1 de febr. 2018

el tren de los huérfanos



“—Tú, la niña irlandesa, ven aquí.

Una matrona delgada y malhumorada de sombrero blanco me llama con un dedo huesudo. Debe saber que soy irlandesa por los papeles que el señor Schatzman rellenó cuando me trajo al Socorro a la Infancia hace varias semanas, o quizás es mi acento, todavía tan grueso como turba.

—Uf —dice la mujer, apretando los labios cuando me quedo de pie delante de ella—. Pelirroja.

—Una pena —añade la señora gorda que está a su lado, y suspira—. Y esas pecas. Será muy difícil colocarla a su edad.

La huesuda se chupa el pulgar y me aparta el pelo de la cara.

—No quieres asustarlos, ¿verdad? Has de llevarlo recogido. Si eres limpia y con buenos modales, puede que tarden más en preguntarse cosas. Abotona mis mangas, y, cuando se agacha para volverme a atar cada uno de mis zapatos negros, un olor mohoso sube de su sombrero.

—Es obligatorio que tengas un aspecto presentable. La clase de chica que una mujer querría en casa. Limpia y bien hablada. Pero no demasiado... —Lanza una mirada a la otra.

— ¿Demasiado qué? —pregunto.

—A algunas mujeres no les gusta una chica bonita bajo el mismo techo —dice

—. No eres tan... pero aun así. —Señala mi collar—. ¿Qué es eso?

Levanto la mano y toco la pequeña cruz celta de Claddagh hecha de peltre que llevo desde los seis años, tocando la silueta grabada del corazón con el dedo.

—Una cruz irlandesa.

—No puedes llevar recuerdos contigo en el tren.

Mi corazón late tan fuerte que creo oírlo.

—Era de mi abuela.

Las dos mujeres miran la cruz, y puedo verlas dudando, tratando de decidir qué hacer.

—Me la regaló en Irlanda, antes de que viniéramos. Es... es lo único que me queda. —Esto es cierto, pero también es verdad que lo digo porque creo que las convencerá. Y así es.

Oímos el tren antes de verlo. Un estruendo grave, un rugido bajo los pies, un zumbido profundo, tenue al principio y luego más alto a medida que el convoy se acerca. Estiramos los cuellos para mirar la vía (pese a que una de nuestras acompañantes, la señora Scatcherd, grita con su voz atiplada: « ¡Niños! ¡A vuestro sitio, niños!»), y de repente ahí está: una locomotora negra que se alza sobre nosotros, ensombreciendo el andén, soltando un silbido de vapor como el jadeo de un animal inmenso.”
El tren de los huérfanos
Christina Baker Kline
traducción de Javier Guerrero
Ediciones B, 2015
Pág. 43-44 

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