10 de set. 2017

Kawabata, Mishima

Correspondencia (1945-1970)
Yasunari Kawabata, Yukio Mishima

Correspondencia completa e inédita entre Kawabata y Mishima,  que abarca veinticinco años. Ilumina las afinidades secretas que vincularon a estos dos grandes escritores japoneses del siglo XX.  

Yasunari Kawabata nació en Osaka en 1899. Huérfano a los tres años, insomne perpetuo, cineasta en su juventud, lector voraz tanto de los clásicos como de las vanguardias europeas, fue un solitario empedernido.  Escribió más de doce mil páginas de novelas, cuentos y artículos, y es uno de los escritores japoneses más populares dentro y fuera de su país. Mantuvo una profunda amistad con el escritor Yukio Mishima. Recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 1968.  Entre sus obras, destacan La bailarina de Izu, El maestro de Go,  Lo bello y lo triste, Mil grullas,  País de nieve,  El rumor de la montaña e Historias de la palma de la mano.

Fue sobre todo un refinado transmisor de atmósferas y emociones, que plasmó con un lenguaje de singular belleza lírica. Sus temas intimistas, a menudo amorosos, son exploraciones de la soledad y de las delicadas relaciones del individuo con los otros y con la naturaleza.



"Muchos escritores, en su juventud, escriben poesía: yo, en lugar de poesía, escribí los relatos que caben en la palma de una mano. Entre ellos hay piezas irracionalmente construidas, pero hay otras que fluyeron naturalmente de mi pluma, con espontaneidad. El espíritu poético de mi juventud vive en ellas."

Yasunari Kawabata

Rostros

"Desde los seis o siete años hasta que tuvo catorce o quince, no había dejado de llorar en escena. Y junto con ella, la audiencia lloraba también muchas veces. La idea de que el público siempre lloraría si ella lo hacía fue la primera visión que tuvo de la vida. Para ella, las caras se aprestaban a llorar indefectiblemente, si ella estaba en escena. Y como no había un solo rostro que no comprendiera, el mundo para ella se presentaba con un aspecto fácilmente comprensible.

No había ningún actor en toda la compañía capaz de hacer llorar a tanta gente en la platea como esa pequeña actriz.

A los dieciséis, dio a luz a una niña.

–No se parece a mí. No es mi hija. No tengo nada que ver con ella –dijo el padre de la criatura.

–Tampoco se parece a mí –repuso la joven–. Pero es mi hija.

Ese rostro fue el primero que no pudo comprender. Y,  como es de suponer,  su vida como niña actriz se acabó cuando tuvo a su hija. Entonces se dio cuenta de que había un gran foso entre el escenario donde lloraba, y desde donde hacía llorar a la audiencia, y el mundo real. Cuando se asomó a ese foso, vio que era negro como la noche. Incontables rostros incomprensibles, como el de su propia hija, emergían de la oscuridad.

En algún lugar del camino se separó del padre de su niña.

Y con el paso de los años, empezó a creer que el rostro de la niña se parecía al del padre.

Con el tiempo, las actuaciones de su hija hicieron llorar al público, tal como lo hacía ella de joven.

Se separó también de su hija, en algún lugar del camino.

Más tarde, empezó a pensar que el rostro de su hija se parecía al suyo.

Unos diez años después, la mujer finalmente se encontró con su propio padre, un actor ambulante, en un teatro de pueblo. Y allí se enteró del paradero de su madre.

Fue hacia ella. Apenas la vio, se echó a llorar. Sollozando se aferró a ella. Al hallar a su madre, por primera vez en la vida lloraba de verdad.

El rostro de la hija que había abandonado por el camino era una réplica exacta del de su propia madre. Sin embargo, ella no se parecía a su madre, así como ella y su hija no se asemejaban en nada. Pero la abuela y la nieta eran como dos gotas de agua.

Mientras lloraba sobre el pecho de su madre, supo qué era realmente llorar, eso que hacía cuando era una niña actriz.

Entonces, con corazón de peregrino en tierra sagrada, la mujer se volvió a reunir con su compañía, con la esperanza de reencontrarse en algún lugar con su hija y el padre de su hija, y contarles lo que había aprendido sobre los rostros.”

Yasunari Kawabata

 “Kao”, 1932

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