“-¿Cuándo
supo usted que había descubierto de qué eran las inyecciones?
-Una noche,
yo estaba aquí, leyendo. No le había acompañado al ensayo, como acostumbraba.
Era penoso oír aquella música discordante, aquellas entradas a destiempo, y
saber que yo era la causante, tan cierto como si le hubiera quitado la batuta
de la mano y la hubiera sacudido en el aire a mi capricho. - Calló, como si
escuchara las disonancias de aquellos ensayos.
Yo estaba
aquí, leyendo, o tratando de leer, cuando oí... - Levantó la mirada al pronunciar
esta palabra y dijo, como la actriz que recita un aparte en el escenario-:
Dios, y qué difícil es evitar esta palabra – y volvió a meterse en su papel-.
Era temprano, había vuelto temprano del teatro. Le oí venir por el pasillo y
abrir esa puerta. Todavía tenía puesto el abrigo y llevaba la partitura de La Traviata. Era una de sus óperas
favoritas. Le encantaba dirigirla. Entró y se quedó ahí de pie, sí, ahí - señalaba
un lugar en el que ya no había nadie-. Me miró y me preguntó: “Has sido tú,
¿verdad?” -Ella miraba la puerta, esperando volver a oír las palabras.
-¿Y usted le
contestó?
-Era lo menos
que le debía, ¿no le parece? -preguntó con voz serena y razonable-. Le dije que
sí, que se lo había hecho yo.
-¿Y él qué
dijo?
-Nada. Se
fue. No de la casa, sólo de la habitación. A partir de entonces nos las
arreglamos para no volver a vernos hasta el día de la prima.
-¿No la
amenazó? ¿No dijo que la denunciaría a la policía? ¿Que se lo haría pagar?
Ella parecía realmente sorprendida
por la pregunta.
-¿De qué
hubiera servido? Si ha hablado con el médico, debe de saber que el daño es
permanente. Ni la policía ni nadie podían devolverle el oído. En cuanto a
hacérmelo pagar... -Se interrumpió para encender otro cigarrillo-. Eso sólo podía
conseguirlo haciendo lo que hizo.
-¿Y qué hizo?
-preguntó Brunetti.
Ella le reprendió entonces
abiertamente:
-Si sabe
usted tanto como parece, también sabrá esto.
El comisario sostuvo la mirada
de la mujer, con gesto inexpresivo.
-Tengo
todavía dos preguntas para usted, signora.
La primera es una pregunta sincera, que hago por ignorancia. La segunda es más
simple, y ya creo saber la respuesta.
-Entonces
empiece por la segunda.
-Se refiere a
su marido. ¿Por qué iba a querer hacérselo pagar de esa manera?
-¿Quiere
decir haciendo que pareciera que lo había matado yo?
-Sí.
Él observaba sus esfuerzos por explicarse, veía cómo las
palabras empezaban a formarse, para desvanecerse enseguida, olvidadas. Por fin,
dijo en voz baja:
-Él se
consideraba por encima de la ley, la ley que todos los demás debíamos acatar.
Supongo que creía que su genio le daba este derecho. Y Dios sabe que todos le
animábamos a creerlo así. Hicimos de él un dios de la música al que adorábamos
de rodillas. - Se interrumpió y le miró-. Perdone, no estoy contestando su
pregunta. Usted quiere saber si él era capaz de hacer que pareciera que yo era
la responsable. Pero, ya ve - dijo levantando las manos hacia él, como si
tratara de extraerle comprensión-, yo era realmente responsable. Él tenía derecho
a hacerme eso. Hubiera sido menos horrible si yo le hubiese matado con mis
propias manos; eso hubiera dejado la leyenda intacta. -Dejó de hablar, pero
Brunetti no dijo nada.
Estoy
tratando de decirle cómo lo veía él. Yo lo conocía bien, sabía lo que sentía,
lo que pensaba. -Hizo otra pausa y prosiguió con el intento de hacerle
comprender-. Cuando murió, me di cuenta de cuál había sido su intención al
pedirme que subiera al camerino; pero, aunque parezca extraño, entonces me
pareció, y sigue pareciéndomelo ahora, que tenía derecho a hacerlo, a
castigarme. En cierto modo, él era su música. Y yo, en lugar de matarlo a él,
había matado su música. Había matado su genio. Lo comprendí durante los
ensayos, cuando le veía mirar por encima de esas gafas, tratando de oír por el
inútil audífono lo que estaba haciendo con la música. Y no lo oía. No lo oía. -
Sacudió la cabeza ante algo que no comprendía-. Pero no hacía falta que me
castigara él, señor Brunetti. Ya he sido castigada. He vivido en el infierno.”
Muerte en la Fenice
Donna Leon
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