30 de gen. 2025

vozdevieja, fragment 1

 

    "El vestido de gitana de mi madre acecha oscuro encima del armario. Es verde con grandes lunares negros. Cuando se lo pone es la mujer más guapa que ha pisado el planeta, pero lleva muchos meses ahí tirado y estoy harta de verlo desde la cama. De día no me inquieta demasiado, pero al quitarme las gafas para dormir los volantes borrosos se convierten en una enorme serpiente enroscada y cada noche me tapo la cabeza con la manta para que no me vea. Sería más fácil confesar que me da miedo, pedir que lo guarden en otro sitio, que sería también mejor para el vestido, tratar de imponer algo de razón al espejismo, pero esas ideas ni me las planteo. Las cosas son como son. Ya da igual de todas formas, en cuanto apagola luz sigo viendo la serpiente por mucho que cierre los ojos.

    Hay ruido en el salón. Mi madre duerme allí porque vivimos en casa de la abuela y no hay cuartos suficientes. Antes hemos pasado por otros sitios, pero apenas me acuerdo. Yo tengo mi propia habitación. Eso me hace sentir muy culpable. Un lujo desagradable. Aunque la pared esté forrada de un papel rosa con nubes blancas, es demasiado tenebrosa y no hago más que empeorarlo cubriendo la ventana de pegatinas. No puedo evitarlo, colocarlas ahí me da sensación de riqueza.

    Tengo miedo, ganas de quejarme, de llorar un poco, más que de saber lo que ocurre. Pero me aguanto y espero. Mi madre entra a oscuras, me coge en brazos y me saca de la cama. Ocupo poco más que un bebé y la altura de su pecho resulta vertiginosa. Me lleva al salón como una ofrenda valiosa. Me cuesta despegar los ojos. Las luces duelen. No sé qué va a pasar y sigo sin gafas. Ella está nerviosa, perdida en una mezcla de cansancio y precipitación. Se nota que no es más que otra niña asustada en medio de un lío del demonio. En el sillón hay algunas cajas de juguetes sin envolver. Mi abuela está junto a la puerta de la casa. Intuyo que lleva puesta la bata azul y que tiene la cara muy seria. Abre la puerta y entran tres hombres con ropas brillantes armando jaleo. Dicen que son los Reyes Magos. Mi madre ni está contenta ni me pide que lo esté ni me suelta. Su pecho palpita como el de un toro. No piso el suelo. Baltasar acerca mucho la cara y habla sobre una cabalgata cargada de regalos que está por venir en mi honor, con tantos camellos que colapsarán la calle. Por qué no hoy, Baltasar, si hoy es el día. Me dan asco sus churretes negros derritiéndose y no quiero que me pringue. Preferiría ir a ver los juguetes de cerca y abrirlos ya, pero todavía no puede ser. Hay que esperar a que amanezca.

    En menos de cinco minutos vuelvo a la cama como si nada, desorientada y confundida, imaginando esa poco probable procesión de interminables presentes. No recibo ninguna explicación. Los ronquidos de mi abuela no tardan en marcar la tranquilidad del hogar como un sereno insistente. Todavía no he cumplido cuatro años, pero se me dan bien las cuentas. Esos no podían ser los Reyes Magos. Olían fuerte y raro. Ácido, ahumado. Han llegado con trajes deslumbrantes, pero mal puestos. Venían con las manos vacías. Los regalos estaban ya sobre un sillón cuando ellos entraron, y les abrieron la puerta a destiempo. Está bastante claro que no es el tipo de majestad en el que me han enseñado a creer. Además, aquí venía liderando Baltasar, era el protagonista, el que daba más miedo, y todos los que me conocen saben de sobra que mi rey es Melchor.

    No sé quiénes serían esos tres, pero lo único que han conseguido es quitarme el sueño y chafarme la sorpresa de mañana. Los verdaderos Reyes no mantienen conmigo la conexión mental que esperaba y no han traído lo que pedí. Yo quería un peluche grande de Snoopy vestido de piloto y una Chabel Lluvia, la del anuncio de ambiente nocturno basado en aquella película con bailes que vi a trozos. Me encantan las películas viejas con música y coreografías en grandes escenarios, donde todo está limpio y pulido, donde los colores parecen pintados y los rizos nunca se vienen abajo. También me gustan las de romanos. Ojalá pudiera ser mayor y escapar a tanto desconcierto. Elegiría una vida en blanco y negro con tacones de los que no hacen daño. Colocaría un árbol de Navidad que llegara hasta el techo y ahogaría a mis amigos en regalos. Todo sería más fácil si no fuera tan repipi. Intento ocultarlo, pero se me ve el plumero. Los anuncios de colonia, los bailes de la tele, las casas de muñecas, Xuxa. Adoro las cursiladas. La serpiente mansa y gruesa sigue encima del armario, pero ahora tengo otras cosas en la cabeza."

Vozde vieja
Elisa Victoria
Blackie Books, 2018
pàg.: 3-5



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