Un año de escuela en Trieste
Giani Stuparich
Traducción de Francesc Miratvilles
Salvador
Minúscula, 2010
94 páginas
En el vestíbulo desierto, a
través de la vidriera del techo, penetraba la luz de una mañana cálida y
ruidosa de septiembre. Afuera aún se oía
el gorjeo festivo de los juegos y los baños de las vacaciones. De la galería superior llegaban de vez en
cuando voces risueñas que, resonando entre las columnas, llenaban el vestíbulo de
fragor.
Se había congregado allá arriba
un pequeño grupo de estudiantes. Estos, chicos
de otros tiempos, conocían desde hacía siete años aquel vestíbulo y se movían por
él con mucha familiaridad; sin embargo su actitud no estaba exenta de un vago
sentimiento de respeto y temor. Si
alguno alzaba la voz excitado, los demás
enseguida miraban a su alrededor desconcertados y él mismo parecía asustarse. A intervalos dirigían su atención a una puerta
sobre la que una placa esmaltada indicaba con caracteres negros que aquella era
el aula de octavo. Entrarían allí al cabo de pocos días y este pensamiento los
turbaba y enorgullecía. Pero no era para
ver la puerta de su clase para lo que se habían dado cita allá arriba aquella
mañana, todavía en plenas vacaciones, sacrificando un espléndido baño. Su curiosidad
se había visto atraída por algo muy distinto. Al otro lado de aquella puerta Edda Marty
luchaba con el tema de latín. Edda Marty era osada: era la primera mujer que intentaba
hacerse con una plaza en aquel instituto masculino. Examinarse de ocho
asignaturas, responder por cinco años de griego y siete de latín, no era
ninguna broma.
¿Superaría las pruebas? ¿Sería
compañera suya de clase? Aquellos chicos habían oído decir cosas admirables de
su inteligencia; pero de ellos solo uno
la conocía un poco mejor, los demás la habían visto por primera vez aquella
mañana cuando iba por el pasillo acompañada de dos profesores y entraba en
aquella aula. Ninguno sabía exactamente qué había visto: dos grandes ojos que
reían y saludaban y que los habían exaltado un poco a todos.”
fragmento
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