“Al principio, es la imagen. La palabra, después. Soy incapaz de trasmitir una situación, una emoción o una idea si primero no la veo
cerrando los ojos; y siempre me cuesta mucho encontrar palabras que sean
capaces de transmitir esa imagen, y que me parezcan dignas de su esplendor. Creo que pinto escribiendo, por falta de talento para pintar pintando.
Como no pude ser pintor, no tuve más remedio que hacerme escritor. La mujer que amas no te hace caso y te casas
con la prima.
Evocación
A los catorce años recién cumplidos,
publiqué por primera vez. Era un dibujo,
una caricatura política, en el semanario socialista de Montevideo. Y desde entonces publiqué muchos dibujos más, que firmaba Gius, pronunciación castellana de Hughes, apellido paterno que me viene de un
tatarabuelo católico huido de Gales al Uruguay.
Hasta los dieciocho años alterné
los dibujos con algunas tentativas de periodismo escrito. Publiqué crónicas de arte, con más osadía que
conocimientos, adolescente caradura, y crónicas del movimiento sindical, que
conocía bien por mi temprana vida de sieteoficios en fábricas y oficinas.
A los dieciocho años sentí el primer pánico
ante una hoja en blanco, e l mismo pánico que todavía, hoy por ejemplo, siento a menudo: quise escribir a fondo, con todo, quise darme – y no pude. Lo había intentado con pinceles, y tampoco había podido.
A los diecinueve años estuve muerto, pero nací
de nuevo.
A los veinte escribí una mala
novela. La firmé Galeano, apellido materno que me viene de un tatarabuelo
de Genova.
Después volví a morir y a nacer
varias veces. Hokusai, el deslumbrante artista japonés, eligió sesenta nombres
diferentes para señalar sus sesenta renacimientos. Yo no tengo su audacia ni la
sombra de su talento.
Revelación
Tatarabuelos de Gran Bretaña, Italia, España y Alemania; cara de cónsul sueco en Honduras. Y sin embargo, desde siempre supe que soy tan latinoamericano
como las piedras de Machu Picchu o el más humilde guijarro de mi país. Y lo
supe, lo sé, como se saben de verdad las cosas: viajando
por mis adentros desde las entrañas hasta la cabeza, y no al revés.
Pertenezco a una tierra que
todavía se ignora a sí misma. Escribo
para ayudarla a revelarse –revelarse, rebelarse– y buscándola me busco y
encontrándola me encuentro y con ella, en ella, me pierdo.
Conclusión
Ahora, en estas líneas, estoy escribiendo, se supone, algo así como un auto-retrato. Podría
remontarme a mi infancia muy católica, todos culpables a los ojos de Dios, Dios Jefe Universal de Policía, el alma y el cuerpo como la Bella y la Bestia;
o podría hablar de mis posteriores conflictos con las versiones dogmáticas del
marxismo, que proclaman la Verdad Única
y que divorcian al hombre de la naturaleza y a la razón de la emoción. O podría contar que he jineteado diversas
desventuras y que varias veces me ha volteado el caballo; que he conocido por dentro algunos engranajes
del terror y que el exilio no ha sido siempre fácil. Podría celebrar que al
cabo de mucha pena y mucha muerte siga manteniendo viva mi capacidad de asombro
ante la maravilla y mi capacidad de indignación ante la infamia, y que continúe creyendo en la verdad del poeta
que me aconsejó que no tome en serio nada que no me haga reír.
Un auto-retrato. Podría decir
que detesto las óperas y los manteles de plástico y las computadoras, que soy incapaz de vivir lejos del mar, que escribo a mano y tacho casi todo, que me
casé tres veces, que... Pero tanto hablar de mí, me aburre. Me aburre: lo compruebo, lo confieso y lo
celebro. Hace algún tiempo, vi un pollo picoteando un espejo. El pollo estaba besando su propia imagen. Al rato, se durmió. “
Eduardo Galeano
publicado el 30 de
junio de 1987 en Página12
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