La palabra, dardo en
el tiempo, gracias Eduardo.
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El origen del mundo
Hacía pocos años que había
terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas
de la República. Uno de los vencidos, un
obrero anarquista, recién salido de la
cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían
mala cara, se encogían de hombros o le
daban la espalda. Con nadie se entendía,
nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su
esposa beata, una mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegue al exilio. Me lo contó: el era un niño desesperado que quería salvar a
su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
—Pero papá—le dijo Josep,
llorando—. Si Dios no existe, ¿Quién hizo el mundo?
—Tonto—dijo el obrero,
cabizbajo, casi en secreto—. Tonto. El mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.
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