14 de juny 2018

lectures, 15



Calle Este-Oeste

Sobre los orígenes de "genocidio" y "crímenes contra la humanidad"

Philippe Sands

Anagrama,  2017

Páginas: 600

“En las páginas de este libro se entretejen dos hilos:  por un lado,  el rescate de la historia del abuelo materno del autor a partir de un viaje de este para dar una conferencia en la ciudad de Lviv,  que fue polaca y actualmente forma parte de Ucrania.  Por el otro,  la peripecia de dos abogados judíos y un acusado alemán en el juicio de Núremberg,  cuyas vidas también confluyen en esa ciudad invadida por los nazis.  Los dos judíos estudiaron allí y salvaron sus vidas porque emigraron a tiempo –uno a Inglaterra,  el otro a Estados Unidos–,  y el acusado –también brillante abogado y asesor jurídico de Hitler– fue gobernador durante la ocupación.

Y así, a partir de las sutiles conexiones entre estos cuatro personajes – el abuelo,  los dos abogados judíos que participan en Núremberg,  uno con el equipo de juristas británico y el otro con el americano, y el nazi,  un hombre culto que acabó abrazando la barbarie–,  emerge el pasado,  la Shoá,  la Historia con mayúsculas y las pequeñas historias íntimas.  Y frente al horror surge la sed de justicia – la lucha de los dos abogados por introducir en el juicio el concepto de «crímenes contra la humanidad»– y la voluntad de entender lo sucedido, que lleva al autor a entrevistarse con el hijo del criminal nazi.

El resultado: un libro que demuestra que no todo estaba dicho sobre la Segunda Guerra Mundial y el genocidio; un libro que es al mismo tiempo un bellísimo texto literario con tintes detectivescos y de thriller judicial,  un relato histórico sobresaliente sobre el Holocausto y los ideales de unos hombres que luchan por un mundo mejor y una meditación sobre la barbarie, la culpa y el deseo de justicia.”

Fragmento:

“Yo llegué a Lviv en el otoño de 2010 para dar mi propia conferencia. Por entonces había descubierto un hecho curioso y aparentemente inadvertido: los dos hombres que introdujeron los conceptos de crímenes contra la humanidad y genocidio en el juicio de Núremberg,  Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin respectivamente, habían vivido en la ciudad en el período sobre el que escribió Wittlin.  Ambos habían estudiado en la universidad, experimentando la amargura de aquellos años.

Aquella no sería la última de las muchas coincidencias que pasaron por mi escritorio, pero nunca dejaría de ser la de mayor calado. ¡Cuán extraordinario resultaba que,  al preparar un viaje a Lviv para hablar sobre los orígenes del derecho internacional,  descubriera que la propia ciudad se hallaba íntimamente vinculada a dichos orígenes! Parecía algo más que una mera coincidencia que los dos hombres que hicieron más que nadie para crear el moderno sistema de justicia internacional tuvieran sus orígenes en la misma ciudad.  Igualmente llamativo fue descubrir,  en el curso de aquella primera visita,  que ni una sola de las personas que conocí en la universidad,  o de hecho en toda la ciudad,  era consciente del papel de esta en la fundación del moderno sistema de justicia internacional.

A la conferencia le siguió un turno de preguntas,  que en general giraron en torno a las vidas de aquellos dos hombres. ¿En qué calles vivieron? ¿Qué estudiaron en la universidad,  y quiénes fueron sus profesores? ¿Se conocían entre ellos? ¿Qué ocurrió en los siguientes años después de que abandonaran la ciudad? ¿Por qué hoy nadie hablaba de ellos en la facultad de derecho? ¿Por qué uno de ellos creía en la protección de los individuos y el otro en la de los grupos? ¿Cómo se habían involucrado en el juicio de Núremberg? ¿Qué fue de sus familias?

Pero yo no tenía las respuestas a aquellas preguntas sobre Lauterpacht y Lemkin.

Entonces alguien formuló una pregunta que sí podía responder:

« ¿Cuál es la diferencia entre crímenes contra la humanidad y genocidio?»

«Imagine una matanza de cien mil personas que resultan pertenecer a un mismo grupo», expliqué, «judíos o polacos en la ciudad de Lviv. Para Lauterpacht,  el asesinato de individuos,  si se enmarca en un plan sistemático,  sería un crimen contra la humanidad. Para Lemkin,  lo importante era el genocidio,  el asesinato de muchos con la intención de destruir al grupo del que forman parte. Para un fiscal actual,  la diferencia entre ambos conceptos es en gran medida una cuestión de establecer la intención: para probar el genocidio,  habría que mostrar que el acto del asesinato venía motivado por una intención de destruir al grupo, mientras que en el caso de los crímenes contra la humanidad no haría falta mostrar tal intención.»  Luego expliqué que probar la intención de destruir a un grupo total o parcialmente era notoriamente arduo, dado que las personas implicadas en tales matanzas tendían a no dejar ningún rastro de papeleo que pudiera resultar de utilidad.

¿Importa la diferencia?,  preguntó alguien más. ¿Importa que la ley trate de protegerte porque eres un individuo o debido al grupo del que resultas ser miembro? Aquella pregunta corrió por toda la sala, y me ha acompañado desde entonces.

Más avanzada la tarde, se me acercó una estudiante. « ¿Podemos hablar en privado, lejos de la gente?», susurró.  «Es algo personal.» Nos desplazamos a un rincón. Nadie en la ciudad conocía ni le importaban Lauterpacht y Lemkin –me dijo–,  porque eran judíos.  Estaban manchados por sus identidades.

Es posible,  respondí,  ignorando adónde quería ir a parar.

Entonces me dijo: «Quiero que sepa que su conferencia era importante para mí, personalmente importante para mí.»

Entendí lo que me decía;  me estaba transmitiendo un mensaje sobre sus propias raíces. Fuera polaca o judía, no era aquel un tema del que hablar en público. Las cuestiones relativas a la identidad individual y la pertenencia a grupos resultaban delicadas en Lviv.

«Entiendo su interés en Lauterpacht y Lemkin»,  prosiguió, «pero ¿no es el rastro de su abuelo el que debería seguir? ¿No es él el más cercano a su corazón?»”

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