Yukio Mishima nació, vivió y murió en una época de profundas
transformaciones que afectaron a todo el mundo y, por supuesto, también a
Japón. Éstos habían empezado en 1853, con la apertura del Japón al resto del mundo,
reforzados, en 1868, con la Restauración Imperial Meiji y la
abolición del Shogunato Tokugawa. El país iniciaba un proceso de modernización
que era sinónimo de "occidentalización": trocar un país rural y
señorial en una potencia industrial, militar y expansionista. Este proceso le
llevaría a participar en la Primera Guerra Mundial, a un expansionismo militar
y territorial salvaje en la China y, finalmente, a su alianza con la Alemania nazi en la
Segunda Guerra Mundial y su derrota en agosto de 1945. Tras el conflicto, y a pesar de la derrota,
Japón se convirtió rápidamente en una gran potencia económica, en un proceso de rápida modernización-occidentalización,
la cual causo la airada reacción de una parte
de la intelectualidad del país, ya que consideraban que en el proceso se estaba
ahogando el alma japonesa, simbolizada en la forzada privación de su esencia
divina al emperador, transformándolo en simple
ser humano tras el final de la guerra.
Un aparte de la obra de Mishima consistió en buscar y revitalizar aquello que él
consideraba como el alma de Japón, encarnada en los valores (idealizados) y en
el espíritu de los samuráis, para
aplicarlos al Japón moderno.
El poema que
transcribimos, ICARO, forma parte de su libro El sol y el acero, obra de 1967. En la misma encontramos la
expresión de muchas de las contradictorias y sutiles líneas de fuerza que
configuran el complejo y singular pensamiento del escritor. El culto del cuerpo como trasunto y
complemento del culto del espíritu, la dolorosa contradicción entre palabra y
acción, o la delgada, casi imperceptible frontera entre vida y muerte, son
algunos de los motivos que articulan el texto.
ICARO
¿Acaso
pertenezco al cielo?
¿Por qué, de no
ser así,
el Cielo me ha
determinado
con su incesante
mirada azul,
induciéndome a
avanzar y
elevando mi
mente
hasta las
cúspides,
me ha lanzado
a las últimas
alturas
por encima de lo
humano?
¿Por qué, si el
equilibrio
y el vuelo han
sido estrictamente calculados
con la mejor
razón,
de tal modo que
por imperio de
lo correcto-
por qué, no
obstante, la vehemencia
por el ascenso
parece tan
cercana a la locura?
Nada me
satisface. La novedad
terrena muere
pronto.
Pero yo soy
impulsado más alto y
más alto, en la
inestabilidad, hasta
llegar al resplandor
del sol.
¿Por qué esos
rayos de la razón
me queman, me
destruyen?
Las poblaciones
y los arroyos
serpentinos,
allá abajo,
son tolerables
mientras más nos
alejamos.
Porque quieren
persuadirme,
me ruegan, me
argumentan
para que ame a
los humanos
cuando son tan
insignificantes
desde lejos- si
el amor
nunca será la
meta,
ni lo ha sido;
¿Podría entonces
yo pertenecer al
Cielo?
No envidio la
libertad del ave
ni ansío la
cómoda naturaleza,
tampoco busco en
la nada
la salvación
ante la extraña
aflicción
por las alturas;
antes bien,
mientras más me
elevo
entro a las
inmensas profundidades
del Cielo azul.
Desprecio todas
las joyas naturales
porque están muy
lejanas
del supremo
placer.
Me deslumbra el
vértigo
incandescente
de las alas de
cera.
¿O acaso, después
de todo,
pertenezco a la
tierra?
¿Y por qué, si
fuera así,
la Tierra se
afana
en hacerme caer,
y
no me deja
pensar ni sentir?
¿Por qué La
Tierra, indolente y
blanda, me llama
con golpes
de platillos de
acero?
¿para mostrarme
que soy blando?
La Naturaleza me
lleva al hogar
para que yo
caiga,
mas no para que
vuele.
La Naturaleza
pertenece
a las cosas
ordinarias.
¿Qué es más
genuino, desde lo alto,
que mi pasión
imponderable?
¿El azul del
Cielo
es nada más que
un sueño?
¿La Tierra, a la
que pertenecí,
tramó, a nombre
de lo efímero,
la intoxicación
blanca y caliente
que acaba en un
solo momento
con las alas de
cera?
El cielo me
castigó
por no haber
creído en mí,
o por haber
creído
demasiado; me
comió el ansia
por encontrar la
lealtad, o por
soberbia creí
saberlo todo.
¿Y sólo por que
he querido volar
a los confines
de los mundos
conocido y
desconocido?
Mundos
que se hacen uno
en el fragmento
azul
de una idea.
Yukio Mishima
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