Rivera, Trotski y Bretón |
“Además del lento y trabado ejercicio de escritura al que regresé
después de recibir el libro de Luis Mercader -nunca había tenido idea de lo
difícil que puede ser escribir de verdad, con responsabilidad y visión de las
consecuencias y, para colmos, tratar de meterte en la cabeza de otro individuo
que existió en tu misma realidad, e imponerte pensar sentir como él-, aquel
período oscuro y hostil tuvo la recompensa de permitirme sacar completamente de
mi interior la que en realidad debió haber sido la vocación de mi vida: desde
el rústico y elemental consultorio que había montado en el barrio, no solo
vacuné perros y capé o enmudecí puercos que luego serían devorados, sino que
también pude dedicarme a ayudar a todos los que, como yo, amaban a los
animales, en especial a los perros. A veces ni yo mismo sabía dónde conseguía
medicinas e instrumental para mantener abiertas las puertas del consultorio,
justo en días en que hasta las aspirinas habían desaparecido de la isla y
cuando en la Escuela de Veterinaria recomendaban curar las enfermedades de la
piel con fomentos de manzanilla o escoba-amarga y los problemas intestinales
con sobaduras y la oración de san Luis Beltrán. Los precios simbólicos que
cobraba a los dueños de los animales -excepto a los que hacían negocios con
ellos, y allí entraban los criadores de cerdos, multiplicados por toda una
ciudad que se había convertido en un gigantesco y apestoso chiquero en procura
de un poco de manteca y carne- apenas cubrían los gastos y no habrían sido
suficientes para que sobreviviéramos Ana
y yo. Mi fama de buena persona, más que la de veterinario eficiente, se
extendió por la zona y la gente acudía a verme con animales tan flacos como
ellos (¿se imaginan una serpiente flaca?) y, casi contra toda razón en aquellos
días de oscuridad, a regalarme medicinas, sutura, vendas que por algún motivo
les sobraban, en una práctica fervorosa de la solidaridad entre los jodidos, que es la única verdadera. Y
participando de aquella solidaridad en la que Ana se enrolaba siempre que podía
-muchas veces era mi asistente en las vacunaciones, esterilizaciones y
desparasitaciones masivas que pude organizar-, alejado de cualquier pretensión
de reconocimiento o trascendencia personal, saludablemente apartado de los
circuitos del miedo y la sospecha, fui elemental y realmente la persona que más
se parecía a la que siempre hubiera querido ser, a la que, aún ahora, más me ha
gustado ser."
El hombre que amaba a los perros
Leonardo Padura
Tusquets, Barcelona 2011
Pág. 402-403
Manifiesto por un arte revolucionario independiente
André Bretón, León
Trotsky y Diego Rivera
“Puede afirmarse sin exageración, que nunca como hoy nuestra
civilización ha estado amenazada por tantos peligros. Los vándalos, usando sus
medios bárbaros, es decir, extremadamente precarios, destruyeron la antigua
civilización en un sector de Europa. En la actualidad, toda la civilización
mundial, en la unidad de su destino histórico, es la que se tambalea bajo la
amenaza de fuerzas reaccionarias armadas con toda la técnica moderna. No
aludimos tan sólo a la guerra que se avecina. Ya hoy, en tiempos de paz, la
situación de la ciencia y el arte se ha vuelto intolerable.
En aquello que de individual conserva en su génesis, en las
cualidades subjetivas que pone en acción para revelar un hecho que signifique
un enriquecimiento objetivo, un descubrimiento filosófico, sociológico,
científico o artístico, aparece como un fruto de un azar precioso, es decir,
como una manifestación más o menos espontánea de la necesidad. No hay que pasar
por alto semejante aporte, ya sea desde el punto de vista del conocimiento
general (que tiende a que se amplíe la interpretación del mundo), o bien desde
el punto de vista revolucionario (que exige para llegar a la transformación del
mundo tener una idea exacta de las leyes que rigen su movimiento). En
particular, no es posible desentenderse de las condiciones mentales en que este
enriquecimiento se manifiesta, no es posible cesar la vigilancia para que el
respeto de las leyes específicas que rigen la creación intelectual sea
garantizado.
No obstante, el mundo actual nos ha obligado a constatar la
violación cada vez más generalizada de estas leyes, violación a la que
corresponde, necesariamente, un envilecimiento cada vez más notorio, no sólo de
la obra de arte, sino también de la personalidad “artística”. El fascismo
hitleriano, después de haber eliminado en Alemania a todos los artistas en
quienes se expresaba en alguna medida el amor de la libertad, aunque esta fuese
sólo una libertad formal, obligó a cuantos aún podían sostener la pluma o el
pincel a convertirse en lacayos del régimen y a celebrarlo según órdenes y
dentro de los límites exteriores del peor convencionalismo. Dejando de lado la
publicidad, lo mismo ha ocurrido en la URSS durante el periodo de furiosa
reacción que hoy llega a su apogeo.
Ni que decir tiene que no nos solidarizamos ni un instante,
cualquiera que sea su éxito actual, con la consigna: “Ni fascismo ni comunismo”
consigna que corresponde a la naturaleza del filisteo conservador y asustado
que se aferra a los vestigios del pasado “democrático”. El verdadero arte, es
decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos,
sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad
actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar
a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para
liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la
humanidad entera elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían
alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una
revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. Pues si rechazamos
toda la solidaridad con la casta actualmente dirigente en la URSS es,
precisamente, porque a nuestro juicio no representa el comunismo, sino su más
pérfido y peligroso enemigo.
Bajo la influencia del régimen totalitario de la URSS, y a través
de los organismos llamados organismos “culturales” que dominan en otros países,
se ha difundido en el mundo entero un profundo crepúsculo hostil a la eclosión
de cualquier especie de valor espiritual. Crepúsculo de fango y sangre en el
que, disfrazados de artistas e intelectuales, participan hombres que hicieron
del servilismo su móvil, del abandono de sus principios un juego perverso, del
falso testimonio venal un hábito y de la apología del crimen un placer. El arte
oficial de la época estalinista refleja, con crudeza sin ejemplo en la
historia, sus esfuerzos irrisorios por disimular y enmascarar su verdadera
función mercenaria.
La sorda reprobación que suscita en el mundo artístico esta
negación desvergonzada de los principios a que el arte ha obedecido siempre y
que incluso los Estados fundados en la esclavitud no se atrevieron a negar de
modo tan absoluto, debe dar lugar a una condenación implacable. La oposición
artística constituye hoy una de las fuerzas que pueden contribuir de manera
útil al desprestigio y a la ruina de los regímenes bajo los cuales se hunde, al
mismo tiempo que el derecho de la clase explotada a aspirar a un mundo mejor,
todo sentimiento de grandeza e incluso de dignidad humana. La revolución
comunista no teme al arte. Sabe que al final de la investigación a que puede
ser sometida la formación de la vocación artística en la sociedad capitalista
que se derrumba, la determinación de tal vocación sólo puede aparecer como
resultado de una connivencia entre el hombre y cierto número de formas sociales
que le son adversas. Esta coyuntura, en el grado de conciencia que de ella
pueda adquirir, hace del artista su aliado predispuesto. El mecanismo de
sublimación que actúa en tal caso, y que el sicoanálisis ha puesto de
manifiesto, tiene como objeto restablecer el equilibrio roto entre el “yo”
coherente y sus elementos reprimidos. Este restablecimiento se efectúa en
provecho del “ideal de sí”, que alza contra la realidad, insoportable, las
potencias del mundo interior, del sí, comunes a todos los hombres y
permanentemente en proceso de expansión en el devenir. La necesidad de
expansión del espíritu no tiene más que seguir su curso natural para ser
llevada a fundirse y fortalecer en esta necesidad primordial: la exigencia de
emancipación del hombre.
En consecuencia, el arte no
puede someterse sin decaer a ninguna directiva externa y llenar dócilmente los
marcos que algunos creen poder imponerle con fines pragmáticos extremadamente
cortos. Vale más confiar en el don de prefiguración que constituye el
patrimonio de todo artista auténtico, que implica un comienzo de superación
(virtual) de las más graves contradicciones de su época y orienta el
pensamiento de sus contemporáneos hacia la urgencia de la instauración de un
orden nuevo.
La idea que del escritor tenía el joven Marx exige en nuestros
días ser reafirmada vigorosamente. Está claro que esta idea debe ser extendida,
en el plano artístico y científico, a las diversas categorías de artistas e
investigadores. “El escritor – decía Marx – debe naturalmente ganar dinero para
poder vivir y escribir, pero en ningún caso debe vivir para ganar dinero... El
escritor no considera en manera alguna sus trabajos como un medio. Son fines en
sí; son tan escasamente medios en sí para él y para los demás, que en caso
necesario sacrifica su propia existencia a la existencia de aquéllos... La
primera condición de la libertad de la prensa estriba en que no es un oficio.”
Nunca será más oportuno blandir esta declaración contra quienes pretenden
someter la actividad intelectual a fines exteriores a ella misma y,
despreciando todas las determinaciones históricas que le son propias, regir, en
función de presuntas razones de Estado, los temas del arte. La libre elección
de esos temas y la ausencia absoluta de restricción en lo que respecta a su
campo de exploración, constituyen para el artista un bien que tiene derecho a
reivindicar como inalienable. En materia de creación artística, importa
esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que no permita con
ningún pretexto que se le impongan sendas. A quienes nos inciten a consentir,
ya sea para hoy, ya sea para mañana, que el arte se someta a una disciplina que
consideramos incompatible radicalmente con sus medios, les oponemos una
negativa sin apelación y nuestra voluntad deliberada de mantener la fórmula:
toda libertad en el arte.
Reconocemos, naturalmente, al Estado revolucionario el derecho de
defenderse de la reacción burguesa, incluso cuando se cubre con el manto de la
ciencia o del arte. Pero entre esas medidas impuestas y transitorias de
autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer una dirección sobre la
creación intelectual de la sociedad, media un abismo. Si para desarrollar las
fuerzas productivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen
socialista de plan centralizado, en lo que respecta a la creación intelectual
debe desde el mismo comienzo establecer y garantizar un régimen anarquista de
libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna coacción, ni el menor rastro
de mando! Las diversas asociaciones de hombres de ciencia y los grupos colectivos
de artistas se dedicarán a resolver tareas que nunca habrán sido tan
grandiosas, pueden surgir y desplegar un trabajo fecundo fundado únicamente en
una libre amistad creadora, sin la menor coacción exterior.
De cuanto se ha dicho, se deduce claramente que al defender la
libertad de la creación, no pretendemos en manera alguna justificar la
indiferencia política y que está lejos de nuestro ánimo querer resucitar un
pretendido arte “puro” que ordinariamente está al servicio de los más impuros
fines de la reacción. No; tenemos una idea muy elevada de la función del arte
para rehusarle una influencia sobre el destino de la sociedad. Consideramos que
la suprema tarea del arte en nuestra época es participar consciente y
activamente en la preparación de la revolución. Sin embargo, el artista sólo
puede servir a la lucha emancipadora cuando está penetrado de su contenido
social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus nervios,
cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior.
En el periodo actual, caracterizado por la agonía del capitalismo,
tanto democrático como fascista, el artista, aunque no tenga necesidad de dar a
su disidencia social una forma manifiesta, se ve amenazado con la privación del
derecho de vivirla y continuar su obra, a causa del acceso imposible de ésta a
los medios de difusión. Es natural, entonces, que se vuelva hacia las
organizaciones estalinistas, que le ofrecen la posibilidad de escapar a su
aislamiento. Pero su renuncia a cuanto puede constituir su propio mensaje y las
complacencias terriblemente degradantes que esas organizaciones exigen de él, a
cambio de ciertas ventajas materiales, le prohíben permanecer en ellas, por
poco que la desmoralización se manifieste impotente para destruir su carácter.
Es necesario, a partir de este instante, que comprenda que su lugar está en
otra parte, no entre quienes traicionan la causa de la revolución al mismo
tiempo, necesariamente, que la causa del hombre, sino entre quienes demuestran
su fidelidad inquebrantable a los principios de esa revolución, entre quienes,
por ese hecho, siguen siendo los únicos capaces de ayudarla a consumarse y
garantizar por ella la libre expresión de todas las formas del genio humano.
La finalidad de este manifiesto es hallar un terreno en el que
reunirá los mantenedores revolucionarios del arte, para servir la revolución
con los métodos del arte y defender la libertad del arte contra los usurpadores
de la revolución. Estamos profundamente convencidos de que el encuentro en ese
terreno es posible para los representantes de tendencias estéticas, filosóficas
y políticas, aun un tanto divergentes. Los marxistas pueden marchar ahí de la
mano con los anarquistas, a condición de que unos y otros rompan
implacablemente con el espíritu policiaco reaccionario, esté representado por
José Stalin o por su vasallo García Oliver (anarquista español, perteneció al grupo de acción española,
contribuyó a organizar las milicias obreras catalanas y de Durruti y militó en
la CNT y en la FAI. Durante la guerra civil adoptó la política del Frente
Popular, aceptando el Ministerio de Justicia en el gabinete de Largo Caballero).
Miles y miles de artistas y pensadores aislados, cuyas voces son
ahogadas por el odioso tumulto de los falsificadores regimentados, están
actualmente dispersos por el mundo. Numerosas revistas locales intentan agrupar
en torno suyo a fuerzas jóvenes, que buscan nuevos caminos y no subsidios. Toda
tendencia progresiva en arte es acusada por el fascismo de degeneración. Toda
creación libre es declarada fascista por los estalinistas. El arte
revolucionario independiente debe unirse para luchar contra las persecuciones
reaccionarias y proclamar altamente su derecho a la existencia. Un agrupamiento
de estas características es el fin de la Federación Internacional del Arte
Revolucionario Independiente (FIARI), cuya creación juzgamos necesaria.
No tenemos intención alguna de imponer todas las ideas contenidas
en este llamamiento, que consideramos un primer paso en el nuevo camino. A
todos los representantes del arte, a todos sus amigos y defensores que no
pueden dejar de comprender la necesidad del presente llamamiento, les pedimos
que alcen la voz inmediatamente. Dirigimos el mismo llamamiento a todas las
publicaciones independientes de izquierda que estén dispuestas a tomar parte en
la creación de la Federación Internacional y en el examen de las tareas y de
los métodos de acción. Cuando se haya establecido el primer contacto
internacional por la prensa y la correspondencia, procederemos a la
organización de modestos congresos locales y nacionales. En la etapa siguiente
deberá reunirse un congreso mundial que consagrará oficialmente la fundación de
la Federación Internacional. He aquí lo que queremos:
La independencia del arte – por la revolución
La revolución – por la liberación definitiva del
arte.
André Bretón,
Diego Rivera
México, 25 de
julio de 1938
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