne tan carnosa, bajo esta materia tan material, subyace, para el espíritu que sabe verlo, un pensamiento, una Idea, y esta Idea, el sustrato esencial de la obra, es al mismo tiempo, la causa eficiente y final. En cuanto a las brillantes y resplandecientes sinfonías de líneas y colores, cualquiera que sea su importancia para el pintor, en su trabajo no son más que simples medios expresivos, simples procedimientos de simbolización.

… En todas sus obras, la ejecución es vigorosa, exaltada, brutal, intensa. Su dibujo, rabioso, pujante, a menudo, desmañado y un poco rudo, exagera el carácter, lo simplifica, pasa a ser el de un maestro triunfante por encima del detalle y alcanza la magistral síntesis, el gran estilo a veces, pero no siempre.
Su color ya lo conocemos. Es inverosímilmente deslumbrante. Que yo sepa, es el único pintor que percibe el cromatismo de las cosas con esta intensidad, con esta cualidad metálica, gémica. Su investigación de las coloraciones de la sombras, de las influencias de los tonos sobre los tonos, de los soles plenos son las más curiosas. Él no sabe evitar siempre algunas crudezas desagradables, ciertas discordancias, ciertas disonancias… En cuanto a la factura propiamente dicha, a sus procedimientos inmediatos para iluminar la tela, son, como todo lo suyo, fogosos, poderosos y  muy nerviosos. Su pincel  opera mediante enormes empastes de tonos muy puros, mediante regueros curvados, rotos por toques rectilíneos…, mediante el amontonamiento, a veces desmañado de una rutilante construcción, y todo esto da a algunos de sus  cuadros la apariencia sólida de deslumbrantes  murallas hechas de cristales de y de sol.

Este robusto y verdadero artista, con tanta raza, con las brutales manos  de un gigante y los nervios de una mujer histérica, con el alma iluminada, tan original y tan apartado de nuestro lastimoso arte actual… ¿Conocerá algún día – todo es posible –la alegría de la rehabilitación, el reconocimiento y cuidado de la moda? Quizás. Pero cuando llegue, aun cuando la moda pague sus telas – lo que poco probable – al precio de las pequeñas infamias de Mr. Messonier, no creo que haya mucha sinceridad en esta tardía admiración por parte del gran público. Vincent Van Gogh es, a la vez, demasiado simple y sutil para el espíritu burgués contemporáneo. ¡Nunca será plenamente comprendido más que por sus hermanos, los artistas muy artistas… y por los felices del pueblo llano, quienes por suerte habrán podido escapar de las piadosas enseñanzas laicas!"


 Albert Aurier

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