Calle Este-Oeste
Sobre los orígenes de
"genocidio" y "crímenes contra la humanidad"
Philippe Sands
Anagrama, 2017
Páginas: 600
“En las
páginas de este libro se entretejen dos hilos: por un lado, el rescate de la historia del abuelo materno
del autor a partir de un viaje de este para dar una conferencia en la ciudad de
Lviv, que fue polaca y actualmente forma
parte de Ucrania. Por el otro, la peripecia de dos abogados judíos y un
acusado alemán en el juicio de Núremberg, cuyas vidas también confluyen en esa ciudad
invadida por los nazis. Los dos judíos
estudiaron allí y salvaron sus vidas porque emigraron a tiempo –uno a
Inglaterra, el otro a Estados Unidos–, y el acusado –también brillante abogado y
asesor jurídico de Hitler– fue gobernador durante la ocupación.
Y así, a
partir de las sutiles conexiones entre estos cuatro personajes – el abuelo, los dos abogados judíos que participan en
Núremberg, uno con el equipo de juristas
británico y el otro con el americano, y el nazi, un hombre culto que acabó abrazando la
barbarie–, emerge el pasado, la Shoá, la Historia con mayúsculas y las pequeñas
historias íntimas. Y frente al horror
surge la sed de justicia – la lucha de los dos abogados por introducir en el
juicio el concepto de «crímenes contra la humanidad»– y la voluntad de entender
lo sucedido, que lleva al autor a entrevistarse con el hijo del criminal nazi.
El resultado:
un libro que demuestra que no todo estaba dicho sobre la Segunda Guerra Mundial
y el genocidio; un libro que es al mismo tiempo un bellísimo texto literario
con tintes detectivescos y de thriller judicial, un relato histórico sobresaliente sobre el
Holocausto y los ideales de unos hombres que luchan por un mundo mejor y una
meditación sobre la barbarie, la culpa y el deseo de justicia.”
Fragmento:
“Yo llegué a Lviv en el otoño de
2010 para dar mi propia conferencia. Por entonces había descubierto un hecho
curioso y aparentemente inadvertido: los dos hombres que introdujeron los conceptos
de crímenes contra la humanidad y genocidio en el juicio de Núremberg, Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin
respectivamente, habían vivido en la ciudad en el período sobre el que escribió
Wittlin. Ambos habían estudiado en la
universidad, experimentando la amargura de aquellos años.
Aquella no sería la última de
las muchas coincidencias que pasaron por mi escritorio, pero nunca dejaría de
ser la de mayor calado. ¡Cuán extraordinario resultaba que, al preparar un viaje a Lviv para hablar sobre
los orígenes del derecho internacional, descubriera
que la propia ciudad se hallaba íntimamente vinculada a dichos orígenes!
Parecía algo más que una mera coincidencia que los dos hombres que hicieron más
que nadie para crear el moderno sistema de justicia internacional tuvieran sus
orígenes en la misma ciudad. Igualmente
llamativo fue descubrir, en el curso de
aquella primera visita, que ni una sola
de las personas que conocí en la universidad, o de hecho en toda la ciudad, era consciente del papel de esta en la
fundación del moderno sistema de justicia internacional.
A la conferencia le siguió un
turno de preguntas, que en general
giraron en torno a las vidas de aquellos dos hombres. ¿En qué calles vivieron?
¿Qué estudiaron en la universidad, y
quiénes fueron sus profesores? ¿Se conocían entre ellos? ¿Qué ocurrió en los
siguientes años después de que abandonaran la ciudad? ¿Por qué hoy nadie
hablaba de ellos en la facultad de derecho? ¿Por qué uno de ellos creía en la
protección de los individuos y el otro en la de los grupos? ¿Cómo se habían
involucrado en el juicio de Núremberg? ¿Qué fue de sus familias?
Pero yo no tenía las respuestas
a aquellas preguntas sobre Lauterpacht y Lemkin.
Entonces alguien formuló una
pregunta que sí podía responder:
« ¿Cuál es la diferencia entre
crímenes contra la humanidad y genocidio?»
«Imagine una matanza de cien mil
personas que resultan pertenecer a un mismo grupo», expliqué, «judíos o polacos
en la ciudad de Lviv. Para Lauterpacht, el
asesinato de individuos, si se enmarca
en un plan sistemático, sería un crimen
contra la humanidad. Para Lemkin, lo importante
era el genocidio, el asesinato de muchos
con la intención de destruir al grupo del que forman parte. Para un fiscal
actual, la diferencia entre ambos
conceptos es en gran medida una cuestión de establecer la intención: para
probar el genocidio, habría que mostrar
que el acto del asesinato venía motivado por una intención de destruir al
grupo, mientras que en el caso de los crímenes contra la humanidad no haría
falta mostrar tal intención.» Luego
expliqué que probar la intención de destruir a un grupo total o parcialmente
era notoriamente arduo, dado que las personas implicadas en tales matanzas
tendían a no dejar ningún rastro de papeleo que pudiera resultar de utilidad.
¿Importa la diferencia?, preguntó alguien más. ¿Importa que la ley
trate de protegerte porque eres un individuo o debido al grupo del que resultas
ser miembro? Aquella pregunta corrió por toda la sala, y me ha acompañado desde
entonces.
Más avanzada la tarde, se me
acercó una estudiante. « ¿Podemos hablar en privado, lejos de la gente?»,
susurró. «Es algo personal.» Nos
desplazamos a un rincón. Nadie en la ciudad conocía ni le importaban
Lauterpacht y Lemkin –me dijo–, porque
eran judíos. Estaban manchados por sus
identidades.
Es posible, respondí, ignorando adónde quería ir a parar.
Entonces me dijo: «Quiero que
sepa que su conferencia era importante para mí, personalmente importante para
mí.»
Entendí lo que me decía; me estaba transmitiendo un mensaje sobre sus
propias raíces. Fuera polaca o judía, no era aquel un tema del que hablar en
público. Las cuestiones relativas a la identidad individual y la pertenencia a
grupos resultaban delicadas en Lviv.
«Entiendo su interés en
Lauterpacht y Lemkin», prosiguió, «pero
¿no es el rastro de su abuelo el que debería seguir? ¿No es él el más cercano a
su corazón?»”
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