El miércoles pasado asistimos, en el Museo i Pobalt Ibèric de Ca n’Oliver, a la conferencia del historiador Josep Lluís
Negrerira “Memòria d’un temps de fam”, en la que también intervinieron testigos
directos de aquella época.
La memoria colectiva se nutre de infinidad de memorias individuales; así, una
alegre anciana, decimotercera descendiente de una familia andaluza, que vino a cuidar a su madre,
aún recuerda el ahogo y la falta de luz que sintió al bajar en la
estación de Francia, en su primer viaje a Barcelona. O la circunspecta
descendiente de mineros leoneses, recuerda el duro pan negro que comía y el
brazo en alto que le obligaban a sostener en alto, mientras cantaba una canción
patriótica, antes de entrar en la escuela. El electricista murciano narra con qué
facilidad cambiaba de trabajo en la Cerdanyola de los años sesenta; y la que
fue niña barcelonesa en los años de la inmediata posguerra, aún hoy recuerda como comían gachas a todas
horas o un chusco de pan, breve y duro hecho de harina de altramuces. También
recuerda con vivo dolor, como algunas mujeres empapaban, del aceite caído en la
tienda del racionamiento, retales de
tela que guardaban en un recipiente para llevar un poco de aceite extra a casa.
La larga posguerra española, pautada por un régimen sectario y vengativo
que hizo sufrir hambre, escasez y salarios de miseria a la inmensa mayoría de la
población, fue el tiempo de su infancia, juventud e incipiente madurez. Vivieron una época donde hubo más obligaciones
y trabajos que juegos y alegría. Todos recuerdan que fue un tiempo de tristeza,
grisura y miedo, pero también fue la época de su formación como personas, fue
su tiempo de jugar, enamorarse, soñar y
luchar por una vida mejor.
Es su testimonio directo de una época oscura y mendaz. Su ejemplo ha de
servir para rechazar los actuales movimientos sectarios, autárquicos y claramente
fascistas que están ganando terreno en nuestro tejido social europeo: Porque fueron
ellos solos, con su lucha y su trabajo, los que consiguieron dejar atrás tanta grisura
y la tristeza.
No volvamos a cometer los mismos errores impelidos por el miedo o un
cobarde conformismo.
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