“En sus cuatro libros, Jhumpa Lahiri (Londres, 1967) ha reflejado las
dificultades de la comunidad india en Estados Unidos para encajar en su país de
acogida. Desde Intérpretes de emociones,
que le valió el premio Pulitzer, hasta La
hondonada, la historia de dos hermanos, Udayan y Subhash, que toman caminos
muy distintos. El primero se compromete
con el violento movimiento maoísta bengalí y el segundo, políticamente indiferente, emigra a EEUU para
doctorarse. Udayan muere ejecutado por
la policía y su hermano acaba casándose y llevando consigo a América a Gauri, la mujer de este, embarazada. Con el paso de los años, la relación con su
hija no deseada, Bela, no será nada fácil. Con sus elecciones ambos hermanos
demuestran ser, a su manera, como cualquier persona, «al mismo tiempo egoístas
y desinteresados»
La emigración de los padres de Jhumpa Lahiri se parece a la experiencia de
Subhash. «No tenían necesidad, lo hicieron para buscar nuevas oportunidades. La
naturaleza de esta elección crea cierta ambivalencia, cierto sentido de culpa. Creo que la emigración india en EEUU tiende a
tener una relación incómoda, a pensar en volver, a viajar a la India tan a
menudo como pueden y mantener su relación con su cultura de una manera que
resulta problemática para la segunda generación, que no entiende por qué
insisten tanto en mantener la lengua, la cultura, la comida, no dar a sus hijos
nombres americanos... Los padres quieren las dos cosas, estar allí y estar
allá».
Ese es el caso de Jhumpa Lahiri. «No tengo raíces reales en ninguna parte. Es difícil para mí sentirme americana. Ser
plenamente americana era para mí como una traición». Una inseguridad que puede ser fértil
creativamente pero difícil de gestionar, como escritora, a la hora de
relacionarse con su lengua literaria. «El bengalí era una lengua que no hablaba
fuera de la familia. Era como un lenguaje secreto que solo hablábamos entre mis
padres y yo, y eso le daba una naturaleza emocional muy especial. Lo irónico es que mi inglés es mucho más
perfecto que mi bengalí, pero no confío
en él. Es una lengua extranjera. Pero el bengalí también lo es... Para mí es
una lengua oral, no sé escribirla. Soy una escritora que no pertenece en
realidad a ninguna lengua».
Pero todo cambia, explica, como sucede con los personajes de su novela,
cuando llega una nueva generación. «Tengo un hijo y una hija que se sienten muy
enraizados en Estados Unidos, en Brooklyn: es su hogar, se sienten vinculados
anímicamente, y eso me gusta. Es fascinante ver cómo reacciona la gente cuando
tiene hijos. Tengo unos amigos catalanes en Massachusetts y sus dos hijas
hablan español y catalán, vienen a ver a sus abuelos... pero no puedes negar
que tus hijos pertenecen a allí. No puedes tener hijos en un país y esperar que
sigan siendo leales a otro en el que nunca vivieron».
Para Lahiri tampoco fue fácil. Hablaba a su primer hijo en bengalí (y su
marido, guatemalteco de origen griego y alemán, en castellano) hasta que en la
escuela le pidieron que lo hiciera en inglés y, madre primeriza, accedió. «Creo que fue un error», dice ahora. Su segunda hija, lamenta, no sabe hablar ni bengalí ni castellano.
Desde hace dos años, vive en Roma con toda su familia. Ha mejorado su
italiano hasta el punto de que ha empezado a escribir en esta lengua. «Pero
hasta cierto punto una parte de mi motivación personal era comprender esta
noción de ser realmente un extranjero, algo sobre lo que siempre he escrito
pero que solo conocía de segunda mano a partir de la experiencia de mis padres.
Esta es la primera vez que me tengo que
enfrentar realmente a los desafíos de vivir fuera de mi entorno habitual».
Ernest Alós
El Periódico
12/03/2014
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