ENLORQUECIDO, de Miguel Poveda (un tributo a Federico García Lorca)
“Cuando Miguel Poveda conoció a Ian Gibson después de un concierto
suyo, andaba el hombre muy nervioso. Había cantado una copla en honor a Federico. El hispanista se acercó a él y le dijo: “Veo que tú también andas enlorquecido”. El término le impactó. Tanto que acaba de publicar Enlorquecido, su nuevo disco de homenaje al poeta granadino.
Un canto de verdad mestiza, rabia y esperanza dirigido al esternón de su
memoria viva. Con una selección compleja
y arriesgada de sus textos más oscuros. Esos
clamorosos abismos de silencio sublimados en grito poético. “Viajé a
su mundo a ver qué ocurría, sin
pretensiones, ni la certeza de lograrlo.
Pero me quedé atrapado en él, lo siento muy mío”, afirma el cantaor.
Para
certificar el compromiso, Poveda fue más
allá. Compuso todas las canciones. “Es la primera vez que lo hago”, afirma
el músico nacido en Barcelona hace 45 años. “Quería
cantarlo más de lo que lo cantaba. Ha ocurrido cuando tenía que ocurrir, no ha
sido nada premeditado. Todo viene de leerlo, de estar en contacto permanente
con él como mi poeta favorito. Interpreto a muchos y siempre vuelvo a su lado.
Fui tomando notas, acercándome más y más, hasta decir: subo la montaña, este
Everest. Y un día pasé de lo voy a intentar a lo voy a conseguir”.
Pero a ese
salto le puso red. La de Joan Albert Amargós y Jesús Guerrero, entre otros, autores de casi todos los
arreglos. El director de orquesta y
compositor catalán, sobre todo, lo guio de manera propicia. Desde la esencia flamenca pero también
caribeña que coloca al Son de negros en Cuba, junto a Alain
Pérez, los músicos que colaboran en Enlorquecido
buscaron fusiones coherentes y audaces en concordancia con el estilo
Poveda: “Esta vez, ecos de rock sinfónico se nos han colado por ahí. Música que
yo llamo de mi padre, grupos como Supertrump, Pink Floyd o Alan Parsons”.
Funcionan en
temas como No me encontraron,
fragmento de Fábula y rueda de tres
amigos o en el Grito hacia Roma
desde la torre del Chrysler Building. En ellos se encierra el poderío de su audacia
a la hora de elegir. Referencias previas
y contundentes como el Omega, de Enrique Morente, obligaban a mirar alto. No ha escogido Poveda temas fáciles. Al disco lo tiñen esos nubarrones preñados de
tormenta y los más negros presentimientos lorquianos. El pavor a la muerte y ese sermón
contemporáneo en la montaña metálica de Nueva York, que es un clamor contra la injusticia y la
desigualdad en la tinta de un Cristo contemporáneo. “Le
añadí un coro de niños refugiados, porque
no hay nada que resulte más convincente para la denuncia que quienes han
sufrido esos males en propia carne”.
De Poeta en Nueva York –al que pertenecen
los dos textos que abren el disco, así
como la Oda a Walt Whitman- a los
Sonetos del amor oscuro. Ahí comenzó la
indagación de Poveda en Lorca. “Yo lo
había escuchado antes de leerlo en boca de Morente, Camarón y Carmen Linares.
Pero cuando me encuentro con el Soneto
de la dulce queja, me agarró fuerte. Yo pasaba por una situación parecida a
mis 25 años. Qué manera de describir lo que siento, me dije”. De dicho cuaderno, con su intimidad homosexual encarcelada, publicados al completo en 1981, Poveda ha escogido ¡Ay voz secreta del amor oscuro! y El amor duerme en el pecho del poeta.
Pero
sorprenden aún más otras opciones. Como la insólita y brillante carta que le
envía a Regino Sainz de la Maza. Poveda no ha podido resistir el impulso de
hacerla canción. Un texto así, lo
merecía “Había mil Federicos Garcías Lorcas
tendidos para siempre en el desván del tiempo y en el almacén del porvenir,
contemplé otros mil Federicos Garcías Lorcas muy planchaditos, esperando que los llenasen de gas para volar
sin dirección. Fue en ese momento, un
momento terrible de miedo. Mi mamá, doña muerte, me había dado la llave del tiempo y por un
instante lo comprendí todo. Yo vivo de prestado. Lo que tengo dentro no es mío,
veremos a ver si nazco”. Ponle música y voz a eso… A tamaña sensación
de desubicado desamparo, de desarraigo frente al mundo, de extrañeza.
El genio
lorquiano no solo salía de paseo impreso o representado en teatro. Quedaba
patente en su idea de la amistad, en su
día a día. En ese fatalismo trufado de
alegría cósmica: “En el arte de llegar a
una casa y hacerse dueño de la situación. Por eso generaba tanta envidia, por el carisma
que tenía. Era un líder natural, sin buscarlo”, afirma Poveda.
Como no buscó
jamás la muerte, aunque sí la olfateara
de manera constante, consciente e inconsciente. ¿Presentiría también el desamparo de seguir en
una fosa con la que nadie da? “No me parece normal que Lorca esté en una
cuneta y Queipo de Llano enterrado en basílica de La Macarena…”, comenta
Poveda. “Pero no lo digo sólo por él. Me
refiero a tantos otros que cuando pasen las generaciones que los reclaman hoy, se quedarán ahí, en el olvido”.
Al artista le
encantaría que reposara dignamente en un lugar debidamente señalado. “Un sitio donde llevarle flores. A estas alturas, Federico nos pertenece a todos. Es patrimonio del universo. El amor que yo siento por él, no es menor del que pueda tener ningún
familiar”.
Jesús Ruíz Mantilla
El País
26/05/2018
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