30 de maig 2019

llibre del mes, i cinc




“Algunos biógrafos parecen sorprenderse de que el diario tenga la forma de una carta dirigida a Pierre,  como si Marie estuviera hablando con él,  e incluso hay quienes intentan justificar este detalle aduciendo que los Curie creían en el espiritismo y en la posibilidad de comunicarse con los muertos.  Es verdad que hacia el final de su vida Pierre estaba muy interesado en la investigación de las «fuerzas psíquicas» y que había asistido a alguna sesión con una famosa médium.  Lo cual,  como explica muy bien Sánchez Ron,  no significa que al señor Curie se le estuviera fosfatinando la cabeza: por entonces el estudio de los fenómenos paranormales estaba de moda entre los científicos y aún no se habían descubierto las habilidosas supercherías de los supuestos médiums. En realidad el mundo había cambiado tanto en tan pocos años y se estaban descubriendo cosas tan asombrosas (como el mismo radio), que incluso las mentes más rigurosas permanecían abiertas a la indagación de cualquier fenómeno, por chocante que fuera.

Pero lo que a mí me asombra es el asombro de los biógrafos porque Marie dirija sus palabras a Pierre: vaya una tontería la teoría espiritista.  ¿Tan difícil es de entender que, cuando se te ha ido alguien querido,  lo que no te cabe en la cabeza es su imposible ausencia? Estoy segura de que todos hablamos con nuestros muertos;  yo desde luego lo hago,  aunque no creo en absoluto en la otra vida.  E incluso he sentido a Pablo junto a mí de vez en cuando; y me ha ayudado a no caerme en un par de tropezones,  sosteniéndome mientras yo iba dando inestables trompicones hasta recuperar la verticalidad.  El cerebro es así.  Teje la realidad, construye el mundo.

No,  Marie se dirige a Pierre porque no pudo despedirse,  porque no pudo decirle todo lo que hubiera tenido que decirle,  porque no pudo completar la  narración de su existencia en común.  Lo expone la doctora Iona Heath en su librito tremendo:

La muerte forma parte de la vida y es parte del relato de una vida. Es la última oportunidad de hallar un significado y de dar un sentido coherente a lo que pasó antes […]. Eso tal vez explique por qué,  al final de la vida,  es tan importante volver a contar y revivir los hechos notables y por qué,  tanto para la persona moribunda como para quienes la sobrevivirán,  hablar de acontecimientos pasados y volver a mirar fotografías compartidas ofrecen un real y auténtico consuelo.  Familiares y amigos pueden continuar el relato incluso una vez que la persona está demasiado débil como para contribuir,  y hacerlo proporciona consuelo a todos.

Para vivir tenemos que narrarnos;  somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento,  un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinte años);  lo que quiere decir que nuestra identidad también es ficcional,  puesto que se basa en la memoria.  Y sin esa imaginación que completa y reconstruye nuestro pasado y que le otorga al caos de la vida una apariencia de sentido,  la existencia sería enloquecedora e insoportable,  puro ruido y furia. Por eso,  cuando alguien fallece,  como bien dice la doctora Heath,  hay que escribir el final.  El final de la vida de quien muere,  pero además el final de nuestra vida en común.  Contarnos lo que fuimos el uno para el otro,  decirnos todas las palabras bellas necesarias, construir puentes sobre las fisuras,  desbrozar el paisaje de maleza.  Y hay que tallar ese relato redondo en la piedra sepulcral de nuestra memoria.

Marie no pudo hacerlo,  claro está,  y por eso escribió ese diario.  Yo tampoco pude,  y quizá por eso escribo este libro.  Aunque la enfermedad de mi marido se prolongó durante varios meses,  no logramos construir nuestro relato por diversas razones, entre ellas el carácter extremadamente estoico y reservado de Pablo (sé bien que detestaría este libro que ahora estoy haciendo: aunque al Pablo que me sujeta cuando tropiezo no le desagrada). Pero hay una causa que me parece esencial,  y es que desde el principio ya tenía metástasis en el cerebro y terminó perdiendo por completo su maravillosa,  original, inteligentísima cabeza.  Y así,  yo,  que me he pasado toda la existencia poniendo palabras sobre la oscuridad,  me quedé sin poder narrar la experiencia más importante de mi vida.  Ese silencio duele.

Sin embargo,  hubo una #Palabra.  Una noche estábamos en el hospital,  ya muy cerca del fin.  Habíamos ingresado por urgencias porque Pablo se encontraba violentamente agitado, confuso,  incoherente.  Yo había decidido llevármelo a casa al día siguiente y eso hice;  una semana después estaba muerto.  Esa noche,  muy tarde,  tras suministrarle todo tipo de drogas, consiguió quedarse tranquilo.  Me incliné sobre él para comprobar que estaba bien. Era ese momento de la alta madrugada en el que la noche está a punto de rendirse al día y hay un tiempo que parece estar fuera del tiempo.  Un instante de pura eternidad.  Imagínate esa habitación de hospital en penumbra, los niquelados brillando con un destello oscuro como de nave espacial, el peso del aire y el silencio,  la soledad infinita.  Éramos los dos únicos habitantes del mundo y me parecía notar bajo los pies la pesada y chirriante rotación del planeta.  En ese momento Pablo abrió los ojos y me miró. « ¿Estás bien?»,  susurré,  aunque para entonces ya resultaba prácticamente imposible hablar con él y trabucaba todo y decía esmeraldas cuando quería decir médicos,  por ejemplo. Y, en ese minuto de serenidad perfecta,   Pablo sonrió, una sonrisa hermosa y seductora; y con una ternura absoluta,  la mayor ternura con que jamás me habló,  me dijo: «Mi perrita.»

Fue una palabra rebotada por su cerebro herido,  una palabra espejo sacada de otra parte,  pero creo que es lo más hermoso que me han dicho en mi vida.

¡Y ahora escucha!  Lo que acabo de hacer es el truco más viejo de la Humanidad frente al horror.  La creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza.  El arte en general,  y la literatura en particular,  son armas poderosas contra el Mal y el Dolor.  Las novelas no los vencen (son invencibles),  pero nos consuelan del espanto.  En primer lugar,  porque nos unen al resto de los humanos: la literatura nos hace formar parte del todo y,  en el todo,  el dolor individual parece que duele un poco menos.  Pero además el sortilegio funciona porque,  cuando el sufrimiento nos quiebra el espinazo,  el arte consigue convertir ese feo y sucio daño en algo bello.  Narro y comparto una noche lacerante y al hacerlo arranco chispazos de luz a la negrura (al menos, a mí me sirve).  Por eso
Conrad escribió El corazón de las tinieblas: para exorcizar,  para neutralizar su experiencia en el Congo, tan espantosa que casi le volvió loco.  Por eso Dickens creó a Oliver Twist y a David Copperfield: para poder soportar el sufrimiento de su propia infancia.  Hay que hacer algo con todo eso para que no nos destruya,  con ese fragor de desesperación,  con el inacabable desperdicio,  con la furiosa pena de vivir cuando la vida es cruel.  Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza.  Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes.”


La ridícula idea de no volver a verte
Rosa Montero
Seix Barral, 2013
Pág. 115-119

Leer el trabajo LA REESCRITURA DEL DUELO EN ROSA MONTERO, por Gonzalo Álvarez-Alija García


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada