2 de des. 2014

ponte di Rialto

ponte di Rialto
“Brunetti decidió ir a casa andando, para disfrutar de las estrellas y de las calles solitarias. Se paró delante del hotel, calculando distancias. El plano de la ciudad que cada veneciano tiene impreso en la mente le indicaba que el camino más corto era por el puente de Rialto. Cortando por campo San Fantin y un laberinto de callejuelas, saldría al puente. No se cruzó con nadie y tenía la extraña sensación de encontrarse solo en la ciudad dormida. En San Luca, pasó por delante de la farmacia, uno de los pocos lugares que estaban abiertos toda la noche, además de la estación, donde dormían los sin hogar y los locos.



Ya estaba al borde del agua, con el puente a la derecha. Qué típicamente veneciano: visto desde lejos, parecía altivo e ingrávido, pero al acercarte lo veías firmemente asentado en el barro de la ciudad.

Al otro lado del puente, cruzó el mercado, ahora desierto. Generalmente, pasar por aquí era un calvario, porque tenías que abrirte paso a empujones y codazos. La calle estaba abarrotada de rebaños de turistas que se apretujaban entre los puestos de verduras a un lado y las tiendas de souvenirs de la peor especie al otro; pero ahora tenía toda la calle para sí y podía caminar a su aire. Delante de él, en el centro de la calzada, una pareja se abrazaba pegándose por las caderas, ciegos a la belleza que los envolvía, pero, quizá, inspirados por ella.
A la altura del reloj, dobló hacia la izquierda, contento de estar casi en casa. Al cabo de cinco minutos, llegaba a Biancat, la floristería, su tienda favorita, cuyos escaparates ofrecían todos los días a la ciudad una explosión de belleza. Esta noche, a través del húmedo cristal, resplandecían rosas amarillas en grandes cubos y, detrás, se adivinaba una nube de pálido jazmín. Pasó deprisa por delante del segundo escaparate, lleno de misteriosas orquídeas, una flor que siempre le había parecido un poco caníbal.”


Muerte en la Fenice

Donna Leon

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