“—Tú, la niña irlandesa, ven aquí.
Una matrona delgada y malhumorada de sombrero
blanco me llama con un dedo huesudo. Debe saber que soy irlandesa por los
papeles que el señor Schatzman rellenó cuando me trajo al Socorro a la Infancia
hace varias semanas, o quizás es mi acento, todavía tan grueso como turba.
—Uf —dice la mujer, apretando los labios cuando me
quedo de pie delante de ella—. Pelirroja.
—Una pena —añade la señora gorda que está a su
lado, y suspira—. Y esas pecas. Será muy difícil colocarla a su edad.
La huesuda se chupa el pulgar y me aparta el pelo
de la cara.
—No quieres asustarlos, ¿verdad? Has de llevarlo
recogido. Si eres limpia y con buenos modales, puede que tarden más en
preguntarse cosas. Abotona mis mangas, y, cuando se agacha para volverme a atar
cada uno de mis zapatos negros, un olor mohoso sube de su sombrero.
—Es obligatorio que tengas un aspecto presentable.
La clase de chica que una mujer querría en casa. Limpia y bien hablada. Pero no
demasiado... —Lanza una mirada a la otra.
— ¿Demasiado qué? —pregunto.
—A algunas mujeres no les gusta una chica bonita
bajo el mismo techo —dice
—. No eres tan... pero aun así. —Señala mi
collar—. ¿Qué es eso?
Levanto la mano y toco la pequeña cruz celta de
Claddagh hecha de peltre que llevo desde los seis años, tocando la silueta
grabada del corazón con el dedo.
—Una cruz irlandesa.
—No puedes llevar recuerdos contigo en el tren.
Mi corazón late tan fuerte que creo oírlo.
—Era de mi abuela.
Las dos mujeres miran la cruz, y puedo verlas dudando,
tratando de decidir qué hacer.
—Me la regaló en Irlanda, antes de que viniéramos.
Es... es lo único que me queda. —Esto es cierto, pero también es verdad que lo
digo porque creo que las convencerá. Y así es.
Oímos el tren antes de verlo. Un estruendo grave,
un rugido bajo los pies, un zumbido profundo, tenue al principio y luego más
alto a medida que el convoy se acerca. Estiramos los cuellos para mirar la vía
(pese a que una de nuestras acompañantes, la señora Scatcherd, grita con su voz
atiplada: « ¡Niños! ¡A vuestro sitio, niños!»), y de repente ahí está: una locomotora
negra que se alza sobre nosotros, ensombreciendo el andén, soltando un silbido
de vapor como el jadeo de un animal inmenso.”
El tren de los huérfanos
Christina Baker Kline
traducción
de Javier Guerrero
Ediciones
B, 2015
Pág.
43-44
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