20 de maig 2019

llibre del mes, dos




“EL verdadero dolor es indecible.  Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante.  Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos,  lo primero que te arranca es la #Palabra.  Es probable que reconozcas lo que digo; quizá lo hayas experimentado,  porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la alegría). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro,  sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud.  Y así estás. Tan enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena que no puedes ni hablar.  Estás segura de que nadie va a oírte.

Ahora que lo pienso,  en esto es muy parecido a la locura.  En mi adolescencia y primera juventud padecí varias crisis de angustia.  Eran ataques de pánico repentinos,  mareos, sensación aguda de pérdida de la realidad,  terror a estar enloqueciendo.  Estudié psicología en la Universidad Complutense (abandoné en cuarto curso) justamente por eso: porque pensaba que estaba loca.  En realidad creo que ésta es la razón por la que hacen psicología o psiquiatría el noventa y nueve por ciento de los profesionales del ramo (el uno por ciento restante son hijos de psicólogos o psiquiatras y ésos están aún peor).  Y que conste que no me parece mal que sea así: acercarse al ejercicio terapéutico habiendo conocido lo que es el desequilibrio mental puede proporcionarte más entendimiento,  más empatía.  A mí esas crisis angustiosas me agrandaron el conocimiento del mundo.  Hoy me alegro de haberlas tenido: así supe lo que era el dolor psíquico,  que es devastador por lo inefable.  Porque la característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad,  pero una soledad monumental.  Una soledad tan grande que no cabe dentro de la palabra soledad y que uno no puede ni llegar a imaginar si no ha estado ahí. Es sentir que te has desconectado del mundo,  que no te van a poder entender, que no tienes #Palabras para expresarte.  Es como hablar un lenguaje que nadie más conoce. Es ser un astronauta flotando a la deriva en la vastedad negra y vacía del espacio exterior.  De ese tamaño de soledad estoy hablando. Y resulta que en el verdadero dolor, en el dolor-alud, sucede algo semejante. Aunque la sensación de desconexión no sea tan extrema,  tampoco puedes compartir ni explicar tu sufrimiento.  Ya lo dice la sabiduría popular: Fulanito se volvió loco de dolor.  La pena aguda es una enajenación. Te callas y te encierras.

Eso es lo que hizo Marie Curie cuando le trajeron el cadáver de Pierre: encerrarse en el mutismo,  en el silencio,  en una aparente,  pétrea frialdad. Llevaban once años casados y tenían dos hijas,  la menor de catorce meses. Pierre había salido esa mañana como siempre camino del trabajo; tuvo una comida con colegas y,  al volver al laboratorio, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte de mercancías.  Los caballos lo sortearon,  pero una rueda trasera le reventó el cráneo.  Falleció en el acto.

Entro en el salón.  Me dicen: «Ha muerto.»  ¿Acaso puede una comprender tales palabras? Pierre ha muerto,  él,  a quien sin embargo había visto marcharse por la mañana,  él, a quien esperaba estrechar entre mis brazos esa tarde, ya sólo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre.

Siempre,  nunca,  palabras absolutas que no podemos comprender siendo como somos pequeñas criaturas atrapadas en nuestro pequeño tiempo.  ¿No jugaste,  en la niñez,  a intentar imaginar la eternidad?  ¿La infinitud desplegándose delante de ti como una cinta azul mareante e interminable?  Eso es lo primero que te golpea en un duelo: la incapacidad de pensarlo y de admitirlo. Simplemente la idea no te cabe en la cabeza. ¿Pero cómo es posible que no esté? Esa persona que tanto espacio ocupaba en el mundo, ¿dónde se ha metido? El cerebro no puede comprender que haya desaparecido para siempre. ¿Y qué demonios es siempre? Es un concepto inhumano. Quiero decir que está fuera de nuestra posibilidad de entendimiento. Pero cómo, ¿no voy a verlo más? ¿Ni hoy,  ni mañana,  ni pasado,  ni dentro de un año? Es una realidad inconcebible que la mente rechaza: no verlo nunca más es un mal chiste, una idea ridícula.

A veces [tengo] la idea ridícula de que todo esto es una ilusión y que vas a volver. ¿No tuve ayer, al oír cerrarse la puerta, la idea absurda de que eras tú?”


La ridícula idea de no volver a verte
Rosa Montero
Seix Barral, 2013
Pág. 23-25




Leer el artículo “Marie Curie, el duelo y Rosa Montero: una combinaciónsorprendente.”, que contiene una entrevista en video a la autora.



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