“Pienso todo el tiempo en Manuel. Lo veo metido en una campana
de vacío de la que hasta yo quedo fuera. Llevará el rostro templado del hombre
que en vez de cumplir años cumple con ellos.
Lo imagino mirando la lluvia, pensando en que esa será el agua a la que la gente se refiera cuando, dentro de mucho tiempo, alguien diga lo de «ya ha llovido desde entonces». Manuel seguirá siendo un ermitaño sin testigos que den fe de sus obras, un eremita con tantas ganas de estar solo que no admite en su ámbito ni la presencia de Dios. Perdido y quieto como la piedra que un romano tiró por un barranco en el siglo I y que allí sigue desde entonces.
Morirá hacia 2060 o 2070. Una voz de tanatorio avisará: «Ya ha muerto, ya pueden pasar a saludarle». No habrá nadie esperando para entrar, y a su espíritu le parecerá muy bien. A su funeral no asistirá ni un alma, porque no parece posible que yo llegue a fecha an lejana. No pasará nada por ello. Será enterrado como vivió: solo, feliz.
O quizá esté muriendo ahora, o murió a las seis de hoy, o morirá a las seis de mañana. Nos va a dar lo mismo. Quedémonos con que ha muerto ya. Quedémonos con que las pestañas de los cadáveres sepultos y las suyas son las únicas con las que no nos vamos a volver a cruzar jamás.”
Los asquerosos
Santiago Lorenzo
Blackie Books, 2018
Pág. 220-221
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