“Abrió cuidadosamente el cajón para volver a poner el viejo álbum en su
sitio. Encontró un impedimento y tardó un poco en darse cuenta de lo que era:
bajo el papel floreado con que su madre había forrado hacia años los cajones,
había todavía una fotografía, con su cristal y su marco. ¡La abuela! […]
-¡Qué cosa más rara!, ¿por qué
quitaría mi padre de ahí a la abuela? ¿Sería por antipatía?
¡Pero, no, no podía ser!
-Bueno, ¿y yo qué sé? ¿Qué se sabe
de los padres?, ¿y de los hijos?
-En fin, ¿y qué importancia
tiene? ¿Por qué ha de sentirse como una carencia el no recordar y el no haber
comprendido? Y, sin embargo, lo siento en mí como un hueco que hay que llenar.
Como si yo no hubiese tenido niñez, como si lo ocurrido no hubiese ocurrido. […]
Anna subió despacio la escalera,
hacia su vieja habitación infantil, se echó sobre la cama, sintió el cansancio
que la llenaba. Al borde mismo del sueño, de pronto se dio cuenta de haber
hecho un descubrimiento importante: a lo mejor lo que le ocurría era que tenía
muy pocos recuerdos de infancia, porque lo que ella había vivido no era más que
una descripción, un relato en el que no le era posible reconocerse realmente. […]
Anna saco las bolitas de canela
del horno. La desesperación que la invadía llego a ser insoportable. Era espantoso,
tanta descarada jactancia, aquel cerebro en disolución que vomitaba recuerdos
inconexos.
¿Y serían recuerdos después de todo?
A lo mejor no eran más que menturas que habían ido creciendo y complicándose
con el paso de los años.
-No quiero envejecer, se dijo, Y
al servir el café en las tazas, pensó: -¿Cómo será posible que yo llegue a ser
así? […]
Hanna
Broman. ¿Quién fuiste? […] De pronto Anna oye una pregunta. Es la niña que
dice: - ¿Por qué no es una abuela como las de
verdad?, ¿una abuela de esas de sentarse en sus rodillas y contar cuentos? Y la
voz de su madre: -Es que es vieja y está muy trabajada, Anna. Ya está un poco
cansada de tanto niño. Y en su vida nunca ha tenido tiempo para cuentos de
hadas. […]
—A ti lo que te pasaba —le dijo
Anna a la foto - es que eras demasiado práctica.
A lo mejor me equivoco, pensó,
apartando la vista de la foto y mirando al mar por la ventana abierta.
Sus ojos buscaron un largo
trecho que pasaba por delante de las casitas, donde vivía la nueva gente anónima,
tabiques de madera por medio, y sin apenas conocerse entre sí, ni de nombre
siquiera. A lo mejor lo que les pasaba a las dos mujeres era que sentían una
triste añoranza de la aldea de la que procedían. Y que trataban de recrear ese vínculo,
esa sensación de la aldea perdida desde que vivían en la gran ciudad. […]
Anna se acordó de pronto: Es un
recuerdo clarísimo, se dijo, sorprendida. En tomo a la mesa de la comida
dominical se oían voces inquisitivas que se cebaban en lo que decía la maestra
del pueblo de que Anna era una chica muy dotada.
-¿Dotada?, ¡pero si aún es muy
joven!
La maestra se refería a sus estudios.
Y la abuela, oyéndolo, se reía y se sonrojaba, encontraba que no era propio
decir cosas así. Dirigió una larga mirada a la niña, diciéndole:
— ¡Para lo que te va a servir!, ¡tampoco
tú escapará, por mucho que te envanezcas!
Posiblemente fueran estás
palabras las que decidieron el porvenir de Anna, porque eso de -después
de todo no es más que, una chica- despertaba la ira de su padre, que no quería
reconocer lo mucho que le fastidiaba que su único vástago fuese hembra.
— Anna tendrá que decidir por sí
misma. Si quiere estudiar, habrá que permitírselo.
¿Cómo olvidar ese domingo, esa
conversación?», pensaba Anna, volviendo a la cama y mirando de nuevo la fotografía.
—Te equivocaste, vieja bruja
—dijo —. Estudié, ¡vaya si estudié!, y me examiné y todo, y tuve éxito, y me
moví por el mundo, y de una forma que tu ni podrías soñar.
Y también me envanecí, como
solías decir, como solían decir todos. Y, por lo que a ti respecta, tú, vieja
bruja, te convertiste en un fósil, en un residuo primitivo, en un resto de un
tiempo desaparecido. Te excluí de mi vida, y te convertiste en el recuerdo
penoso de un origen del que me avergonzaba.
Esa es la razón de que nunca
llegase a conocerte, y de que ahora no
me queden recuerdos de ti. Pero también es ésa la razón de que tu foto me hable
con tanta fuerza. Y es que me dice con completa claridad que también tú, sí, tú,
fuiste una chica muy dotada.
Tus prejuicios eran distintos de
los míos, eso es bien cierto. Pero a veces tenías razón, y sobre todo cuando
decías que tampoco conseguiría yo escapar a mi suerte por mucho que lo
intentase. Incluso a mí me esperaba eso: una vida de mujer.”
Las hijas
de Hanna
Marianne
Fredriksson
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