Publicada el
1887. És la primera de les quatre novel·les de Conan Doyle protagonitzada pel
detectiu Sherlock Holmes, en la qual el personatge és presentat per primera
vegada. El seu company, el doctor John Watson, narra la història.
1. Mr.
Sherlock Holmes
“En el año 1878 obtuve el título de doctor en medicina por la
Universidad de Londres, asistiendo después en Netley a los cursos que son de
rigor antes de ingresar como médico en el ejército. Concluidos allí mis
estudios, fui puntualmente destinado al regimiento de Fusileros de
Northumberland en calidad de médico ayudante. (…)
Durante meses
no se dio un ardite por mi vida, y una vez vuelto al conocimiento de las cosas,
e iniciada la convalecencia, me sentí tan extenuado, y con tan pocas fuerzas,
que el consejo médico determinó sin más mi inmediato retorno a Inglaterra.
Despachado en el transporte militar Orantes, al mes de travesía toqué tierra en
Portsmouth, con la salud malparada para siempre y nueve meses de plazo,
sufragados por un gobierno paternal, para probar a remediarla.
No tenía en Inglaterra parientes ni amigos, y era, por tanto,
libre como una alondra ––es decir, todo lo libre que cabe ser con un ingreso
diario de once chelines y medio––.
Hallándome en semejante coyuntura gravité naturalmente hacia
Londres, sumidero enorme donde van a dar de manera fatal cuantos desocupados y
haraganes contiene el imperio. Permanecí durante algún tiempo en un hotel del
Strand, viviendo antes mal que bien, sin ningún proyecto a la vista, y gastando
lo poco que tenía, con mayor liberalidad, desde luego, de la que mi posición
recomendaba. Tan alarmante se hizo el estado de mis finanzas que pronto caí en
la cuenta de que no me quedaban otras alternativas que decir adiós a la
metrópoli y emboscarme en el campo, o imprimir un radical cambio a mi modo de
vida. Elegido el segundo camino, principié por hacerme a la idea de dejar el
hotel, y sentar mis reales en un lugar menos caro y pretencioso.
No había pasado un día desde semejante decisión, cuando,
hallándome en el Criterion Bar, alguien me puso la mano en el hombro, mano que
al dar media vuelta reconocí como perteneciente al joven Stamford, el antiguo
practicante a mis órdenes en el Barts. La vista de una cara amiga en la jungla
londinense resulta en verdad de gran consuelo al hombre solitario. En los
viejos tiempos no habíamos sido Stamford y yo lo que se dice uña y carne, pero
ahora lo acogí con entusiasmo, y él, por su parte, pareció contento de verme. (…)
-
¿Y qué proyectos tiene?
-
Busco alojamiento ––repuse––.
Quiero ver si me las arreglo para vivir a un precio razonable.
-
Cosa extraña ––comentó mi
compañero––, es usted la segunda persona que ha empleado esas palabras en el
día de hoy.
-
¿Y quién fue la primera?
––pregunté.
-
Un tipo que está trabajando
en el laboratorio de química, en el hospital. Andaba quejándose esta mañana de
no tener a nadie con quien compartir ciertas habitaciones que ha encontrado,
bonitas a lo que parece, si bien de precio demasiado abultado para su bolsillo.
-
¡Demonio! ––exclamé––, si
realmente está dispuesto a dividir el gasto y las habitaciones, soy el hombre
que necesita. Prefiero tener un compañero antes que vivir solo.
El joven Stamford, el vaso en la
mano, me miró de forma un tanto extraña.
-
No conoce todavía a Sherlock
Holmes ––dijo––, podría llegar a la conclusión de que no es exactamente el tipo
de persona que a uno le gustaría tener siempre por vecino.
-
¿Sí? ¿Qué habla en contra
suya?
-
Oh, en ningún momento he
sostenido que haya nada contra él. Se trata de un hombre de ideas un tanto
peculiares..., un entusiasta de algunas ramas de la ciencia. Hasta donde se me
alcanza, no es mala persona.
-
Naturalmente sigue la carrera
médica ––inquirí.
-
No... Nada sé de sus
proyectos. Creo que anda versado en anatomía, y es un químico de primera clase;
pero según mis informes, no ha asistido sistemáticamente a ningún curso de
medicina. Persigue en el estudio rutas extremadamente dispares y excéntricas,
si bien ha hecho acopio de una cantidad tal y tan desusada de conocimientos,
que quedarían atónitos no pocos de sus profesores.
-
¿Le ha preguntado alguna vez
qué se trae entre manos?
-
No; no es hombre que se deje
llevar fácilmente a confidencias, aunque puede resultar comunicativo cuando
está en vena.
-
Me gustaría conocerle
––dije––. Si he de partir la vivienda con alguien, prefiero que sea persona
tranquila y consagrada al estudio. No me siento aún lo bastante fuerte para
sufrir mucho alboroto o una excesiva agitación. Afganistán me ha dispensado
ambas cosas en grado suficiente para lo que me resta de vida. ¿Cómo podría
entrar en contacto con este amigo de usted?
-
Ha de hallarse con seguridad
en el laboratorio ––repuso mi compañero––. O se ausenta de él durante semanas,
o entra por la mañana para no dejarlo hasta la noche. Si usted quiere, podemos
llegarnos allí después del almuerzo.
-
Desde luego ––contesté, y la
conversación tiró por otros derroteros.
Una vez fuera de Holborn y rumbo
ya al laboratorio, Stamford añadió algunos detalles sobre el caballero que
llevaba trazas de convertirse en mi futuro coinquilino.
-
Sepa exculparme si no llega a
un acuerdo con él ––dijo––, nuestro trato se reduce a unos cuantos y
ocasionales encuentros en el laboratorio. Ha sido usted quien ha propuesto este
arreglo, de modo que quedo exento de toda responsabilidad.
-
Si no congeniamos bastará que
cada cual siga su camino ––repuse––. Me da la sensación, Stamford –– añadí
mirando fijamente a mi compañero––, de que tiene usted razones para querer
lavarse las manos en este negocio. ¿Tan formidable es la destemplanza de
nuestro hombre? Hable sin reparos.
-
No es cosa sencilla expresar
lo inexpresable ––repuso riendo––. Holmes posee un carácter demasiado científico
para mi gusto..., un carácter que raya en la frigidez. Me lo figuro ofreciendo
a un amigo un pellizco del último alcaloide vegetal, no con malicia,
entiéndame, sino por la pura curiosidad de investigar a la menuda sus efectos.
Y si he de hacerle justicia, añadiré que en mi opinión lo engulliría él mismo
con igual tranquilidad. Se diría que habita en su persona la pasión por el
conocimiento detallado y preciso.
-
Encomiable actitud.
-
Y a veces extremosa... Cuando
le induce a aporrear con un bastón los cadáveres, en la sala de disección, se
pregunta uno si no está revistiendo acaso una forma en exceso peculiar.
-
¡Aporrear los cadáveres!
-
Sí, a fin de ver hasta qué
punto pueden producirse magulladuras en un cuerpo muerto. Lo he contemplado con
mis propios ojos.
-
¿Y dice usted que no estudia
medicina?
-
No. Sabe Dios cuál será el
objeto de tales investigaciones... Pero ya hemos llegado, y podrá usted formar
una opinión sobre el personaje. (…)
-
Ya lo tengo! ¡Ya lo tengo!
––gritó a mi acompañante mientras corría hacia nosotros con un tubo de ensayo
en la mano––. He hallado un reactivo que precipita con la hemoglobina y
solamente con ella.
El descubrimiento de una mina de
oro no habría encendido placer más intenso en aquel rostro.
-
Doctor Watson, el señor
Sherlock Holmes ––anunció Stamford a modo de presentación."
Estudio en escarlata
(1887)
Primera parte
(Reimpresión de las memorias de John H.
Watson,
doctor en medicina y oficial retirado del
Cuerpo de Sanidad)
Arthur Conan Doyle
(fragment)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada