Uno
"La región de los Cotswold, antigua y pintoresca, plagada de fantasmas y leyendas, es hoy en día una parada frecuente en las rutas turísticas. Tras haber «pateado» Oxford, es una lástima no recorrer unos treinta kilómetros más para ver algunos pueblos históricos con nombres estrafalarios: Stow-on-the-Wold, Chipping Norton, Minster Lovell, Burford. Los pueblecitos han tenido una encantadora respuesta a toda esa atención. Burford, de hecho, se ha convertido en una especie de Stratford-on-Avon en pequeño, con sus antiquísimas posadas cuidadosamente reformadas para conjugar las comodidades modernas con cierto aire Tudor. Hasta tienen Coca-Cola, aunque es posible que te la sirvan del tiempo, y las tiendecitas están llenas de recuerdos del Burford histórico con la discreta leyenda «Hecho en Japón».
Por alguna razón, Swinbrook, a solo cinco kilómetros de distancia, parece haberse librado del turismo y ha permanecido como en mis recuerdos de hace más de treinta años. En el escaparate de la diminuta oficina de correos aún se exhiben las mismas cuatro clases de golosinas —toffees, caramelos ácidos, Edinburgh Rocks y dulces de azúcar con mantequilla— en los mismos frascos grandes de vidrio tallado. Al fondo, donde llevan colgados dos generaciones, hay unos alegres grabados de dos bellezas victorianas que contrastan entre sí: una es una joven y delicada dama con el cabello dorado y luminosos ojos azules, con los hombros suaves y blancos envueltos en alguna clase de prenda prerrafaelita; la otra, una doncella gitana de pícara belleza con el cabello increíblemente negro y espeso cayéndole en grandes rizos. De pequeña, siempre pensaba que tenían un parecido asombroso con Diana y Nancy, mis hermanas mayores. Junto a ellas, los rostros del rey Jorge V y la reina María, rosáceos y blancos y muy poco naturales, todavía contemplan el mundo con expresión benigna.
Solo hay dos edificios públicos más, una escuela de una sola aula y la iglesia. En torno a ellos, diez o doce casitas de piedra gris se arrebujan como ovejas de Cotswold, silenciosas e imperecederas. Dentro de la iglesia, los bancos de roble pulido —una contribución que hizo mi padre tras la primera guerra mundial con lo obtenido de una apuesta ganadora en el Grand National— todavía se ven un poquito modernos en comparación con el medieval despliegue de losas, contrafuertes, columnas y arcos. El escudo de armas de los Redesdale, con su lema insulso aunque seguro de sí, «Dios vela por nosotros», que pende sobre los bancos de la familia, sigue pareciendo demasiado lustroso y contemporáneo al lado de los monumentos de desmigajada piedra gris en honor a una familia anterior de Swinbrook, cuyas estatuas llevan ahí, rígidas y frías, cuatrocientos años.
A tres kilómetros colina arriba desde el pueblo de Swinbrook se alza una gran estructura rectangular y gris de tres plantas. Su estilo no es «moderno» ni «tradicional» ni imita una antigüedad; más bien luce el aspecto utilitario de la arquitectura francamente institucional. Podría tratarse de unos barracones militares, un internado para niñas, un manicomio privado o, en América, un club de campo. Durante su breve historia se ha insinuado más de una vez que el edificio pudiera tener en efecto todas esas funciones. Se trata en realidad de Swinbrook House, construida por mi padre para satisfacer las necesidades, según se consideraba entonces, de una familia con siete retoños. Nos mudamos allí en 1926, cuando yo tenía nueve años."
Nobles y rebeldes
Jessica Mitford
Libros del Asteroide, 2014
pág.: 5-7
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