“Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz, y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres. Ocurrió en 1930, cuando Sarah tenía nueve años y Emily cinco. Su madre, que quería que la llamaran «Pookie», las llevó de Nueva York a una casa alquilada en Tenafly, Nueva Jersey, donde creía que las escuelas serían mejores y donde esperaba hacer carrera como vendedora de propiedades en barrios residenciales. No resultó —pocos de sus planes para independizarse resultaban— y se fueron de Tenafly después de dos años, que a las niñas les parecieron memorables.
—¿Tu papá no viene nunca a tu casa? —les preguntaban otros niños, y Sarah siempre tomaba la iniciativa para responder, explicando lo que era un divorcio.
—¿No lo veis nunca?
—Claro que lo vemos.
—¿Dónde vive?
—En la ciudad de Nueva York.
—¿Qué hace?
—Escribe los titulares. Escribe los titulares para el Sun de Nueva York —la manera en que lo decía no dejaba duda de que el interlocutor debía sentirse impresionado. Cualquiera podía ser un reportero barato e irresponsable o un redactor aburrido. El hombre que escribía los titulares era algo muy distinto. El hombre que tenía la comprensión suficiente para ver más allá de las complejidades de las noticias diarias y escoger los puntos fundamentales para resumirlo todo en unas pocas palabras elegidas, compuestas artísticamente para adecuarlas a un espacio limitado, era un periodista consumado y merecía ser su padre.
En una ocasión las niñas fueron a visitarlo a la ciudad y él las llevó por las instalaciones del Sun y vieron todo.
—La primera edición está lista para entrar en las máquinas —dijo él—, así que iremos a la imprenta para ver el proceso. Después iremos arriba —las llevó al subsuelo por una escalera de hierro que olía a tinta y recién impreso, hasta que llegaron a un recinto lleno de rotativas alineadas. Había obreros que caminaban a toda prisa. Todos usaban sombreritos cuadrados, hechos de papel de diario plegado intrincadamente.
—¿Por qué llevan esos sombreros de papel, papá? —preguntó Emily.
—Ellos probablemente te dirán que es para no ensuciarse el pelo con tinta, pero creo que lo hacen para tener buena pinta.
—¿Qué quiere decir «pinta»?
—Buena «pinta» es lo que tiene ese osito tuyo —dijo, señalando un broche de granates con forma de osito de felpa que Emily se había puesto con la esperanza de que su padre lo notara—. Ese osito tiene muy buena pinta.
Observaron las curvadas láminas de metal, recién hechas, que se deslizaban sobre rodillos que las transportaban hasta el lugar en que se las grapaba a los cilindros. Luego, al sonar de campanillas, las prensas comenzaron a girar. El suelo de acero vibraba bajo sus pies, lo que hacía cosquillas, y el ruido era tan abrumador que resultaba imposible hablar: sólo atinaban a mirarse y a sonreír, y Emily se cubrió las orejas con las manos. En todas las máquinas se veían tiras blancas de papel y diarios recién impresos que fluían en prolija abundancia.
—¿Qué os parece? —preguntó Walter Grimes a sus hijas cuando subían la escalera—. Ahora echaremos un vistazo a la sección de Ciudad.
Se trataba de un piso lleno de escritorios ante los cuales había hombres aporreando máquinas de escribir.
—Ese lugar de ahí delante, donde los escritorios están todos juntos, es el mostrador de la ciudad —dijo. El editor de la sección Ciudad es ese hombre calvo que está hablando por teléfono. Y el que está ahí es más importante aún. Es el gerente de ediciones.
—¿Dónde está tu escritorio, papá? —preguntó Sarah.
—Oh, yo trabajo en la sección Copias. En el extremo. ¿Alcanzáis a ver aquello? —señaló una mesa grande, en forma de semicírculo, de madera amarilla. Había un hombre sentado en el centro, y otros seis sentados a su alrededor, que leían o escribían.
—¿Es allí donde escribes los titulares?
—Bueno, sí, parte del trabajo consiste en escribir los titulares. Lo que sucede es que cuando los reporteros y los redactores terminan sus artículos, se los dan a un asistente de copista —ese joven que veis allí es uno de ellos— y él nos los trae. Nosotros corregimos la gramática, la ortografía y la puntuación, escribimos los titulares, y ya están listos para ser impresos. Hola, Charlie —le dijo a un hombre que pasó a su lado, y que se dirigía a tomar agua—. Charlie, quiero que conozcas a mis hijas. Ésta es Sarah, y ésta es Emily.
—Vaya —dijo el hombre, inclinándose—. Son un par de encantos. ¿Cómo os va?
Luego las llevó al cuarto donde estaban los teletipos, y vieron las noticias transmitidas por cable desde todas partes del mundo. Después fueron a la sección Composición, donde ponían las noticias en tipos y las adecuaban a las páginas.
—¿Estáis listas para ir a almorzar? —les preguntó—. ¿Queréis ir al baño primero?
Atravesaron el parque de City Hall bajo el sol primaveral, de la mano de su padre. Las dos llevaban un abrigo liviano sobre el mejor vestido que tenían, medias cortas blancas y zapatos de charol negro. Eran dos chicas bonitas. Sarah era trigueña, con un aspecto de inocencia que nunca la abandonaría; Emily, más baja, era rubia, delgada y muy seria.
—City Hall no es gran cosa, ¿no? —dijo Walter Gomes—. ¿Veis ese edificio grande, a través de los árboles? ¿Ese rojo oscuro? Es el del World, o era, mejor dicho; cerró el año pasado. Era el periódico más grande de Estados Unidos.
—Pero ahora el mejor es el Sun, ¿no? —dijo Sarah.
—Oh, no, querida; el Sun no es un buen diario.
—¿No lo es? ¿Por qué no? —Sarah parecía preocupada.
—Es algo reaccionario.
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir que es muy, muy conservador. Muy republicano.
—Y nosotros, ¿no somos republicanos?
—Supongo que tu madre sí, cariño. Yo no.
—Oh.
Tomó dos tragos antes del almuerzo, pidió ginger ale para las niñas. Luego, mientras comían el pollo con puré, Emily habló por primera vez desde que dejaron el diario.
—Papá, si no te gusta el Sun, ¿por qué trabajas allí?
Su rostro alargado, que las dos niñas consideraban bien parecido, tenía aspecto de cansado.
—Porque necesito un empleo, conejito —dijo—. No es fácil conseguir trabajo. Supongo que si tuviera mucho talento podría buscar otro empleo, pero sólo soy un copista, ¿sabéis?
No era una gran noticia para llevar de regreso a Tenafly, aunque por lo menos podían seguir diciendo que redactaba los titulares.”
Las hermanas Grimes
Richard Yates
traducción de Rolando Costa Picazo
Alfaguara, 2009
páginas: 11-14
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