23 d’abr. 2019

el matrimonio



“Cuanto más lo pensaba,  más me gustaba la idea de ser seducida por un intérprete simultáneo en la ciudad de Nueva York.  Constantino parecía maduro y considerado en todos los aspectos.  No había nadie que yo conociera ante quien él pudiera querer jactarse de ello, de la misma manera en que los chicos de colegio se jactan con sus compañeros de cuarto o del equipo de básquet de haberse acostado con chicas en el asiento trasero de los coches.  Y había una agradable ironía en el hecho de dormir con un hombre que me había sido presentado por la señora Willard, como si ella fuera, indirectamente, culpable del asunto.

Cuando Constantino me preguntó si me gustaría subir a su apartamento para escuchar unos discos de balalaica,  sonreí para mí.  Mi madre me había dicho que nunca,  en ninguna circunstancia, fuera con un hombre a su cuarto después de una velada, eso sólo podía significar una cosa.

—Me encanta la música de balalaica —dije.

La habitación de Constantino tenía un balcón,  y el balcón miraba al río, y podíamos oír el sonido de los remolcadores abajo en la oscuridad.  Me sentí conmovida y tierna y perfectamente segura de lo que estaba a punto de hacer.

Sabía que podía tener un bebé,  pero ese pensamiento pendía lejos e indistinto en la distancia y no me preocupaba en absoluto. No había un método ciento por ciento seguro para no tener un bebé, decía un artículo que mi madre había recortado del Reader's Digest y que me había enviado por correo al colegio.  Este artículo estaba escrito por una mujer casada, abogada y con niños,  y se titulaba: «En defensa de la castidad.»

Daba todas las razones por las que una chica no debería dormir con nadie excepto con su marido,  y esto sólo una vez que estuvieran casados.

El punto central del artículo era que el mundo de un hombre es diferente del de una mujer y sólo el matrimonio puede unir los dos mundos y los dos distintos conjuntos de emociones.  Mi madre decía que esto era algo de lo que una chica se enteraba cuando ya era demasiado tarde,  así que tenía que aceptar el consejo de gente que ya tenía experiencia, como una mujer casada.

Esta abogada decía que los mejores hombres querían ser puros para sus esposas y,  aun cuando no lo fueran,  querían ser quienes instruyeran a sus esposas acerca del sexo.  Por supuesto,  tratarían de inducir a una chica a tener relaciones sexuales y dirían que se casarían luego,  pero,  tan pronto como accediera,  perderían todo el respeto por ella y empezarían a decir que si lo hizo con ellos lo haría con otros hombres, y terminarían haciéndole la vida imposible.

La mujer terminaba su artículo diciendo que era mejor estar tranquila que arrepentida y,  además,  no había forma segura de no cargar con un bebé y entonces realmente se está en un apuro.

Lo único que ese artículo no parecía considerar,  a mi entender,  era cómo se siente una chica.

Podía ser bello el ser pura y casarse con un hombre puro.  ¿Qué si de pronto él confesaba que no era puro después de estar casados,  como lo había hecho Buddy Willard?  Yo no podía soportar la idea de que una mujer tuviera que tener una vida pura de soltera y de que un hombre pudiera tener una doble vida,  una pura y otra no.

Finalmente decidí que si era tan difícil encontrar un hombre viril, inteligente y que todavía fuera puro a los veintiún años,  yo podía olvidar lo de conservarme pura y casarme con alguien que tampoco lo fuera.  Entonces, cuando él empezara hacerme la vida imposible,  yo también podría hacérsela a él.

Cuando yo tenía diecinueve años,  la pureza era el gran tema.

En lugar de un mundo dividido entre católicos y protestantes,  o entre republicanos y demócratas,  o entre blancos y negros,  o aun entre hombres y mujeres,  yo lo veía dividido entre la gente que se había acostado con alguien y la gente que no lo había hecho,  y ésta parecía ser la única diferencia verdaderamente significativa entre una persona y otra.

Pensaba que experimentaría un cambio espectacular el día en que cruzara la línea divisoria.”


La campana de cristal
Sylvia Plath



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