“Algunos biógrafos parecen
sorprenderse de que el diario tenga la forma de una carta dirigida a Pierre, como si Marie estuviera hablando con él, e incluso hay quienes intentan justificar este
detalle aduciendo que los Curie creían en el espiritismo y en la posibilidad de
comunicarse con los muertos. Es verdad que
hacia el final de su vida Pierre estaba muy interesado en la investigación de
las «fuerzas psíquicas» y que había asistido a alguna sesión con una famosa
médium. Lo cual, como explica muy bien Sánchez Ron, no significa que al señor Curie se le
estuviera fosfatinando la cabeza: por entonces el estudio de los fenómenos
paranormales estaba de moda entre los científicos y aún no se habían
descubierto las habilidosas supercherías de los supuestos médiums. En realidad
el mundo había cambiado tanto en tan pocos años y se estaban descubriendo cosas
tan asombrosas (como el mismo radio), que incluso las mentes más rigurosas
permanecían abiertas a la indagación de cualquier fenómeno, por chocante que
fuera.
Pero lo que a mí me asombra es
el asombro de los biógrafos porque Marie dirija sus palabras a Pierre: vaya una
tontería la teoría espiritista. ¿Tan
difícil es de entender que, cuando se te ha ido alguien querido, lo que no te cabe en la cabeza es su imposible
ausencia? Estoy segura de que todos hablamos con nuestros muertos; yo desde luego lo hago, aunque no creo en absoluto en la otra vida. E incluso he sentido a Pablo junto a mí de vez
en cuando; y me ha ayudado a no caerme en un par de tropezones, sosteniéndome mientras yo iba dando inestables
trompicones hasta recuperar la verticalidad. El cerebro es así. Teje la realidad, construye el mundo.
No, Marie se dirige a Pierre porque no pudo
despedirse, porque no pudo decirle todo
lo que hubiera tenido que decirle, porque no pudo completar la narración de su existencia en común. Lo expone la doctora Iona Heath en su librito
tremendo:
La
muerte forma parte de la vida y es parte del relato de una vida. Es la última
oportunidad de hallar un significado y de dar un sentido coherente a lo que
pasó antes […]. Eso tal vez explique por qué, al final de la vida, es tan importante volver a contar y revivir
los hechos notables y por qué, tanto
para la persona moribunda como para quienes la sobrevivirán, hablar de acontecimientos pasados y volver a
mirar fotografías compartidas ofrecen un real y auténtico consuelo. Familiares y amigos pueden continuar el relato
incluso una vez que la persona está demasiado débil como para contribuir, y hacerlo proporciona consuelo a todos.
Para vivir tenemos que
narrarnos; somos un producto de nuestra
imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo
que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinte años); lo que quiere decir que nuestra identidad también
es ficcional, puesto que se basa en la
memoria. Y sin esa imaginación que
completa y reconstruye nuestro pasado y que le otorga al caos de la vida una
apariencia de sentido, la existencia
sería enloquecedora e insoportable, puro
ruido y furia. Por eso, cuando alguien
fallece, como bien dice la doctora
Heath, hay que escribir el final. El final de la vida de quien muere, pero además el final de nuestra vida en común.
Contarnos lo que fuimos el uno para el
otro, decirnos todas las palabras bellas
necesarias, construir puentes sobre las fisuras, desbrozar el paisaje de maleza. Y hay que tallar ese relato redondo en la
piedra sepulcral de nuestra memoria.
Marie no pudo hacerlo, claro está, y por eso escribió ese diario. Yo tampoco pude, y quizá por eso escribo este libro. Aunque la enfermedad de mi marido se prolongó
durante varios meses, no logramos
construir nuestro relato por diversas razones, entre ellas el carácter
extremadamente estoico y reservado de Pablo (sé bien que detestaría este libro
que ahora estoy haciendo: aunque al Pablo que me sujeta cuando tropiezo no le
desagrada). Pero hay una causa que me parece esencial, y es que desde el principio ya tenía
metástasis en el cerebro y terminó perdiendo por completo su maravillosa, original, inteligentísima cabeza. Y así, yo,
que me he pasado toda la existencia poniendo
palabras sobre la oscuridad, me quedé
sin poder narrar la experiencia más importante de mi vida. Ese silencio duele.
Sin embargo, hubo una #Palabra. Una noche estábamos en el hospital, ya muy cerca del fin. Habíamos ingresado por urgencias porque Pablo
se encontraba violentamente agitado, confuso, incoherente. Yo había decidido llevármelo a casa al día
siguiente y eso hice; una semana después
estaba muerto. Esa noche, muy tarde, tras suministrarle todo tipo de drogas, consiguió
quedarse tranquilo. Me incliné sobre él
para comprobar que estaba bien. Era ese momento de la alta madrugada en el que
la noche está a punto de rendirse al día y hay un tiempo que parece estar fuera
del tiempo. Un instante de pura
eternidad. Imagínate esa habitación de
hospital en penumbra, los niquelados brillando con un destello oscuro como de
nave espacial, el peso del aire y el silencio, la soledad infinita. Éramos los dos únicos habitantes del mundo y
me parecía notar bajo los pies la pesada y chirriante rotación del planeta. En ese momento Pablo abrió los ojos y me miró.
« ¿Estás bien?», susurré, aunque para entonces ya resultaba
prácticamente imposible hablar con él y trabucaba todo y decía esmeraldas
cuando quería decir médicos, por
ejemplo. Y, en ese minuto de serenidad perfecta, Pablo sonrió, una sonrisa hermosa y
seductora; y con una ternura absoluta, la
mayor ternura con que jamás me habló, me
dijo: «Mi perrita.»
Fue una palabra rebotada por su
cerebro herido, una palabra espejo
sacada de otra parte, pero creo que es
lo más hermoso que me han dicho en mi vida.
¡Y ahora escucha! Lo que acabo de hacer es el truco más viejo de
la Humanidad frente al horror. La
creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el
sufrimiento en belleza. El arte en
general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor. Las novelas no los vencen (son invencibles), pero nos consuelan del espanto. En primer lugar, porque nos unen al resto de los humanos: la
literatura nos hace formar parte del todo y, en el todo, el dolor individual parece que duele un poco
menos. Pero además el sortilegio
funciona porque, cuando el sufrimiento
nos quiebra el espinazo, el arte
consigue convertir ese feo y sucio daño en algo bello. Narro y comparto una noche lacerante y al
hacerlo arranco chispazos de luz a la negrura (al menos, a mí me sirve). Por eso
Conrad escribió El
corazón de las tinieblas: para exorcizar, para neutralizar su experiencia en el Congo,
tan espantosa que casi le volvió loco. Por
eso Dickens creó a Oliver Twist y a David Copperfield: para poder soportar
el sufrimiento de su propia infancia. Hay
que hacer algo con todo eso para que no nos destruya, con ese fragor de desesperación, con el inacabable desperdicio, con la furiosa pena de vivir cuando la vida es
cruel. Los humanos nos defendemos del
dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a
veces conseguimos que parezcan diamantes.”
La
ridícula idea de no volver a verte
Rosa
Montero
Seix Barral, 2013
Pág. 115-119
Leer el trabajo LA REESCRITURA DEL DUELO EN ROSA MONTERO, por Gonzalo Álvarez-Alija García
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