Correspondencia (1945-1970)
Yasunari Kawabata, Yukio Mishima
Correspondencia completa e inédita entre Kawabata y Mishima, que abarca veinticinco años. Ilumina las
afinidades secretas que vincularon a estos dos grandes escritores japoneses del
siglo XX.
Yasunari
Kawabata nació en Osaka en 1899.
Huérfano a los tres años, insomne perpetuo, cineasta en su juventud, lector
voraz tanto de los clásicos como de las vanguardias europeas, fue un solitario
empedernido. Escribió más de doce mil
páginas de novelas, cuentos y artículos, y es uno de los escritores japoneses
más populares dentro y fuera de su país. Mantuvo una profunda amistad con el
escritor Yukio Mishima. Recibió el
Premio Nobel de Literatura en el año 1968. Entre sus obras, destacan La bailarina de Izu, El
maestro de Go, Lo bello y lo triste, Mil
grullas, País de nieve, El rumor de la montaña e Historias de la palma de la mano.
Fue sobre todo un refinado transmisor de
atmósferas y emociones, que plasmó con un lenguaje de singular belleza lírica.
Sus temas intimistas, a menudo amorosos, son exploraciones de la soledad y de
las delicadas relaciones del individuo con los otros y con la naturaleza.
"Muchos escritores, en su juventud, escriben
poesía: yo, en lugar de poesía, escribí los relatos que caben en la palma de
una mano. Entre ellos hay piezas irracionalmente construidas, pero hay otras
que fluyeron naturalmente de mi pluma, con espontaneidad. El espíritu poético
de mi juventud vive en ellas."
Yasunari Kawabata
Rostros
"Desde los seis o siete años hasta que tuvo catorce
o quince, no había dejado de llorar en escena. Y junto con ella, la audiencia
lloraba también muchas veces. La idea de que el público siempre lloraría si
ella lo hacía fue la primera visión que tuvo de la vida. Para ella, las caras
se aprestaban a llorar indefectiblemente, si ella estaba en escena. Y como no
había un solo rostro que no comprendiera, el mundo para ella se presentaba con
un aspecto fácilmente comprensible.
No había ningún actor en toda la compañía capaz de
hacer llorar a tanta gente en la platea como esa pequeña actriz.
A los dieciséis, dio a luz a una niña.
–No se parece a mí. No es mi hija. No tengo nada
que ver con ella –dijo el padre de la criatura.
–Tampoco se parece a mí –repuso la joven–. Pero es
mi hija.
Ese rostro fue el primero que no pudo comprender.
Y, como es de suponer, su vida como niña actriz se acabó cuando tuvo
a su hija. Entonces se dio cuenta de que había un gran foso entre el escenario
donde lloraba, y desde donde hacía llorar a la audiencia, y el mundo real.
Cuando se asomó a ese foso, vio que era negro como la noche. Incontables
rostros incomprensibles, como el de su propia hija, emergían de la oscuridad.
En algún lugar del camino se separó del padre de
su niña.
Y con el paso de los años, empezó a creer que el
rostro de la niña se parecía al del padre.
Con el tiempo, las actuaciones de su hija hicieron
llorar al público, tal como lo hacía ella de joven.
Se separó también de su hija, en algún lugar del
camino.
Más tarde, empezó a pensar que el rostro de su
hija se parecía al suyo.
Unos diez años después, la mujer finalmente se
encontró con su propio padre, un actor ambulante, en un teatro de pueblo. Y
allí se enteró del paradero de su madre.
Fue hacia ella. Apenas la vio, se echó a llorar.
Sollozando se aferró a ella. Al hallar a su madre, por primera vez en la vida
lloraba de verdad.
El rostro de la hija que había abandonado por el
camino era una réplica exacta del de su propia madre. Sin embargo, ella no se
parecía a su madre, así como ella y su hija no se asemejaban en nada. Pero la
abuela y la nieta eran como dos gotas de agua.
Mientras lloraba sobre el pecho de su madre, supo
qué era realmente llorar, eso que hacía cuando era una niña actriz.
Entonces, con corazón de peregrino en tierra
sagrada, la mujer se volvió a reunir con su compañía, con la esperanza de
reencontrarse en algún lugar con su hija y el padre de su hija, y contarles lo
que había aprendido sobre los rostros.”
Yasunari
Kawabata
“Kao”, 1932
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