“El inmenso talento literario de Jhumpa Lahiri (Londres, 1967) se basa
en que es capaz de contar una y otra vez la misma historia, relatos de
inmigrantes indios en la Costa Este de Estados Unidos, y que siempre sea
diferente. La crítica la ha comparado con una miniaturista por su capacidad
para describir con precisión un mundo pequeño mientras lo convierte en
universal. Pero sus relatos son mucho más, se quedan flotando en la memoria
durante horas, durante días porque, en el fondo, tocan los temas más
importantes de la vida: el amor, la familia y la identidad.
Su último libro, Tierra desacostumbrada, reúne ocho cuentos. (…) Por su primer libro, El intérprete de enfermedades, recibió el Premio Pulitzer a la
mejor obra de ficción cuando acababa de cumplir 32 años. Fue un galardón
sorprendente, que Jhumpa Lahiri vivió con una mezcla de ilusión e incredulidad.
Luego escribió una novela, El buen
nombre, que relata la historia de una familia india desde que emigra a
Estados Unidos hasta que sus hijos crecen ya convertidos en ciudadanos del
nuevo mundo. El libro fue llevado al cine por la realizadora india Mira Nair en 2006. Con Tierra desacostumbrada -título tomado
de Nathaniel Hawthorne-, regresa a
sus temas eternos, al mundo de los pequeños dramas familiares, de los indios
que luchan toda su vida por adaptarse a un mundo nuevo, a las historias de amor
cansadas, a lo nunca dicho que pesa mucho más que lo dicho. Es una lectura
absorbente, llena de sorpresas.
La entrevista tiene lugar en la casa de Lahiri en
Brooklyn. Fuera cae una intensa nevada, aunque la luz se cuela desde el jardín.
La escritora, tímida, guapa, está casada con un periodista guatemalteco, Alberto Vourvoulias-Bush, director de La Prensa, el diario en español más
importante de Nueva York. Tienen dos hijos cuyas risas lejanas acompañan la
conversación. Nació en Londres de padres indios, aunque se trasladaron a Rhode
Island cuando era una niña y creció en Kingston. Sus hijos son una mezcla de
culturas que viven en el barrio de Nueva York que simboliza precisamente ese
mundo en el que la identidad cultural se diluye. Y, sí, podría ser tal vez uno
de sus personajes, aunque la diferencia es que sus libros están llenos de
historias de amor tristes (a veces parecen variaciones sobre la frase con la
que arranca Anna Karenina:
"Todas las familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a
su modo"), mientras que su casa, su mirada, exhalan tranquilidad y
felicidad.
PREGUNTA. ¿Por qué sus historias de amor son siempre tan tristes?
RESPUESTA. (Se ríe). Son más interesantes. Como escritora, no me interesan
las historias de amor felices. Creo que es algo en lo que se fijan muchos otros
escritores que también han reflexionado sobre ello, sobre todas las formas en
que las cosas pueden ir mal, sobre todas las formas en que algo puede fracasar,
en que podemos sufrir una decepción. Es algo a lo que se ha enfrentado siempre
la literatura: no creo que necesitemos los libros para enseñarnos a ser
felices. Nos dirigimos a ellos para entender la parte más difícil de la vida.
P. "Su vida no era feliz pero tampoco infeliz", dice de uno de
sus personajes femeninos para definir su matrimonio. Muchas de sus mujeres
viven en esa especie de limbo, en esa resignación que empieza con las bodas
arregladas. ¿Sigue habiendo tantos matrimonios de ese tipo en la comunidad
india de Estados Unidos?
R. No creo que mis cuentos reflejen nada más allá de la propia literatura.
Supongo que estoy interesada en narrar diferentes formas de matrimonio y la
idea de felicidad frente a la infelicidad, algo románticamente inspirado frente
a algo más tradicional, un acto social, como son los matrimonios arreglados. Es
algo que me ha interesado porque toda mi vida he visto ese tipo de matrimonios
y veo que ambos pueden ser felices o infelices.
P. Al leer sus cuentos uno tiene la impresión de que siempre cuenta la
misma historia, pero que es siempre diferente. ¿Está usted de acuerdo?
R. Sí, creo que estoy de acuerdo. Escribo siempre sobre un cierto mundo, un
cierto tipo de personajes. No creo que escriba siempre la misma historia,
porque hay diferentes pulsiones y luchas en cada una de ellas. A veces es la
familia, otras veces son asuntos personales. Es algo que les ocurre a muchos
escritores, a muchos pintores, que reflejan una y otra vez la misma montaña, el
mismo río, el mismo jardín, la misma catedral y la dibujan constantemente. Es
verdad que observo siempre el mismo tipo de situaciones y personajes pero
siempre encuentro cosas nuevas. Si dejase de encontrar esa mirada renovada,
seguramente cambiaría de temas. Pero puede ser infinito.
P. ¿Qué parte de sus historias está basada en hechos reales y qué parte es
inventada?
R. Realmente, nada de lo que cuento ha ocurrido de verdad, aparte de unos
detalles de un relato de mi primer libro que describen la llegada de mi padre a
Estados Unidos. Tal vez haya pequeñas cosas que hayan ocurrido y que he
reconstruido de forma diferente. Las historias de este libro son completamente
inventadas, no se apoyan en una realidad concreta.
P. Todas sus historias gravitan en torno a tres temas: familia, amor e
identidad. ¿Está usted de acuerdo?
R. Sí, creo que es justo. Familia, amor, identidad, tal vez pertenecer a un
lugar son temas esenciales para mí. Me siento agradecida por haber encontrado
algo sobre lo que escribir, que haya cosas que me interesen, que me parezcan un
desafío. Eso es lo principal. Creo que analizar las relaciones humanas es algo
que la literatura puede hacer de una forma que otras artes no pueden conseguir
con la misma intimidad. La pintura, la música, la danza nos pueden llevar a
otros lugares, consiguen abrir nuestros ojos de una manera concreta, pero la
literatura tiene la ventaja de que logra entrar en la mente de personajes
imaginarios, y relacionarnos con otros, y el lector comparte esos estados de
ánimo. Entrar en la vida de esa gente es un viaje extraordinario, más que el
cine, porque realmente accedes a la conciencia de los personajes, al misterio
de las vidas, cómo nos vemos, cómo nos ven los demás.
P. Sus libros giran una y otra vez en torno a las migraciones y la
identidad. ¿Cree que estos temas son los que definen el siglo XX?
R. No creo que definan sólo el siglo XX. Definen a la humanidad. Lo que más
me interesó de los etruscos es que vienen de otros lugares. Toda la historia de
Estados Unidos es una historia de migraciones. En el siglo XX se convirtió en
algo más radical, más común. Porque es mucho más fácil moverse, subirse a un
avión, ir a otro lugar. La noción de familia se ha diluido en muchas partes del
mundo. Las circunstancias históricas y políticas han aumentado la necesidad de
que la gente se mueva. Más que nunca hemos migrado a otros lugares. Y eso me
interesa mucho: la noción de gente, de identidad, de sus casas, de dónde vienen
y adónde creen que pertenecen, su realidad.
P. ¿Por eso muchos de sus personajes luchan una y otra vez con su
identidad, se debaten entre su identidad personal y su identidad colectiva?
R. Sí, es cierto. Creo que es algo que nos ocurre a todos, en mayor o menor
medida. Tal vez es más agudo en una persona como yo: no he nacido con una idea
obvia de pertenencia a un lugar. Es una cosa básica. Creo que es muy importante
tener un sentido de dónde pertenecemos y algunos de mis personajes han nacido
con esa carencia y tratan de rellenarla.
P. También su literatura está marcada por la presencia de la familia.
¿Sigue siendo muy importante en la sociedad india?
R. La noción de familia es mucho más estrecha en la sociedad india que en
Estados Unidos: no creces y te vas a los 18 años y vuelves una o dos veces al
año. Ayer volvía de Washington y nevaba, y mi madre me llamó para ver si había
llegado bien. Tengo 42 años, pero para ella tengo la misma edad que mis hijos.
La ansiedad, el amor, la preocupación.
... Según iban creciendo mis amigos, sus familias desaparecían de sus
vidas. Mi marido, que es guatemalteco, tiene la misma relación con sus padres
que yo. No he tenido que explicárselo a él, ni él ha tenido que explicármelo a
mí, aunque venimos de mundos muy diferentes. Creo que aquí es muy
desconcertante. Y los padres inmigrantes dejan atrás su extensa familia y
cuando llegan aquí, en la otra parte del mundo, sus hijos son toda su familia.
P. La comida también es muy importante como signo de identidad para sus
personajes.
R. Es muy importante, mucho más para los padres que para los hijos. Los
padres siempre están buscando la comida que consideran normal y buena, los
hijos están menos atados a esas tradiciones. La comida forma parte de todo eso
de lo que hablamos, es la forma obvia que reúne a la familia, es lo que la
define. Es divertido para mí porque Estados Unidos parece haber descubierto por
fin la importancia de la comida y es algo que en mi familia siempre ha sido
obvio. En el mundo del que vengo, no hay muchos afectos abiertos, no hay
abrazos, ni besos, pero la comida es una de esas cosas que sigue siendo una
expresión de amor y conexión entre los miembros de una familia.
P. A veces en sus libros creo que la familia es una bendición y en otros es
casi una condena. ¿Cree usted que sus personajes se mueven siempre entre esos
dos conceptos?
R. Creo que es las dos cosas, una bendición y una condena. Algunos de los
personajes son muy radicales en su alejamiento de la familia, pero es una
excepción. La mayoría se sienten limitados por su familia, sobre todo los de
segunda generación, porque para ellos crecer es alejarse de algunas de las
cosas que representan. Creo que en El
buen nombre es donde estudié esto más a fondo, al narrar cómo Gógol pasa de
tener una relación muy estrecha con su familia a tratar de buscar un lugar sin
sus padres. Creo que es algo que todos tenemos que hacer como personas. La
familia es una bendición, pero luego como adulto tienes que reinventar lo que
significan todas esas cosas. La familia es algo muy dinámico, que cambia
constantemente. Nunca es obvio lo que ocurre, incluso en una familia nuclear.
P. ¿No cree que su libro, sobre todo las tres historias finales, representa
una reflexión sobre el destino?
R. En cierta medida, supongo, no estaba pensando a fondo en ello cuando lo
escribí. Son cosas abstractas y difíciles de verbalizar, incluso cuando estoy
pensando en ellas de manera inconsciente. Pero en ese caso, no tenía la
intención de escribir sobre eso. Para mí era importante hablar de personajes
que no pueden huir de sí mismos. (…)
P. En sus libros siempre es muy importante lo que sus personajes no dicen o
no se atreven a decirse. ¿Cree que ése es un factor importante en la vida, la
falta de comunicación?
R. He escrito de esto durante largo tiempo: es la verdad, incluso en las
relaciones más íntimas, matrimonio o amor, nunca se dice todo. Todos tenemos
una vida interior, una vida privada. No es posible decir siempre lo que sientes
o lo que piensas. Para mí, las cosas que no se dicen entre personas muy
cercanas son muy interesantes y mucho más como narradora. Porque allí es donde
los personajes descubren cosas.
P. Uno de sus personajes dice en un momento dado: "Pertenecen a ese
lugar como yo nunca perteneceré a ninguno". ¿Cree que es algo que define
muchos de sus relatos?
R. Algunos de mis personajes sí están marcados por ese sentimiento, por esa
necesidad de pertenecer a un lugar que puedan llamar su casa. Para ellos la
vida está tan fracturada que no pueden llamar hogar a ningún lugar, y es una
diferencia enorme entre una ciudad pequeña y remota y cercana y antigua en la
que seguramente crecieron con la experiencia que se puede tener en una ciudad
de Estados Unidos, que es un país tan joven. Acabo de volver de ver a mi
hermana, en el sur de Estados Unidos, en Alabama, donde nunca había estado. Y
sentí que tienen más sentido de pertenencia a una población, desde por lo menos
cien años, y era interesante compararlo incluso con el lugar donde crecí, Rhode
Island, que es muy provinciano, pero a la vez había apellidos de todos los
países en mi clase: irlandeses, polacos, judíos, italianos, franceses,
indios... Nunca sentí que hubiese una población específica. La primera vez que
fui a Italia recuerdo que me chocó esa sensación de continuidad, me pareció a
la vez extraña y atrayente.
P. ¿Siente que su familia es realmente muy significativa de lo que
representa el siglo XX?
R. Sí, el mundo es así, aunque haya gente a la que le da miedo, porque ven
como una amenaza que se diluye su sentido de pertenencia, de compromiso con un
lugar.
P. Por muy dura que sea la vida en el país al que llega, la gente sigue
emigrando y emigrando, y no hablo de gente que huye de la pobreza o de la
guerra, sino de clase media. ¿Por qué?
R. Aunque sea muy difícil, hay algo de honor, de ambición, de sentimiento,
de orgullo y prestigio para la familia que se queda detrás, es un símbolo. No
creo que sea una elección fácil y es muy duro. Por eso les cuesta tanto hacerse
a la vida en Estados Unidos, muchas veces se preguntan si tomaron la decisión
adecuada, qué hacen allí, si es un lugar para educar a la familia. Y es algo
que veo en amigos de mi edad, que han hecho lo que hicieron mis padres, amigos
de España, de Suráfrica, que tomaron la misma elección que mi familia, no
fueron obligados a emigrar por una hambruna, una guerra o una persecución. Y
tienen muchas dudas.
Guillermo Altares
El País
13 de marzo de 2010
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