Albert Aurier |
En enero de 1890 vio la luz un nuevo periódico, “El Mercure de France”. En su
primer número un crítico de arte, Albert Aurier, publicaba un extenso artículo
titulado: “Les Isolés -los que están solos- , Vincent van Gogh”, primera referencia escrita, en vida
del autor – le quedaban tan solo seis meses de vida- al trabajo del extraño holandés que residía en
el sur.
El artículo arranca con unos versos del poeta simbolista por excelencia, Charles
Baudelaire. Los versos que recuerda Aurier
en su artículo son los del poema “Rêve parisien” (Sueño parisiense), dedicado a
Constantin Guys, y que forma parte del famosísimo libro de poemas “Les fleurs
du mal”, publicado en 1857.
RÊVE PARISIEN
L'enivrante
monotonie
du métal, du
marbre et de l'eau.
Et tout,
même la couleur noire,
semblait
fourbi, clair, irisé;
le liquide
enchâssait sa gloire
dans le rayon
cristallisé….
Et des cataractes
pesantes,
Comme des rideaux
de cristal
Se suspendaient,
éblouissantes,
À des murailles
de métal.
SUEÑO PARISIENSE
La embriagante monotonía
de metal, del mármol
y del agua.
Y todo, aun el
color negro,
parecía límpido,
claro, irisado;
el líquido
engastaba su gloria
en el rayo
cristalizado.
Y cataratas
pesadas,
como cortinas de cristal,
se suspendían,
deslumbrantes
de las murallas de
metal.
Charles Baudelaire
Y esta es la
traducción de unos fragmentos del articulo de Aurier que tomamos prestada de la página Aryse.org:
LES ISOLÉS
VINCENT VAN GOGH
"Bajo cielos deslumbrantes, a veces tallados como zafiros o turquesas, a
veces modelados bajo no sé qué tipo de azufres infernales, cálidos, deletéreos
y ciegos; bajo cielos como coladas de metal y cristal en fusión, donde a veces
se despliegan radiantes y tórridos discos solares; bajo el incesante y
formidable centelleo de todas las luces posibles; en atmósferas cargadas,
llameantes y punzantes que parecen ser exhaladas por hornos fantásticos donde
el oro, los diamantes y gemas singulares son volatilizados – es aquí donde se
despliega inquietante y turbadora una extraña naturaleza, que es a la vez
totalmente verdadera y sin embargo casi sobrenatural, una naturaleza excesiva
donde todo – seres y cosas, sombras y luces, formas y colores – se levanta con
una voluntad rabiosa aullando su propia y esencial canción, con el timbre agudo
más intenso y feroz; son los árboles, retorcidos como gigantes en la batalla,
los que proclaman su poder indomable con
el gesto de sus nudosas ramas y la amenaza del flamear de sus verdes crines, el
orgullo de su musculatura, su savia cálida como la sangre, su eterno desafío al
huracán, al rayo, a la naturaleza perversa; son los cipreses los que trazan sus
negras pesadillas de siluetas en llamas; montañas arqueadas como lomos de mamuts
o rinocerontes; vergeles blancos, rosas y amarillos, como sueños ideales; las
casas bajas se contorsionan apasionadamente como seres que gozan, sufren y
piensan; piedras, terrenos, maleza, campos verdes, jardines, ríos… parecen
esculpidos en desconocidos minerales, pulidos, relucientes, irisados, mágicos;
son paisajes resplandecientes que parecen estar en una multicolor ebullición
proveniente de algún diabólico crisol de alquimista; el ramaje se diría que es
de bronce antiguo, de cobre nuevo, de cristal hilado; los parterres de flores
no parecen flores sino una exuberante joyería hecha con rubís, ágatas, ónices,
esmeraldas, corindones, crisoberilos, amatistas y calcedonias; es el universal
y loco resplandor de las cosas; es la materia, la naturaleza frenéticamente
retorcida hasta el paroxismo, llevada al culmen de la exacerbación; la forma se
vuelve pesadilla, el color se torna en llamas, lavas y pedrerías, la luz
incendia, da vida y fiebre alta. …
Noche estrellada Sant-Rémy, 1889 Óleo sobre tela, 73,7x92,1 cm Museo de arte moderno de Nueva York |
… Sin embargo, en mi opinión, en el
caso de Vincent van Gogh, a pesar de la desconcertante extrañeza de sus obras,
es difícil para un espectador imparcial y bien informado negar o cuestionar la
veracidad ingenua de su arte, la ingenuidad de su visión.
En efecto, con independencia de este indefinible aroma a buena fe y de
visión verdadera que desprenden todos sus cuadros, la elección de los temas, la
armonía constante entre las notas de color más excesivas, el estudio
concienzudo de los caracteres, la continua búsqueda del código esencial de cada
cosa… mil detalles significativos dan prueba de su profunda y casi infantil sinceridad,
de su gran amor por la naturaleza y por la verdad – de su verdad personal.
Teniendo en cuenta esto, por lo tanto se puede deducir legítimamente que
las obras de Vincent van Gogh pertenecen al temperamento de un hombre, o mejor,
al de un artista – una deducción que se puede corroborar, si queréis, con datos
biográficos. Lo que caracteriza toda su obra es el exceso. . . el exceso en la
fuerza, el exceso de nerviosismo, la violencia
de su expresión. En su afirmación categórica del carácter de las cosas, en su
frecuente y temeraria simplificación de las formas, en su insolencia para fijar
el sol de frente, en la pasión vehemente de su dibujo y su color, incluso en
los más pequeños detalles de su técnica… se revela una figura poderosa,
masculina, audaz, a menudo brutal… y sin
embargo ingenuamente delicado.
Además, se adivinan los excesos casi
orgiásticos en todos lo que pinta, es un exaltado, un enemigo de las
sobriedades burguesas y sus minucias, una especie de gigante ebrio más apto
para remover montañas que para manejar chucherías en los estantes, un cerebro
en ebullición derramando su lava por todos los recovecos del arte, un
irresistible, un terrible y enloquecido genio, muchas veces sublime, grotesco
otras, casi siempre al borde de la patología. A fin de cuentas, y sobre todo,
es un hiperestésico con síntomas claros que percibe intensidades anormales,
quizás incluso, dolorosas, percibe los imperceptibles y secretos caracteres de
las líneas y las formas, pero más aún los colores, las luces, los matices
invisibles para las pupilas sanas, las mágicas irisaciones de las sombras. He
aquí el origen de su realismo, su neurosis. Y he aquí por qué su sinceridad y
verdad son tan diferentes del realismo, de la sinceridad y verdad de los
grandes y pequeños burgueses holandeses, ellos, con cuerpo tan sano, con un
alma tan equilibrada, fueron sus antepasados y maestros.
Trigal con ciprés Saint-Rémy, 1889 Óleo sobre tela, 73x93,5 cm National Gallery de Londres |
… Es, casi siempre, un simbolista.
No un simbolista como los primitivos italianos, esos místicos que intentaban
experimentar el deseo de desmaterializar sus sueños, sino un simbolista que
siente la continua necesidad de revestir sus ideas con formas precisas,
ponderables y tangibles, con envolturas intensamente carnales y materiales. En
casi todas sus telas, bajo esta envoltura mórfica, bajo esta carne tan carnosa,
bajo esta materia tan material, subyace, para el espíritu que sabe verlo, un
pensamiento, una Idea, y esta Idea, el sustrato esencial de la obra, es al
mismo tiempo, la causa eficiente y final. En cuanto a las brillantes y resplandecientes
sinfonías de líneas y colores, cualquiera que sea su importancia para el
pintor, en su trabajo no son más que simples medios expresivos, simples
procedimientos de simbolización.
… En todas sus obras, la ejecución es vigorosa, exaltada, brutal, intensa.
Su dibujo, rabioso, pujante, a menudo, desmañado y un poco rudo, exagera el
carácter, lo simplifica, pasa a ser el de un maestro triunfante por encima del
detalle y alcanza la magistral síntesis, el gran estilo a veces, pero no
siempre.
Su color ya lo conocemos. Es inverosímilmente deslumbrante. Que yo sepa, es
el único pintor que percibe el cromatismo de las cosas con esta intensidad, con
esta cualidad metálica, gémica. Su investigación de las coloraciones de la
sombras, de las influencias de los tonos sobre los tonos, de los soles plenos
son las más curiosas. Él no sabe evitar siempre algunas crudezas desagradables,
ciertas discordancias, ciertas disonancias… En cuanto a la factura propiamente
dicha, a sus procedimientos inmediatos para iluminar la tela, son, como todo lo
suyo, fogosos, poderosos y muy
nerviosos. Su pincel opera mediante
enormes empastes de tonos muy puros, mediante regueros curvados, rotos por
toques rectilíneos…, mediante el amontonamiento, a veces desmañado de una
rutilante construcción, y todo esto da a algunos de sus cuadros la apariencia sólida de deslumbrantes murallas hechas de cristales de y de sol.
Este robusto y verdadero artista, con tanta raza, con las brutales
manos de un gigante y los nervios de una
mujer histérica, con el alma iluminada, tan original y tan apartado de nuestro
lastimoso arte actual… ¿Conocerá algún día – todo es posible –la alegría de la
rehabilitación, el reconocimiento y cuidado de la moda? Quizás. Pero cuando
llegue, aun cuando la moda pague sus telas – lo que poco probable – al precio
de las pequeñas infamias de Mr. Messonier, no creo que haya mucha sinceridad en
esta tardía admiración por parte del gran público. Vincent Van Gogh es, a la
vez, demasiado simple y sutil para el espíritu burgués contemporáneo. ¡Nunca
será plenamente comprendido más que por sus hermanos, los artistas muy artistas…
y por los felices del pueblo llano, quienes por suerte habrán podido escapar de
las piadosas enseñanzas laicas!"
Albert Aurier
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada