27 de des. 2014

la abuela Hanna

“Abrió cuidadosamente el cajón para volver a poner el viejo álbum en su sitio. Encontró un impedimento y tardó un poco en darse cuenta de lo que era: bajo el papel floreado con que su madre había forrado hacia años los cajones, había todavía una fotografía, con su cristal y su marco. ¡La abuela! […]

-¡Qué cosa más rara!, ¿por qué quitaría mi padre de ahí a la abuela? ¿Sería por antipatía?
¡Pero, no, no podía ser!
-Bueno, ¿y yo qué sé? ¿Qué se sabe de los padres?, ¿y de los hijos?
-En fin, ¿y qué importancia tiene? ¿Por qué ha de sentirse como una carencia el no recordar y el no haber comprendido? Y, sin embargo, lo siento en mí como un hueco que hay que llenar. Como si yo no hubiese tenido niñez, como si lo ocurrido no hubiese ocurrido. […]

Anna subió despacio la escalera, hacia su vieja habitación infantil, se echó sobre la cama, sintió el cansancio que la llenaba. Al borde mismo del sueño, de pronto se dio cuenta de haber hecho un descubrimiento importante: a lo mejor lo que le ocurría era que tenía muy pocos recuerdos de infancia, porque lo que ella había vivido no era más que una descripción, un relato en el que no le era posible reconocerse realmente. […]

Anna saco las bolitas de canela del horno. La desesperación que la invadía llego a ser insoportable. Era espantoso, tanta descarada jactancia, aquel cerebro en disolución que vomitaba recuerdos inconexos.
¿Y serían recuerdos después de todo? A lo mejor no eran más que menturas que habían ido creciendo y complicándose con el paso de los años.
-No quiero envejecer, se dijo, Y al servir el café en las tazas, pensó: -¿Cómo será posible que yo llegue a ser así? […]

Hanna Broman. ¿Quién fuiste? […] De pronto Anna oye una pregunta. Es la niña que dice:           - ¿Por qué no es una abuela como las de verdad?, ¿una abuela de esas de sentarse en sus rodillas y contar cuentos? Y la voz de su madre: -Es que es vieja y está muy trabajada, Anna. Ya está un poco cansada de tanto niño. Y en su vida nunca ha tenido tiempo para cuentos de hadas. […]

—A ti lo que te pasaba —le dijo Anna a la foto - es que eras demasiado práctica.
A lo mejor me equivoco, pensó, apartando la vista de la foto y mirando al mar por la ventana abierta.
Sus ojos buscaron un largo trecho que pasaba por delante de las casitas, donde vivía la nueva gente anónima, tabiques de madera por medio, y sin apenas conocerse entre sí, ni de nombre siquiera. A lo mejor lo que les pasaba a las dos mujeres era que sentían una triste añoranza de la aldea de la que procedían. Y que trataban de recrear ese vínculo, esa sensación de la aldea perdida desde que vivían en la gran ciudad. […]

Anna se acordó de pronto: Es un recuerdo clarísimo, se dijo, sorprendida. En tomo a la mesa de la comida dominical se oían voces inquisitivas que se cebaban en lo que decía la maestra del pueblo de que Anna era una chica muy dotada.
-¿Dotada?, ¡pero si aún es muy joven!
La maestra se refería a sus estudios. Y la abuela, oyéndolo, se reía y se sonrojaba, encontraba que no era propio decir cosas así. Dirigió una larga mirada a la niña, diciéndole:
— ¡Para lo que te va a servir!, ¡tampoco tú escapará, por mucho que te envanezcas!
Posiblemente fueran estás palabras las que decidieron el porvenir de Anna, porque eso de        -después de todo no es más que, una chica- despertaba la ira de su padre, que no quería reconocer lo mucho que le fastidiaba que su único vástago fuese hembra.
— Anna tendrá que decidir por sí misma. Si quiere estudiar, habrá que permitírselo.
¿Cómo olvidar ese domingo, esa conversación?», pensaba Anna, volviendo a la cama y mirando de nuevo la fotografía.
—Te equivocaste, vieja bruja —dijo —. Estudié, ¡vaya si estudié!, y me examiné y todo, y tuve éxito, y me moví por el mundo, y de una forma que tu ni podrías soñar.
Y también me envanecí, como solías decir, como solían decir todos. Y, por lo que a ti respecta, tú, vieja bruja, te convertiste en un fósil, en un residuo primitivo, en un resto de un tiempo desaparecido. Te excluí de mi vida, y te convertiste en el recuerdo penoso de un origen del que me avergonzaba.
Esa es la razón de que nunca llegase a conocerte,  y de que ahora no me queden recuerdos de ti. Pero también es ésa la razón de que tu foto me hable con tanta fuerza. Y es que me dice con completa claridad que también tú, sí, tú, fuiste una chica muy dotada.

Tus prejuicios eran distintos de los míos, eso es bien cierto. Pero a veces tenías razón, y sobre todo cuando decías que tampoco conseguiría yo escapar a mi suerte por mucho que lo intentase. Incluso a mí me esperaba eso: una vida de mujer.”

Las hijas de Hanna
Marianne Fredriksson

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