“Las clases
sociales
En los primeros tiempos, tiempos
de hambre, estaba la primera mujer escarbando la tierra cuando los rayos del
sol la penetraron por atrás. Al rato nomás, nació una criatura.
Al dios Pachacamac no le cayó
nada bien esa gentileza del sol y despedazó al recién nacido. Del muertito
brotaron las primeras plantas. Los dientes se convirtieron en granos de maíz, los huesos fueron yucas, la carne se hizo papa, boniato, zapallo...
La furia del sol no se hizo
esperar. Sus rayos fulminaron la costa de Perú y la dejaron seca para siempre
jamás. Y la venganza culminó cuando el sol partió tres huevos sobre esos
suelos.
Del huevo de oro salieron los
señores.
Del huevo de plata, las señoras
de los señores.
Y del huevo de cobre, los que
trabajan.
Organización
Internacional del Comercio
Había que elegir al dios del
comercio. Desde el trono del Olimpo, Zeus estudió a su familia. No tuvo que
pensarlo mucho. Tenía que ser Hermes.
Zeus le regaló sandalias con
alitas de oro y le encargó la promoción del intercambio mercantil, la firma de
tratados y la salvaguarda de la libertad de comercio. Hermes, que después, en Roma, se llamó Mercurio, fue elegido porque era el que mejor mentía.
División del
trabajo
Dicen que fue el rey manu quien
otorgó prestigio divino a las castas de la India.
De su boca brotaron los
sacerdotes. De sus brazos, los reyes y los guerreros. De sus muslos, los
comerciantes. De sus pies, los siervos y los artesanos.
Y a partir de entonces se
construyó la pirámide social, q ue en la India tiene más de tres mil pisos.
Cada cual nace donde debe nacer,
para hacer lo que debe hacer. En tu cuna está tu tumba, tu origen es tu
destino: tu vida es la recompensa o el castigo que merecen tus vidas
anteriores, y la herencia dicta tu lugar y tu función.
El rey Manu aconsejaba corregir
la mala conducta: si una persona de casta inferior escucha los versos de los
libros sagrados, se le echará plomo derretido en los oídos; y si los recita, se le cortará la lengua. Estas pedagogías ya no se aplican, pero todavía quien se sale de su sitio, en el
amor, en el trabajo o en lo que sea, arriesga escarmientos públicos que podrían
matarlo o dejarlo más muerto que vivo.
Los sin casta, uno de cada cinco
hindúes, están por debajo de los de más
abajo. Los llaman intocables, porque contaminan: malditos entre los
malditos, no pueden hablar con los
demás, ni caminar sus caminos, ni tocar sus vasos ni sus platos. La ley los protege, la realidad los expulsa. A ellos, cualquiera los humilla; a ellas, cualquiera las viola, que ahí sí que resultan tocables las
intocables.
A finales del año 2004, cuando
el tsunami embistió contra las costas de la India, los intocables se ocuparon
de recoger la basura y los muertos.
Como siempre.
Fundación
religiosa del racismo
Noé se emborrachó celebrando la
llegada del arca al monte Ararat.
Despertó incompleto. Según una de las diversas versiones de la
Biblia, su hijo Cam lo había castrado
mientras dormía. Y esa versión dice que
Dios maldijo a Cam y a sus hijos y a los hijos de sus hijos, c ondenándolos a
la esclavitud por los siglos de los siglos.
Pero ninguna de las diversas
versiones de la Biblia dijo que Cam fuera negro. África no vendía esclavos cuando la Biblia
nació, y Cam oscureció su piel mucho
tiempo después. Quizá su negritud empezó
a aparecer allá por los siglos XI o XII, cuando los árabes iniciaron el tráfico de
esclavos desde el sur del desierto, pero
seguramente Cam pasó a ser del todo negro allá por siglos XVI o XVII, cuando la
esclavitud se convirtió en el gran negocio europeo.
A partir de entonces se otorgó
prestigio divino y vida eterna al tráfico negrero. La razón al servicio de la
religión, la religión al servicio de la opresión: como los esclavos eran
negros, Cam debía ser negro. Y sus hijos, también negros, nacían para ser esclavos, porque Dios no se equivoca.
Y Cam y sus hijos y los hijos de
sus hijos tendrían pelo motudo, ojos
rojos y labios hinchados, andarían
desnudos luciendo sus penes escandalosos, serían aficionados al robo, odiarían a sus
amos, jamás dirían la verdad y
dedicarían a las cosas sucias su tiempo de dormir.
Fundación
científica del racismo
Raza caucásica se llama,
todavía, la minoría blanca que ocupa la cúspide de las jerarquías humanas.
Así fue bautizada en 1775 por
Johann Friedrich Blumenbach.
Este zoólogo creía que el
Cáucaso era la cuna de la humanidad y que de allí provenían la inteligencia y
la belleza. El término se sigue usando, contra toda evidencia, en nuestros días.
Blumenbach había reunido 245
cráneos que fundamentaban el derecho de los europeos a humillar a los demás.
La humanidad formaba una
pirámide de cinco pisos.
Arriba, los blancos.
La pureza original había sido
arruinada, pisos abajo, por las razas de piel sucia: los nativos australianos,
los indios americanos, los asiáticos amarillos. Y debajo de todos, deformes por
fuera y por dentro, estaban los negros africanos.
La ciencia siempre ubicaba a los
negros en el sótano.
En 1863, la Sociedad
Antropológica de Londres llegó a la conclusión de que los negros eran
intelectualmente inferiores a los blancos, y sólo los europeos tenían la
capacidad de humanizarlos y civilizarlos. Europa consagró sus mejores energías
a esta noble misión, pero no tuvo
suerte. Casi un siglo y medio después, en el año 2007, el estadounidense James Watson, premio Nobel
de Medicina, afirmó que está
científicamente demostrado que los negros siguen siendo menos inteligentes que
los blancos.
Inseguridad
ciudadana
La democracia griega amaba la
libertad, pero vivía de sus prisioneros.
Los esclavos y las esclavas labraban
tierras, abrían caminos, excavaban montañas en busca de plata y de piedras,
alzaban casas, tejían ropas, cosían calzados, cocinaban, lavaban, barrían,
forjaban lanzas y corazas, azadas y
martillos, daban placer en las fiestas y
en los burdeles y criaban a los hijos de sus amos.
Un esclavo era más barato que
una mula. La esclavitud, tema despreciable, rara vez aparecía en la poesía, en
el teatro o en las pinturas que decoraban las vasijas y los muros. Los filósofos la ignoraban, como no fuera para
confirmar que ése era el destino natural de los seres inferiores, y para encender la alarma. Cuidado con ellos, advertía Platón. Los esclavos, decía, tienen una inevitable tendencia a odiar a sus
amos y sólo una constante vigilancia podrá impedir que nos asesinen a todos.
Y Aristóteles sostenía que el
entrenamiento militar de los ciudadanos era imprescindible, por la inseguridad reinante.
Las agencias
de noticias
Napoleón fue definitivamente
derrotado por los ingleses en la batalla de Waterloo, al sur de Bruselas.
El mariscal Arthur Wellesley,
duque de Wellington, se adjudicó la victoria, pero el vencedor fue el banquero
Nathan Rothschild, que no disparó ni un tiro y estaba muy lejos de allí.
Rothschild operó al mando de una
minúscula tropa de palomas mensajeras. Las palomas, v eloces y bien
amaestradas, le llevaron la noticia a
Londres. Él supo antes que nadie que
Napoleón había sido derrotado, pero hizo
correr la voz de que la victoria francesa había sido fulminante, y despistó al mercado desprendiéndose de todo
lo que fuera británico, bonos, acciones,
dinero. Y en un santiamén todos lo imitaron, porque él siempre sabía lo que hacía, y a
precio de basura vendieron los valores de la nación que creían vencida. Y
entonces Rothschild compró. Compró todo,
a cambio de nada.
Así Inglaterra triunfó en el
campo de batalla y fue derrotada en la Bolsa de Valores.
El banquero Rothschild
multiplicó por veinte su fortuna y se convirtió en el hombre más rico del
mundo.
Algunos años después, a mediados
del siglo XIX, nacieron las primeras agencias internacionales de prensa: Havas,
que ahora se llama France Presse, Reuters, Associated Press...
Todas usaban palomas mensajeras.
Los campos
de concentración
Cuando Namibia conquistó la
independencia, en 1990, se siguió llamando Göring la principal avenida
de su capital. No por Hermann, el célebre jefe nazi, sino en homenaje a su papá, Heinrich Göring, que fue uno de los autores del primer
genocidio del siglo XX.
Aquel Göring, representante del imperio alemán en ese país
africano, había tenido la bondad de confirmar, en 1904, la orden de exterminio
dictada por el general Lothar von Trotta.
Los hereros, negros pastores, se
habían alzado en rebelión. El poder colonial los expulsó a todos y advirtió que
mataría a los hereros que encontrara en Namibia, hombres, mujeres o niños, armados o
desarmados.
De cada cuatro hereros murieron
tres. Los abatieron los cañones o los soles del desierto adonde fueron
arrojados.
Los sobrevivientes de la
carnicería fueron a parar a los campos de concentración, que Göring programó. Entonces, el canciller
Von Bülow tuvo el honor de pronunciar por primera vez la palabra
konzentrationslager.
Los campos, inspirados en el
antecedente británico de África del Sur, combinaban el encierro, el trabajo forzado y la experimentación
científica. Los prisioneros, que extenuaban la vida en las minas de oro y
diamantes, eran también cobayos humanos
para la investigación de las razas inferiores. En esos laboratorios trabajaban Theodor
Mollison y Eugen Fischer, que fueron
maestros de Joseph Mengele.
Mengele pudo desarrollar sus
enseñanzas a partir de 1933. Ese año, Göring hijo fundó los primeros campos de
concentración en Alemania, siguiendo el
modelo que su papá había ensayado en África.
Las
desapariciones
Miles de muertos sin sepultura
deambulan por la Pampa argentina. Son los desaparecidos de la última dictadura
militar.
La dictadura del general Videla
aplicó en escala jamás vista la desaparición como arma de guerra. La aplicó, pero no la inventó. Un siglo antes, el general Roca había utilizado contra los
indios esta obra maestra de la crueldad, que obliga a cada muerto a morir varias veces
y que condena a sus queridos a volverse locos persiguiendo su sombra fugitiva.
En Argentina, como en toda
América, los indios fueron los primeros
desaparecidos. Desaparecieron antes de aparecer. El general Roca llamó conquista del desierto a
su invasión de las tierras indígenas. La
Patagonia era un espacio vacío, un reino
de la nada, habitado por nadie.
Y los indios siguieron
desapareciendo después. Los que se
sometieron y renunciaron a la tierra y a todo fueron llamados indios reducidos:
reducidos hasta desaparecer. Y los que no se sometieron y fueron vencidos a
balazos y sablazos, desaparecieron
convertidos en números, muertos sin nombre, en los partes militares. Y sus
hijos desaparecieron también: repartidos como botín de guerra, llamados con
otros nombres, vaciados de memoria, esclavitos de los asesinos de sus padres.
La
democracia
En 1889 murió la democracia en
Brasil.
Esa mañana, los políticos
monárquicos despertaron siendo republicanos.
Un par de años después se
promulgó la Constitución que implantó el voto universal. Todos podían votar, menos los analfabetos y las mujeres.
Como casi todos los brasileños
eran analfabetos o mujeres, casi nadie votó.
En esa primera elección
democrática, 98 de cada 100 brasileños no acudieron al llamado de las urnas.
Un poderoso hacendado del café,
Prudente de Morais, fue elegido presidente de la nación. Llegó de São Pablo a
Río y nadie se enteró. Nadie fue a recibirlo, nadie lo reconoció.
Ahora goza de cierta fama, por
ser calle de la elegante playa de Ipanema. “
Espejos. Una historia casi universal
Eduardo Galeano
Fragmentos de la obra
seleccionados y publicados
en la edición de El País
de fecha 23/03/2008
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