"Una parte
significativa de las novelas producidas en Colombia durante la segunda mitad
del siglo XX se caracteriza por una profunda preocupación en analizar el
significado y el impacto de la violencia dentro del orden social. Este interés
procede del hecho de que, durante este período, Colombia ha atravesado por momentos
de agitación en los cuales las acciones violentas han adquirido un alcance que
ha impregnado los espacios de lo imaginario y lo discursivo.
Entre 1955 y
1980, varios novelistas emprendieron la tarea de evaluar artísticamente el
período conocido como "Época de la violencia," el largo conflicto
(1948 – 1958) entre liberales y conservadores que culminó con una enmienda
constitucional la cual asignaba gobiernos compartidos y alternados a los dos
grupos políticos por un período de 16 años. Aunque no siempre constituyeron un
modelo de logros artísticos, las más de 70 novelas que diseccionan los efectos
de la guerra civil constituyen uno de los múltiples intentos de aproximarse al fenómeno.
A partir de la
década de los setenta, otro fenómeno aparece en el seno de la sociedad colombiana
y, por extensión, en el panorama literario. En los últimos 30 años, el tráfico ilegal de drogas se ha convertido
en una inquietud crucial y sus efectos
han alcanzado casi todos los aspectos de la realidad colombiana. Considerando
la cercana relación entre las producciones artísticas y las corrientes sociales
no resulta sorpresivo que algunos de los escritores que empezaron a publicar
sus obras en los años comprendidos entre 1960 y 1980 (Gabriel García Márquez,
Gustavo Álvarez Gardeazábal, Fernando Vallejo), y un grupo de nuevos autores
(Jorge Franco Ramos y Laura Restrepo, entre otros) se hayan dado a la tarea de
promover una reflexión artística sobre el impacto de la industria del
narcotráfico y del deterioro social que ésta ha causado. Novelas como El divino (Gustavo Álvarez Gardeazábal,
1985), Leopardo al sol (Laura Restrepo,
1993), La virgen de los sicarios
(Fernando Vallejo, 1994), Noticia de un
secuestro (Gabriel García Márquez, 1996), Rosario Tijeras (Jorge Franco Ramos, 1999) y Delirio (Restrepo, 2004), han desarrollado una lectura ética de los
conflictos generados por el tráfico de estupefacientes en un intento de
racionalizar las causas y diseccionar sus efectos en la sociedad colombiana. (…)
La narrativa
colombiana de la segunda mitad del siglo XX ha mostrado una fuerte inclinación
a un análisis de la violencia con marcada raigambre sociológica. No obstante,
esta reflexión no se detiene en la descripción del objeto de estudio, sino que,
a la vez, intenta puntualizar que,
aunque las manifestaciones de violencia han sido un fenómeno recurrente en los
últimos 50 años, éstas son una problemática promovida por grupos marginales, no
representativos de cualquier concepto imaginario de "ser colombiano",
(porque) la violencia en el dominio
del Otro al situar a sus ejecutores en las márgenes de la sociedad, no sólo
desde una perspectiva moral, sino porque los mismos parecen hallarse más allá
de toda comprensión racional.
La
consecuencia más inmediata de este extrañamiento en el espacio literario es el
despliegue de un conflicto en el que la voz narrativa marca su distanciamiento
de los individuos que generan o personifican las imágenes de violencia;
simultáneamente, los mecanismos utilizados intentan ofrecer una explicación de
las causas del fenómeno que, por lo general, libran de toda responsabilidad a
los estamentos sociales que configuran la ideología y el discurso del narrador.
En estas circunstancias, el elemento más
llamativo a nivel argumental es la atracción que tanto los capos de la mafia
como los ejecutores de sus programas de intimidación y represalias ejercen
sobre una colectividad que se enfrenta a una disyuntiva entre principios éticos
contradictorios: el soporte que los individuos que están fuera de la ley
ofrecen para un potencial progreso económico (individual y social) versus las
consecuencias adversas que su oposición a las normas atraen para la comunidad.
Un primer
aspecto a considerar en esta producción de alteridad es la constante
demarcación de que los individuos que constituyen el centro del relato poseen
características que los hacen diferentes. Para empezar, sus actividades ilegales los
sitúan en el exterior del grupo social, por variadas razones, sicarios, mulas y
capos carecen de una genealogía, son
criaturas de un presente efímero que no se concreta en ningún tipo de futuro.
Una segunda
marca de otredad se centra en la imagen física de los individuos involucrados
en las actividades ilegales. Nos encontramos con personajes cuya excepcional
belleza desarticula las barreras morales de las personas con las que entran en
contacto. Las personas que trabajan en
el negocio de las drogas producen integraciones que se consideraban impensables
en la sociedad colombiana: riqueza sin tradición, clase o gusto estético (rompe
la idea de que la riqueza se obtiene por herencia o por talento empresarial);
nuevos criterios de comportamiento moral (religiosidad y menosprecio por la
vida humana, o religiosidad entrelazada con el crimen); notable desprecio por el
valor asignado al linaje y, por extensión, al significante "padre", en
contraposición a la importancia que recibe la madre.
Metaforización
de la violencia en la nueva narrativa colombiana
Luis C. Cano
(Extracto)
" Ese que está
ahí, sentado con la rubia. Ese es Nando Barragán.
Por la
penumbra del bar se riega el chisme. Ese es. Nando Barragán. Cien ojos lo miran
con disimulo, cincuenta bocas lo nombran en voz baja.
—Ahí está: es uno de ellos.
Dondequiera
que van los Barraganes los sigue el murmullo. La maldición entre dientes, la
admiración secreta, el rencor soterrado. Viven en vitrina. No son lo que son sino
lo que la gente cuenta, opina, se imagina de ellos. Mito vivo, leyenda presente,
se han vuelto sacos de palabras de tanto que los mientan. Su vida no es suya,
es de dominio público. Los odian, los adulan, los repudian, los imitan. Eso
según. Pero todos, por parejo, les temen.
—Sentado en la barra. Es el jefe, Nando Barragán.
La frase
resbala por la pista de baile, rebota en las esquinas, corre de mesa en mesa,
se multiplica en los espejos del techo. Bajo la luz negra se hace compacto el
temor. La tensión, filuda, corta las nubes de humo y destiempla los boleros que
salen de la rocola. Las parejas dejan de bailar. Los rayos de los reflectores
refulgen azules y violetas, presagiando desastres. Se humedecen las palmas de
las manos y se eriza la piel de las espaldas.
Desentendido
del cuchicheo y ajeno al trastorno que produce su presencia, Nando Barragán, el
gigante amarillo, fuma un Pielroja sentado en uno de los butacos altos de la
barra.
-¿De qué color es su piel?
-Amarilla requemada, igual a la de sus hermanos.
Tiene el
rostro picado de agujeros como si lo hubieran maltratado los pájaros y los ojos
miopes ocultos tras unas gafas negras Ray-Ban de espejo reflector. Camiseta
grasienta bajo la guayabera caribeña. Sobre el amplio pecho lampiño brillado
por el sudor, cuelga de una cadena la gran cruz de Caravaca, ostentosa, de oro macizo.
Pesada y poderosa.
-Todos los Barraganes usan la cruz de Caravaca. Es su talismán. Le
piden dinero, salud, amor y felicidad.
-Las cuatro cosas le piden, pero la cruz solo les da dinero. De lo
demás, nada han tenido ni tendrán.
Frente a
Nando, en otro butaco, cruza desafiante la pierna una rubia corpulenta,
formidable. Está enfundada a presión en un enterizo negro de encaje elástico.
Es una malla discotequera tipo chicle, que deja ver por entre la trama del
tejido una piel madura y un sostén de satén, talla 40, copa C. Sus ojos, sin
color ni forma propios, parpadean dibujados con pestañina, delineador y sombra
irisada. Echa la cabeza hacia atrás y la melena rubia le azota la espalda con
rigidez pajiza, revelando la negrura indígena de las raíces. Se mueve con
sensualidad desencantada de gata callejera y la envuelve una misteriosa
dignidad de diosa antigua.
Nando Barragán
la mira y la venera, y su rudo corazón de guerrero se derrite gota a gota como
un cirio piadoso encendido ante el altar.
-Los años no te han dañado. Estás bella, Milena."
Leopardo al
sol
Laura Restrepo
Pág. 11-13
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada