30 de març 2016

la perversión de la utopía


“Al fin he podido leer la papelería de Iván. Más  de quinientos folios mecanografiados, plagados de tachaduras y añadidos,  pero cuidadosamente ordenados en tres sobres de Manila que también había rotulado con mi nombre completo: Daniel Fonseca Ledesma, como para evitar la menor confusión.

Mientras iba leyendo, sentía cómo el propio Iván salía de su piel y dejaba de ser una persona que escribía para convertirse en un personaje dentro de lo escrito: en su historia, mi amigo emerge como un condensado de nuestro tiempo, como un carácter a veces exageradamente trágico,  aunque con un indiscutible aliento de realidad. Porque el papel de Iván es el representar a la masa, a la multitud condenada al anonimato, y su personaje funciona también como metáfora de una generación y como prosaico resultado de una derrota histórica.

Aunque traté de evitarlo,  y me revolví y me negué, mientras leía fui sintiendo cómo me invadía la compasión. Pero solo por Iván, solo por mi amigo, porque él sí la merece, y mucha: la merece como todas las víctimas, como todas las trágicas criaturas cuyos destinos están dirigidos por fuerzas superiores que los desbordan y los manipulan hasta hacerlos mierda.  Ése ha sido nuestro sino colectivo,  y al carajo Trotski si con su fanatismo de obcecado y su complejo de ser histórico no creía que existieran las tragedias personales sino solo los cambios de etapas sociales y suprahumanas.  ¿ÍY las personas, qué? ¿Alguno de ellos pensó alguna vez en las personas? ¿Me preguntaron a mí, le preguntaron a Iván, si estábamos conformes con posponer sueños,  vida y todo lo demás hasta que se esfumaran (sueños, vida, y hasta el copón bendito) en el cansancio histórico y en la utopía pervertida?”


El hombre que amaba a los perros
Leonardo Padura
Tusquets, Barcelona 2011
Pág. 569-570


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