“Mi madre tenía preocupaciones más urgentes. Además de la calidad y
cantidad de la comida, le inquietaba el tiempo: habían previsto una nevada para
esa noche, y por entonces ni mis padres ni sus amigos tenían coche. La mayoría
de los invitados, incluido tú, vivía a menos de un cuarto de hora a pie, bien
en los barrios que había detrás de Harvard, bien justo al otro lado del puente
de Mass Avenue. Pero algunos vivían más lejos, y venían en autobús o en metro
desde Malden, Medford o Waltham. «Supongo que el doctor Choudhuri puede llevar
a la gente en coche a su casa», comentó acerca de tu padre mientras me desenredaba
el pelo. Tus padres, a diferencia de los míos, eran un poco mayores, emigrantes
curtidos. Se habían marchado de la India
en 1962, antes de que cambiasen las leyes que daban la bienvenida a los estudiantes
extranjeros. Mientras que mi padre y los demás hombres seguían pasando
exámenes, el tuyo ya tenía un doctorado e iba a su trabajo, en una empresa de ingeniería,
en Andover, conduciendo su propio coche, un Saab plateado con asientos
envolventes. A mí me habían llevado a casa en ese automóvil muchas noches,
cuando alguna fiesta se prolongaba hasta tarde y yo acababa dormido en una cama
ajena.
Nuestras madres se conocieron cuando la mía estaba embarazada. Aún no lo
sabía; de pronto se sintió mareada y se sentó en un banco en un parquecillo. Tu
madre estaba encaramada a un columpio, meciéndose suavemente mientras tú
planeabas por encima de ella, cuando reparó en una joven bengalí con sari que
llevaba bermellón en el pelo. « ¿Se encuentra usted bien?», le preguntó tu madre con una fórmula de
cortesía. Te dijo que te bajaras del columpio y luego ella y tú acompañasteis a
mi madre a casa. Fue durante aquel paseo cuando tu madre sugirió que tal vez la
mía estuviese embarazada. Se hicieron amigas de inmediato y empezaron a pasar
el día ¡untas mientras nuestros padres estaban trabajando. Hablaban de la existencia
que habían dejado atrás, en Calcuta: la hermosa casa de tu madre en Jodhpur
Park, con hibiscos y rosales que florecían en la azotea, y el modesto piso de
mi madre en Makiktala, encima de un mugriento restaurante punjabí, donde vivían
siete personas en tres habitaciones pequeñas. En Calcuta probablemente hubiesen tenido pocas
ocasiones de coincidir. Tu madre iba a un colegio de monjas y era hija de uno
de los abogados más importantes de la ciudad, un anglófilo que fumaba en pipa y
era miembro del Saturday Club. El padre
de mi madre trabajaba en Correos, y ella no comió en una mesa ni se sentó en un
inodoro hasta que vino a América. Esas diferencias carecían de importancia en
Cambridge, donde las dos estaban solas por igual. Aquí iban a hacer la compra
juntas y se quejaban de sus maridos y cocinaban en nuestra cocina o la vuestra,
dividiendo los platos para nuestras respectivas familias una vez que habían
terminado. Hacían punto juntas y se intercambiaban las labores cuando una de
las dos se aburría. Al nacer yo, tus padres fueron los únicos amigos que fueron
a la maternidad. Me dieron de comer en tu antigua trona, me paseaban por las
calles en tu viejo cochecito. “
Tierra desacostumbrada
Jhumpa Lahiri
Salamandra, 2010
Pág. 238-239
“La imagen de Aylan, el pequeño niño kurdo muerto a orillas del mar
Mediterráneo en 2015, conmocionó al mundo por la impasividad de la comunidad
internacional ante una guerra que desangra Oriente Próximo. El desierto del
Sahara, sin embargo, sirve de fosa común a centenares de Aylanes sin que la
impavidez de los actores internacionales ruborice a la gran mayoría. Un número
inexacto de rostros invisibles yace bajo la arena africana tras sucumbir a muros
imaginarios y otrora inimaginables que acortaron su travesía. Europa se
repliega por el Este con acuerdos como el de Turquía, pero también por el sur,
donde se esfuerza a base de inversiones millonarias en controlar los flujos en
circulación por el Sahel.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que cerca
del 90% de las personas llegadas a Libia transitarán por Níger este año, en un
momento de revitalización de la ruta marítima desde el país magrebí, en la que
ya han muerto alrededor de 3.000 personas en lo que va de año, los peores datos
conocidos en un periodo tan corto de tiempo. El país saheliano se convierte así
en un enclave de importancia geoestratégica, vital para Europa y prioritario en
su lucha contra la migración irregular y el tráfico de personas. Por eso,
precisamente, es el mayor beneficiario del mundo en ayuda europea por habitante
en 2016, según el embajador de la UE en el país, Raul Mateus.
La Unión Europea es el principal socio del considerado país más vulnerable
del planeta, según la ONU, y trabaja para “crear condiciones de vida dignas,
desmantelar el tráfico y controlar las fronteras”, apunta su representante.
Níger funciona así como el nuevo confín de la fortaleza cada día menos fuerte
de Europa. Si antes fueron Gaddafi y
otros dirigentes autoritarios quienes se abonaron a la rentabilidad de erigirse
como gendarmes de las migraciones, ahora nuevos cabecillas aprehendieron la
elección, conscientes de su progresiva relevancia y de las necesidades de sus
pueblos maltratados, histórica y paradójicamente, por los que ahora se
presentan como financiadores ansiosos de barreras.
El Gobierno de Níger reclama más de 1.000 millones de euros para luchar
contra la migración clandestina, mientras la Unión Europea ya desembolsó el
pasado año 1.150 millones de euros, gran
parte destinada a combatir los desplazamientos clandestinos. El máximo objetivo del viejo continente, en
palabras de su embajador, es “dar alternativas a la gente para que pueda
quedarse y no caigan en el anzuelo de los extremistas”. La perspectiva de
desarrollo y seguridad guía la tarea de la Unión en un contexto de
inestabilidad regional y expansión de grupos yihadistas tanto en el norte como
en el sur del territorio, con ataques casi diarios del temido Boko Haram, y la
fuerte y rápida penetración de la ideología salafista en toda la zona. Para
enfrentarse al reto, Europa acaba de renovar el mandato de su misión civil de
refuerzo y formación de operativos contra células terroristas. A su vez,
trabaja también con la OIM para sensibilizar a favor de una migración “regular”
y proyectos de retorno y reinserción en el país de origen. La responsable de
programas de la organización en Níger, Fatou Ndiaye, asegura que dan asistencia
a quienes lo necesitan, respetando el derecho universal a la circulación, y
basándose, por tanto, “en la voluntad individual” a adherirse a sus acciones.
El esfuerzo internacional, explicitado en la Cumbre europea de la Valeta en
2015, para disuadir y frenar los flujos a través del fomento del desarrollo es
diáfano, aunque el axioma es rebatible. Algunas dudas afloran en una mesa
redonda en Niamey, donde actores de la sociedad civil nigerina, como Radio
Alternative, defienden la libre
circulación de personas y reclaman el cumplimiento de los protocolos regionales
e internacionales que la estipulan. Otros, como el responsable de migraciones
de la cooperación suiza, Serge Oumow, cuestionan la máxima extendida de pensar
que “cuanto más desarrollo existe, se producen menos migraciones”. Buena parte de
la bibliografía académica sustentan su teoría al enmarcar los flujos en
variables amplias más allá de aspectos económicos y de seguridad. También lo
hacen intelectuales como el burkinés Antoine Sawadogo, quien pide a los
organismos “no temer a la migración, sino acompañarla”. Las complejidades de
los procesos migratorios se ejemplifican en los titulares diarios que
certifican el único proverbio confirmado hasta ahora: la historia de la
humanidad se basa en las migraciones y ningún muro, desierto o mar impedirá que
así siga siendo.
“Tengo muchos amigos en Europa que
ayudan a la familia. Yo estaba en Guinea sin hacer nada y decidí emprender el
viaje. Por muy mal que se esté allí, la situación nunca será tan difícil como
la de África”. Directa y atronadora suena la revelación de Mahamadou, en una de
las estaciones de buses de Niamey. Abou,
por su parte, no sabe ni tan siquiera si su objetivo es Europa. “Somos
conscientes de que allí hay maltrato y que la situación en Libia es difícil, pero
el camino sólo lo marca Dios”. A su alrededor, Saidou asiente y revela entre
lágrimas su mayor deseo: abrazar a su madre. Lo hará pronto, ya que en pocos
días regresará a Senegal, su país de origen, tras ser torturado y encarcelado
durante meses en Libia. Él es uno de tantos que decide regresar a casa tras no
alcanzar lo que buscaba. No descarta volver a emigrar en el futuro, pero por
ahora prefiere recular. Su camino de retorno y su sufrimiento se entrecruzan
con la ilusión y la determinación de muchos de sus compatriotas en dirección al
norte que, lejos de ablandarse con su historia, mantienen el arrojo “de salir a
buscar”.
Unos vienen y otros se van. Cada uno procura por su proyecto, sin que la
sensación de grupo, aunque temporal, deje de invadir el ambiente volátil del
lugar. Por cercanía nacional y/o lingüística, se dividen las tareas con
ordenación sorprendente. Algunos cocinan, mientras otros barren o preparan el
té. La autorización de dos días para quedarse en el apeadero se ha convertido
para algunos en una parada demasiado larga. Mohammed lleva un mes esperando
encontrar financiación para continuar. Ibrahim, Saigou y Mamadou, en cambio,
siguen aguardando la repatriación por parte de la OIM. Ellos no han pasado por
el centro de tránsito de la organización en Niamey, puesto que su aforo está
completo. Sí permanece en él la familia de Abdelaziz que, entre colchones en el
suelo y algunos ventiladores, es informada de la posibilidad de acceso a una
prestación de reintegración en su sociedad de origen.
Más allá de la capital, en Agadez, la ciudad histórica convertida en
intersección de las principales vías africanas, cientos de migrantes se alojan
en otro centro de la OIM. Con capacidad para 300 personas, el espacio a las
puertas del desierto acoge a “migrantes fracasados en su proyecto migratorio o
a los que se dirigen a Argelia y Libia” procedentes de países de la Comunidad
Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), en especial de Nigeria,
Gambia y Senegal, según su director, Azaoua Maman. Su cometido es informarles
de los peligros de la ruta para desaconsejarles, aunque sin demasiada fortuna
en su empresa. Por lo que respecta a los retornados, se les ofrece cobijo
durante 72 horas, cuidados psicológicos, sanitarios y tres comidas al día,
mientras se prepara su regreso.
“Fui detenido en Argelia, soy albañil y mi objetivo era montar un
restaurante en Tamanrasset”, asegura Bayfal, procedente de la ciudad santa de
Touba, en Senegal. Como él, Emanuelle, de Camerún o Djemé, de Burkina, probaron
suerte sin encontrarla en Argelia, un destino revalorizado tras la caída de
Gaddafi y el caos en Libia. Entre ellos, miles de ciudadanos nigerinos y de
Mali, países fronterizos, también cruzaron las dunas hacia ese destino, con
desventura desigual, según las frecuentes informaciones sobre muertes de
familias enteras a las que nadie pudo salvar. Tampoco la OIM, a pesar de contar
con centros en Arlit y Dirkou —enclaves imprescindibles de los recorridos— y
realizar misiones al desierto para captar y asistir a migrantes vulnerables.
El aumento de estos flujos en los últimos años ha sido exponencial a la
creciente peligrosidad del trayecto y a la degradación del tratamiento por
parte de las autoridades argelinas, culminado en deportaciones masivas de
migrantes nigerinos en virtud del pacto entre el Gobierno de Niamey y el de
Argel de 2015. La OIM niega su
participación en ellas, pero admite la prestación de auxilio en los casos más
precarios que, no obstante, configuran la mayoría de ellos.
Estas corrientes intra-africanas, a menudo estacionales y de matriz
circular —ida-vuelta-ida— son mayoritarias, muy por encima de los
desplazamientos más atendidos con destino Europa. De hecho, el Banco Mundial establece que el
75% de los migrantes de los países al sur del Sahara emigran a países vecinos, lo que desmitifica el discurso de “invasión”
de inmigrantes africanos en costas europeas. El mismo embajador de la UE admite
la proporción “residual” de ciudadanos nigerinos en el viejo continente, aunque
enfatiza la importancia del país en relación al tránsito y a todo el negocio
informal que de él se deriva. Ciertamente, los flujos tanto internos en la
región, como internacionales que atraviesan el país, participan de una manera u
otra del engranaje migratorio contra el que la Unión Europea dice luchar,
afincado en buena parte en Agadez.
“Occidente no sabe nada, para ellos todos somos mafia”, afirma Sallé
(nombre ficticio), pocas horas antes de embarcar en su todoterreno a veinte
migrantes con destino a Libia. De etnia tubu y mediana edad, lleva más de diez años haciendo de conductor
entre Agadez y Sebha, en el sur libio, de donde es originario. Tras dejar sus
estudios de piloto, empezó su tarea como pasador durante los veranos y luego
hizo de ella su principal actividad. Su tarea consiste en ponerse en contacto
con el intermediario en Agadez, quien reúne y cobra el pasaje a los migrantes.
A él se le paga la mitad de su sueldo antes de salir y la otra mitad a la
llegada. Su función se limita a conducir, aunque a tenor de los riesgos que
entraña el mar de arena, a nivel de clima, hacinamiento, falta de suministros,
ataques de bandidos o antiguas minas desperdigadas preparadas para explotar, su
tarea es la única garantía de vida para los migrantes. A ella se aferran,
temerosos de que no les abandone en medio del desierto, como hacen con
frecuencia otros transportistas.
“Los tratáis como mafia, pero lo único que hacen es intentar ganarse la
vida”, intercede un amigo del driver. Sallé asegura no haber participado nunca
del negocio de trata de personas presente en la zona, conocido en lengua hausa
como Gidanbashi (casa de crédito). Se trata de una red de la que se benefician,
en menor o mayor medida, desde intermediarios y conductores hasta ciertas
familias y autoridades, tanto nigerinas como libias, que utilizan su poder para
lucrarse. “Yo nunca he participado de eso. Tengo compañeros que lo hacen y
ganan muchísimo dinero. Con un solo trayecto pueden comprarse un coche nuevo,
pero para mí es haram (pecado)”, afirma. Según Hassan, residente en Libia
durante diez años, “el Gidanbashi empezó cuando los migrantes decidieron coger
el camino sin financiación y empezaron a entrar en las casas de crédito para
llamar a sus parientes y pedir dinero para seguir el periplo”. Con el tiempo,
el negocio degeneró y se convirtió en una especie de prisión, donde los
migrantes son encerrados, maltratados e incluso asesinados, siendo víctimas así
de un complejo entramado del que muchos sacan tajada.
Agadez se ha convertido en uno de los epicentros de tráfico de África por
el que pasan todo tipo de drogas y productos ilegales hacia Europa. Los
camiones, encargados de transportar las sustancias, ya sea tabaco, alcohol o
cocaína, parten los viernes, mientras los migrantes, en la actualidad a bordo
de pick ups, se van los lunes. El trasiego constante de una ciudad dinámica es
el poso cultural de un pueblo tuareg acostumbrado a tejer puentes entre norte y
sur, como ya hizo en las míticas caravanas de la Edad Media. Más tarde, el
turismo propició su expansión, a través del conocimiento en artes manuales como
la joyería o la herrería. Sin embargo, la presencia y actuación de grupos
yihadistas a finales de los años 2000, sumió la región en una crisis profunda,
después de que Francia y Occidente declararan la zona de riesgo crítico y
recomendaran a sus conciudadanos no visitarla. A esa decisión muchos se agarran
ahora para justificar su participación del tráfico. “Bruselas, París, Madrid,
Londres, todas estas ciudades han sufrido ataques terroristas, ¿por qué a
nosotros nos tienen en zona roja?”, se cuestiona un vecino de la ciudad.
“Si los occidentales quieren parar el tráfico, tienen que crear puestos de
trabajo, pero no dando el dinero a Niamey, sino viniendo aquí”, asegura Sallé,
en una reivindicación viva en las calles. La Unión Europea junto a la OIM ha
puesto en marcha programas de integración comunitaria fomentando cooperativas
de artesanos y joyeros para sacar a centenares de personas del tráfico. Sin
embargo, el comercio informal continúa y se diversifica con clara connivencia
política, que contribuye también al auge de migrantes por la zona. “No se les
ve, pero representan un número mayor que los propios habitantes de la ciudad”,
asegura Hamed. Y apostilla: “El mayor problema de Níger es la policía y la
corrupción”. Ante eso, un compañero de Sallé, sentencia indignado: “Los
europeos cogéis nuestra riqueza (Níger es el cuarto exportador mundial de
uranio, explotado básicamente por Francia, a pesar de contar con una
infraestructura eléctrica dependiente y precaria) y luego os quejáis porqué
venimos a vuestros países. Pero, ¿qué queréis que hagamos?”.”
Oriol Puig (Niamey, Níger)
El País
05/09/2016
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