2 de nov. 2018

el amargo




El 18 de junio de 1936, se anunció en una radio de Moscú la muerte de Makxim Gorki, “el gran escritor ruso,  el maestro de la palabra,  amigo de los trabajadores y luchador por la victoria del comunismo”.

El Kremlin celebró un funeral de Estado en su honor.  Medio millón de personas acudió a la capilla ardiente instalada en el centro de Moscú. Tras la incineración, la urna con las cenizas —vigilada por la policía y los soldados del ejército y colocada sobre una camilla adornada— fue trasladada a hombros de Stalin y su equipo hasta la Plaza Roja,  donde estaban aguardando más de 100.000 personas. Junto al mausoleo de Lenin, los políticos fueron pronunciando sus vehementes discursos.

El escritor francés André Gide, amigo personal de Gorki, habló en nombre de la Asociación Internacional de Escritores.  Cuando la ceremonia hubo terminado,  se enterró la urna en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin,  contraviniendo el último deseo del escritor,  que deseaba descansar junto a su hijo en el cementerio Novodévichi.

El cronista ruso Arkadi Vaksberg siempre apoyó la teoría de que Gorki fue envenenado por orden de Stalin y no murió de una enfermedad cardíaca, como afirma la versión oficial. Cualquiera que sea la verdad, por entonces Gorki ya estaba muy enfermo.

Solo unas horas después de su muerte se le extirpó el cerebro en una operación quirúrgica. El cerebro de Maxim Gorki se conserva en el Instituto Neurológico de Moscú junto con los cerebros de Mayakovski, Lenin y muchos otros pensadores, escritores y políticos rusos.


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