La casa amarilla ólero sobre tela Arlés, septiembre 1888 Museo van Gogh, Amsterdam |
“Vincent
plasmo en pintura estás ideas sobre la vida. En un lienzo enorme (más de 60 x
90 cm) transformo la humilde vivienda del número 2 de la Place Lamartine en un
monumento amarillo. Al situar su pequeña casa en medio del lienzo entre dos
perspectivas a plomo, la afianzó en el soleado Midi tan inamoviblemente como a
la vieja torre de Nuenen en el negro suelo del brezal. Su amarillo color “mantequilla
fresca” y el brillante cielo color cobalto repelían a los monstruosos grises de
la torre y sus nubes bajas, al igual que las bulliciosas multitudes de la
Avenue Montmajour (parejas con niños, bebedores de cafè) se burlaban de las
tumbas sin vida al pie de la torre, incluida la de su padre. La
Casa Amarilla surge, atractiva y eterna, del brillante campo circundante
como un haz de luz, un rayon blanc
que contrastaba con el rayon noir de
la torre de la iglesia.
En otro gran
lienzo pinto el único lugar de la casa donde podía soñar en paz: su dormitorio.
Abajo, la realidad siempre tendía a entrometerse: acreedores que le perseguían,
modelos que le rechazaban, prostitutas que no querían acostarse con él o
colegas artistas que tampoco le querían. Pero en su dormitorio podía cerrar la
puerta a todo aquello y leer sobre las ideas religiosas de Tolstoi o la música
de Wagner. “AI fin y al cabo”, cavilaba, “todos queremos vivir más musicalmente”.
Podía quedarse despierto hasta altas horas de la noche, dando vueltas a ideas
de ese tipo o musitando himnos, como solía hacer en Inglaterra. Flotaba sobre
el “cinismo”, el “escepticismo” y las “patrañas” del mundo entre nubes de humo
de pipa y sueños.
Para captar la
música que le daba serenidad, colocó su caballete en una esquina de su pequeña
habitación y cubrió el lienzo con su santuario interior. En el pasado había
pintado a menudo espacios vitales de su interior para regalar a la familia como
souvenirs o guardarlos para el recuerdo.
Sin embargo, ahora contaba con una nueva forma de registro: “El color lo es
todo”, decía alardeando de su cuadro incluso antes de que estuviera terminado, ”pues
simplifica y da más estilo a las cosas”. También tenía una nueva razón para
pintar. Al igual que en su cuadro de la Casa Amarilla, en La
habitación, con unos muebles demasiado grandes y una perspectiva
exagerada, transformaba lo mundano en monumental. Las formas simplificadas y
los colores saturados convertían una escena doméstica en una vidriera de
colores (“en tonos mate”, escribió reafirmando el mantra del cloisonismo), toda
una celebración en tonos complementarios vivos y muebles con los que decoro la
santidad de la vida interior. “Contemplar este cuadro debería dar reposo al
cerebro”, decía, “o a la imaginación”.
La habitación ólero sobre tela Arlés, octubre 1888 Museo van Gogh, Amsterdam |
En Nuenen
había pintado Naturaleza muerta con biblia para reivindicar su
desafiante vida en los brezales. En La habitación recordaba las ilimitadas
posibilidades que le ofrecían sus sueños en el Midi. El suelo de tarima es como
un libro abierto que contuviera no el deprimente texto de su padre, sino el joie de vivre de las novelas de Zola:
una cama lo suficientemente grande para dos personas, hecha de madera de pino
color naranja, tan maciza como un barco, y un par de sillas con el asiento de
color rojo encendido. Sobre el cabezal, el humo turquesa del fumador y su
sombrero de paja colgando de un clavo. Sobre la cama los retratos del
desaparecido Boch y de un Milliet a punto de irse, que, decía, “daban vida a la
casa”. La luz amarilla del sol se colaba por entre las contraventanas cerradas
arrojando una luz color limón sobre las fundas de las almohadas y las sábanas.
Las desafiantes pinceladas de color que había utilizado para las páginas de la
biblia, escapan de su prisión de gris y llenan el lienzo de un cúmulo de
contrastes: una palangana azul sobre una encimera naranja, un suelo rosa con
algo de verde; el fondo amarillo y las puertas color lila, una toalla verde
menta apoyada contra una pared turquesa y, sobre la cama, una colcha color
escarlata. En la parte trasera de la pequeña habitación, junto a la ventana,
colgaba de la pared un pequeño espejo para afeitarse. No refleja una imagen sino
un color, el mismo sereno verde Veronese que irradiaba de la cabeza afeitada
del bonzo y se reflejaba en sus ojos.”
Van Gogh,la vida
Steven Naifeh y Gregory White Smith
Pág. 600-601
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