15 de març 2016

la inspiración






Raymond Chandler escribió un relato que titulaba: “El hombre que amaba a los perros”. En el mismo  contaba la historia de un asesino profesional que sentía una extraña predilección por los canes y que es el relato que Iván Cárdenas, el escritor protagonista de la novela de Padura, está leyendo en un atardecer de marzo de 1977 en la playa cubana de Santa María del Mar cuando se cruza en su vida Jaime López, que pasea en ese momento a dos espléndidos galgos rusos y que Iván bautizará como el hombre que amaba a los perros.


“En 1932 Raymond Chandler tiene 44 años, está casado con una mujer que le lleva dieciocho y le han despedido de su trabajo por tener problemas con la bebida y complicaciones con las  secretarias. Decide aprovechar la ocasión para cambiar de vida e intentar una vez más una carrera literaria en la que también había fracasado. Empieza a escribir un tipo diferente de literatura del que antes había intentado. Se trata de narraciones policíacas al estilo de las de Dashell Hammett. En diciembre de 1933 publica su primer cuento en Black Mask, la mejor de las revistas baratas de gran tirada especializadas en narraciones policíacas .A lo largo de su carrera, Chandler escribe veintitrés cuentos en revistas especializadas,  pero sólo quince se editan en forma de libro durante la vida de su autor, tanto en El simple arte de matar (1950), como en otras colecciones. Las ocho restantes únicamente se editan en forma de libro en 1964, cinco años después de su muerte. La razón de este hecho reside en la poca imaginación de Chandler, en las múltiples dificultades que tiene para escribir y en su extremada honradez, que sucesivamente le llevan a utilizar estos ocho cuentos como parte de sus tres primeras novelas y a creer que es una deshonestidad su reedición.

El sueño eterno (1939), su primera novela, se basa en Asesino en la lluvia (1935) y El telón (1936). Su segunda novela, Adiós, muñeca (1940), se apoya en El hombre que amaba los perros (1936), ¡Busquen a la muchacha! (1937) y El jade del mandarín (1937). Y La dama del lago (1943), su cuarta novela, pero comenzada a escribir en tercer lugar, está integrada por Bay City Blues (1938), La dama del lago (1939) y No hubo crimen en las montañas (1941).
{Aquí se publicó en 1978, los cinco primeros cuentos} bajo el título genérico Asesino en la lluvia, con una introducción de Philip Durham (…)  y descubre al estudioso la compleja forma de escribir de Chandler.
Cada uno de estos cuentos es un borrador para sus novelas, donde ensaya métodos narrativos, siempre en torno a un punto de vista único ostentado por un narrador, y prueba nombres para ese narrador, que sucesivamente pasa de ser anónimo a llamarse Carnady, John Dalmes, John Evans para terminar llamándose Philip Marlowe, al tiempo que es un terreno de cultivo donde se va forjando su personalidad. Mucho más lejos que esto, las tres novelas citadas no sólo se apoyan en los cuentos indicados, parten de sus tramas para agrandarlas y enriquecerlas, sino que en una complicadísima operación especialmente reagrupan varios personajes en uno, entremezclan capítulos enteros de diferentes cuentos con otros nuevos, hasta alcanzar un resultado que es la suma de los cuentos iniciales con unos pocos elementos nuevos.

Los resultados conseguidos en estos primeros cuentos de su carrera literaria son muy homogéneos. Son muy iguales, denotan un alto grado de profesionalidad y, como queda indicado, tienen un parentesco directo con sus novelas. En ellos aparece su peculiar forma narrativa, aunque esté en embrión su particular y hábil manera de dialogar y, lo que es más importante, la personalidad de Marlowe todavía no existe. El alto grado de nostalgia que emana de ese particular detective, que trabaja por muy poco dinero, que recibe grandes palizas en su intento de ayudar a cuantos le reclaman y que tanto al final como durante el transcurso de sus aventuras se encuentra solo -en gran medida transposición de la personalidad del propio Chandler y máximo atractivo de sus novelas-, no aparece, se está fraguando y todavía no ha llegado al papel.”

Augusto Martínez Torres

El País,  4 de octubre de 1978

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