Comuna 13, Medellín |
Entrevista a
Laura Restrepo (fragmento)
Mihál y Dés
Circulo
lateral, revista de cultura, 07-08/2000
"P.- Las
situaciones límite parecen favorecer también la cultura o, al menos, despiertan
la sed por ella.
Laura
Restrepo.- La cultura se convierte en una de esas bolsas de aire que mantienen
al margen la guerra. Mencionaría un festival de poesía que organizan en
Medellín, donde el año pasado invitaron, entre otros, al alemán Enzensberger,
quien luego declaró a los medios que en ninguna parte del mundo había tenido
audiencias de dos mil y tres mil personas como las que tuvo en Colombia.
P.- Esta
vitalidad cultural es un gran consuelo o escape, pero nadie les quita el horror
de cada día. ¿Cómo Colombia ha caído tan bajo? ¿Qué ha pasado?
L.R.- Cuando
hablas con gente de otros países, en particular europeos, y no digamos
norteamericanos, te da la sensación de que te miran como si fueras un fantasma
llegado del pasado, como si todos los problemas nuestros se debieran a que
somos gente que se quedó atrás en el tiempo. Pero nosotros nos sentimos mucho
más un producto del futuro del propio desarrollo de este primer mundo que del
pasado. Lo que reclamaría acá sería: "Mírennos como un espejo de lo que
puede llegar a pasar; mírennos como un espejo de lo que todavía están a tiempo
de impedir."
Un
narcotraficante colombiano, en muchos sentidos, es un señor feudal, un
campesino que se enriquece de manera abrumadora, acumula millones de dólares y
su sueño, su idea de felicidad es la misma que tenía en la infancia: tener
tierra por supuesto no se va a vivir a Nueva York ni a París, quiere ser el
dueño de toda la tierra que alcanzaba a abarcar con la mirada cuando era niño.
Y de hecho la compra, compra departamentos enteros, y monta unas
haciendas-fortaleza absolutamente feudales, donde los campesinos le trabajan la
tierra y al mismo tiempo son su ejército privado y los que cometen los crímenes
que necesita él para mantener su negocio. En ese sentido, es un señor feudal,
absolutamente conservador, moralista, con toda clase de reinas de belleza y
divas de la televisión por amantes, pero al mismo tiempo tiene a su esposa e
hijos entronizados en un altar hasta el punto que, generalmente, a todos los
que han matado, lo han hecho en el momento en que iban a visitar a la esposa, a
la madre o a los hijos. Por otro lado, ese señor feudal es un poderoso dentro
de las transnacionales, mueve su negocio junto con socios capitalistas,
banqueros, que pertenecen absolutamente al primer mundo. Su negocio está
vinculado a ellos, maneja la tecnología más sofisticada que puedas conseguir en
materia de armas, en términos de comunicaciones, espionaje, computadoras...
Allí el pasado desaparece y estás vinculado a la globalización, a todos los
excesos del capital, a una apetencia de consumo absolutamente desbordada.
P.- Esto suena
a ciencia ficción.
L.R.- Si usted
me pide una imagen visual de cómo veo a Colombia, le diría que como Mad Max.
Nos sentimos una sociedad postatómica, no una sociedad feudal.
P.- Debe de
haber también un terrible choque cultural entre los valores del pasado y los de
ese futuro de Mad Max que se encarnan en el narcotraficante.
L.R.- El
narcotraficante sale del pueblo, pero quiere ser feliz como es feliz un señor
ejecutivo de cualquier parte del primer mundo. Es el ideal individualista,
hedonista, de bienestar, de consumo, de tener su casa llena de
electrodomésticos, automóviles últimos modelo, y eso multiplíquelo por miles de
millones de dólares.
p.- Parece que
el dinero ha pasado a ser un valor fundamental en Colombia.
L.R. Nosotros
venimos, hace bastante poco, diez años atrás, de un mundo donde el dinero era
inmencionable. Y es una herencia hispánica, tipo Lazarillo de Tormes: poner
piedras en la olla para que no se note que no hay con qué comprar la sopa. Le
puedo decir que en mi casa, mientras mi padre estuvo vivo no se podía mencionar
el dinero porque era considerado de la peor educación. El dinero es indigno.
Que alguien diga cuánto cuesta un coche allá es considerado un acto absolutamente
mafioso. Si contratas a un carpintero para que te haga una biblioteca en casa y
le preguntas cuánto le debes, te dice "lo que quiera, señora",
considera de pésima educación cobrarte. Ésa es la mentalidad del colombiano.
P.- Igual que
en la cultura estadounidense, donde las cosas se dignifican con su precio:
tengo una camisa de cincuenta dólares.
L.R. Y esa
camisa que vale cincuenta dólares de pronto empieza a ser el dios. El
narcotráfico es el gran reconocimiento a la importancia del valor de las cosas.
Mi novela El leopardo al sol,
en realidad significó mucho más que averiguar sobre los orígenes de la mafia,
una investigación de once años. Lo apasionante para mí fue ver qué pasa cuando
el dinero irrumpe de esa forma en una sociedad que ha pretendido desconocerlo
durante tanto tiempo y donde el valor no ha sido parámetro de felicidad. Los
mafiosos sacan a bancos extranjeros lo que pueden y el resto lo mantienen en
sótanos, es la imagen de dólares que se pudren en sótanos en un país muerto de
hambre que ya apunta hacia la alucinación.
P.- Además, la
tentación...
L.R.- Quedan
pocos motivos para pensar que la vida es mejor que la muerte. No lo digo como
figura poética, la juventud que está creciendo en Colombia, llena de vitalidad,
inteligencia, tan deseosa de vivir, de algún tipo de reconocimiento, de
afianzamiento en este planeta, de golpe no encuentra que la vida sea la mejor
vía para hacerlo y encuentra en la muerte caminos mucho más fructíferos. Es una
inversión de los parámetros más elementales de la civilización.
P.- Destrucción
y autodestrucción, esa cadena tremenda que implica meterse en Colombia en la
delincuencia común, la guerrilla, el sicariato, lo que llaman los traquetos,
adolescentes asesinos de la mafia...
L.R..- Pero
esos jóvenes, ¿realmente saben y aceptan que van a morir?
P.- Lo asumen,
como acto cultural. Hace años escribí un artículo titulado "La cultura de la muerte" que dio la vuelta al mundo
porque ponía al descubierto algo que no sabíamos ni siquiera en nuestro propio
país. Veníamos de una racha de magnicidios tremendos, habían asesinado a tres
candidatos presidenciales, a un director de periódico, cuanta figura aparecía
la asesinaban. Nadie sabía quién estaba asesinando a estos personajes
dondequiera que estuvieran, en un avión, en su casa, escondidos. El descubrimiento
fue que eran muchachitos de doce y trece años los que estaban asesinando en
Colombia, gracias a un amigo muy querido que se llama Alonso Salazar, a quien
hay que reconocer el mérito.
Pablo Escobar |
Alonso vivía
en los barrios más marginales de Medellín, lo que llaman los barrios de la
comuna nororiental. Medellín queda en un valle y hay unas laderas tremendas
sobre la montaña, todas pobladas de barrios a los que no sube la policía. La
gente siempre está mirando la ciudad pero la ciudad nunca mira hacia allá.
Tremendos cinturones de miseria que asedian la ciudad de Medellín, que fueron
el territorio donde Pablo Escobar se volvió todopoderoso porque logró manejar
aquellas comunas. Este muchacho, Alonso, investigador y científico social,
convivía desde hace años, le estoy hablando del año 89-90, en esas comunas con
la gente. En determinado momento me puse en contacto con él y me dijo que
viniera. Fui a convivir con él un mes en esas comunas, me atreví porque Alonso
conocía el terreno y yo pasaba por prima de él. Hay nexos familiares ahí que
implican un cierto corredor de respeto a la vida.
P.- ¿Cómo se
relacionó usted con esos jóvenes?
L.R.- Hablábamos
con los muchachitos sicarios que pululaban en esas comunas en los bares, por
las noches, bailando. Allí hay un espacio de neutralidad que es el baile:
mientras bailas no agredes a tu interlocutor. Bailabas con ellos y te contaban
ávidamente su vida, necesitados de que alguien les escuche. Es el primer
elemento que te hace pensar que buscan reconocimiento y es una forma de
afianzamiento cultural.
Esto que digo
yo lo expresaban ellos en términos muy concretos. Primero: todos saben que
antes de los dieciséis años estarán muertos. Por ejemplo, la película de Víctor
Gaviria Rodrigo “D: No futuro” fue
hecha sobre estos muchachos sicarios de Medellín, con más de catorce actores,
de los que sólo hay uno vivo a estas alturas. Los demás, todos muertos, y eso
que fueron muchachos que pasaron por el cine, que tuvieron acceso a otras
esferas. Pero ese tren de vida no perdona. De La vendedora de rosas, con
muchachitas que sobreviven vendiendo rosas, hay tres o cuatro asesinados
también. No estoy hablando de escuelas de sicarios, gente especializada en el
crimen, sino de muchachos de familias comunes y corrientes de estos barrios
populares de Medellín que han encontrado en esta cultura de la muerte una forma
de expresión. Ellos saben que los van a matar y se trata de vivir intensamente,
a lo James Dean. No como el tradicional latinoamericano chaparrito, mal
vestido, pobretón, hablo de una nueva generación de muchachos altotes, buenos
mozos, con jeans de marca, zapatos de tenis de triple suela, con su chaqueta de
cuero poderosa, motocicleta..., la imagen es otra, con cadenas de oro, anillos.
Saben que van a morir y saben que tienen que vivir a toda velocidad. Hay una
frase que recuerdo con claridad haber oído a varios: "Si yo me muero, no
importa si logro haber dejado una nevera a mi mamá". Dime si no es una
forma de expresar algún tipo de perpetuidad, de dejar alguna impronta en la
realidad en que vives, dejar una heladera a la mamá.
Víctor
Gaviria, que tiene una manera muy peculiar de interpretar esa realidad nuestra,
en ese tiempo vivía también en aquellos barrios. Decía que la única ley que se
cumple es la de la gravedad: todo va a parar al suelo, empezando por el muerto.
Como son barrios en la ladera, cada vez que llueve barre las casas. Víctor me
decía: "Mira lo que estos muchachos hacen, de alguna manera repiten la
parábola de Cristo. Ellos mueren para que sobre su muerte se pueda construir
una nueva cultura." Ellos lo tienen perfectamente asimilado. Se van a
morir pero dejan la heladera a la mamá, van a morir pero van a dejar plata para
que sus hermanos estudien. Pero no puede salir nada bueno de ello.
P.- Y las
mamás, ¿también lo saben?
L.R.- Hay una
cierta complicidad de las madres, una cadena bien compleja, es difícil de
imaginar por qué las madres son cómplices.
P.- ¿No sentía
usted miedo cuando vivió con estos jóvenes sicarios?
L.R.- La
muerte tiene un grado de energía que tú no puedes desconocer. Eso lo sentí en
carne propia cuando estudié allá encaramada. Me pregunta si no me daba miedo.
El problema no es ése, el problema es lo que aquello llega a fascinar, la
energía que despide y hasta qué punto te cautiva. Es un nivel de intensidad que
difícilmente sientes en la vida cotidiana.
Cada banda
tiene sus uniformes, la guerrilla tiene sus uniformes, el ritual de las armas.
Hay mucho de teatral en aquello también. Es una explicación muy buena para dar
cuenta de esa intensidad que crea adicción, estamos acostumbrados a pensar que
la muerte es algo indeseable. En países como el mío, lo que uno ve es que la
juventud empieza a vivir la muerte como algo deseable, más deseable que la
vida, que te aporta más en poesía, en intensidad, al sentido de tu vida. La
pelea tremenda y apasionante que se puede dar desde el terreno de la cultura
hoy en día es tratar de demostrar lo contrario, que la vida sigue siendo mejor,
que no hay civilización que se pueda fundamentar en otra premisa distinta que
la vida. Lo que los artistas colombianos tenemos por decir hoy es tan elemental
como eso, que la vida es mejor que la muerte.
P.- Pero
obviamente no resulta fácil. Usted misma fue amenazada de muerte tras su reportaje
“Historia de un entusiasmo”. En “La novia oscura” refleja otra
experiencia distinta: la vida de las prostitutas.
L.R.- No hay
colombiano que no corra peligro, es una forma de vida. Lo que yo hago hoy en
día es muy suave, pero estuve amenazada en algún momento cuando tenía una
participación activa en la política. Hoy en día no. El tema de las prostitutas
es también difícil porque son prostitutas de la zona petrolera y el petróleo ha
sido declarado objetivo militar por distintas facciones armadas. Las zonas donde
se hizo la investigación para esta novela son ombligos muy serios de la guerra,
pero en Colombia el riesgo ya es una forma de vida."
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada