Esta salvaje
oscuridad: la historia de mi muerte.
Harold Brodkey
traducción de Marcelo
Cohen
Anagrama, 2001
páginas: 176
Un día de
primavera de 1993, dos años después de
haber publicado su novela El alma fugitiva, Harold Brodkey cayó enfermo. Para su sorpresa -pues llevaba largos
años de matrimonio feliz con la escritora Ellen Schwamm-, los médicos diagnosticaron que tenía sida.
Murió en enero de 1996 y este libro es la crónica de esos últimos dos años, su
última 'mortal luna de miel'.
Esta salvaje oscuridad no es sólo un
libro imprevisible, a veces perverso, diario de una enfermedad; es también una meditación sobre la muerte, el poder, la fama y la inmortalidad de la literatura. También es una sincera exploración de la
sexualidad de Brodkey, la fulgurante,
precisa memoria de su infancia, el lugar
desde donde explica terrores y deseos, y
aquello que ha hecho de él, por encima
de todo, un escritor.
Fragmentos:
“La situación
básica es evidente y oscura: un fatal combate de boxeo con un virus
submicroscópico que, aunque no pueda
tener noción real de la identidad de su oponente, en su microignorancia va a ganar. Se lo come a uno vivo. Un tubo en la nariz, un goteo de medicinas que entran a través de
agujas y se disuelven en la sangre, alejan
en parte el espectro de la muerte (aunque no la desfiguración); el espectro atisba desde los rincones sombríos
de la habitación. Uno vuelve a ser una
especie de niño, con miedo otra vez a la oscuridad.”
“Nunca he
negado y definido histéricamente la realidad de la muerte, su presencia y su
idea, su inevitabilidad. Siempre he sabido que moriría. Nunca me he sentido
invulnerable ni inmortal. Percibía la presencia y la amenaza de la muerte bajo
un sol brillante, en los bosques y en los momentos de peligro en coches y
aviones. La percibía en otras vidas.”
“Ahora tengo
con mi carne el vínculo imaginable más extraño; mi cuerpo es para mí como un
conejo tullido que no quiero mimar, que
olvido alimentar a tiempo, con el cual no tengo tiempo de jugar y que no llego
a conocer, un conejo inútil, guardado en
una jaula, que sería cruel dejar suelto.
No tiene la más remota posibilidad de sobrevivir. Ni ninguna posibilidad de una
muerte fácil. Es una mera presa a medio
comer.”
“La muerte
parecía dulcemente categórica, una ruina, un reordenamiento, un suave silencio
intruso e inexorable.”
“Lo que
recordaba de otras enfermedades terminales era cómo la apariencia humana daba
la impresión de palpitar, como un puño abriéndose y cerrándose, pasando de la
fuerza a la debilidad y de una fuerza menor a una debilidad mayor; el modo en
que el cuerpo se abría como una palma, vulnerable, extendido, y se rehacía en
busca de supervivencia. Después, llegado un momento, el puño ya no se rehacía y
la pulsación cesaba.”
“No quiero
hacer el elogio de la muerte; pero, en la inmediatez, la muerte confiere a las
horas cierta belleza; una belleza que acaso no se parezca a ninguna otra, pero
es abrumadora.”
“También en
morir hay cierto ritmo. Se aminora y se
aviva. Muy poco importa, pero para mí ese poco es de importancia
crucial. Veo el silencio que hay delante
como toda la vida he visto el silencio de Dios como un hecho real y fuente de
terror. Es algo que uno debe soportar,
que va más allá de las afirmaciones de la religión, no la idea de que uno vaya
a morir sino la realidad de su muerte. Uno
se ejercita en la aceptación del terror. Es la forma que toma la vida hacia el final.”
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