“Cuanto más lo pensaba, más me gustaba la idea de ser seducida por un intérprete
simultáneo en la ciudad de Nueva York. Constantino parecía maduro y considerado en
todos los aspectos. No había nadie que
yo conociera ante quien él pudiera querer jactarse de ello, de la misma manera
en que los chicos de colegio se jactan con sus compañeros de cuarto o del
equipo de básquet de haberse acostado con chicas en el asiento trasero de los
coches. Y había una agradable ironía en
el hecho de dormir con un hombre que me había sido presentado por la señora
Willard, como si ella fuera, indirectamente, culpable del asunto.
Cuando Constantino me preguntó
si me gustaría subir a su apartamento para escuchar unos discos de balalaica, sonreí para mí. Mi madre me había dicho que nunca, en ninguna circunstancia, fuera con un hombre
a su cuarto después de una velada, eso sólo podía significar una cosa.
—Me encanta la música de
balalaica —dije.
La habitación de Constantino
tenía un balcón, y el balcón miraba al
río, y podíamos oír el sonido de los remolcadores abajo en la oscuridad. Me sentí conmovida y tierna y perfectamente
segura de lo que estaba a punto de hacer.
Sabía que podía tener un bebé, pero ese pensamiento pendía lejos e indistinto
en la distancia y no me preocupaba en absoluto. No había un método ciento por
ciento seguro para no tener un bebé, decía un artículo que mi madre había
recortado del Reader's Digest y que
me había enviado por correo al colegio. Este
artículo estaba escrito por una mujer casada, abogada y con niños, y se titulaba: «En defensa de la castidad.»
Daba todas las razones por las
que una chica no debería dormir con nadie excepto con su marido, y esto sólo una vez que estuvieran casados.
El punto central del artículo
era que el mundo de un hombre es diferente del de una mujer y sólo el
matrimonio puede unir los dos mundos y los dos distintos conjuntos de
emociones. Mi madre decía que esto era
algo de lo que una chica se enteraba cuando ya era demasiado tarde, así que tenía que aceptar el consejo de gente
que ya tenía experiencia, como una mujer casada.
Esta abogada decía que los
mejores hombres querían ser puros para sus esposas y, aun cuando no lo fueran, querían ser quienes instruyeran a sus esposas
acerca del sexo. Por supuesto, tratarían de inducir a una chica a tener relaciones
sexuales y dirían que se casarían luego, pero, tan
pronto como accediera, perderían todo el
respeto por ella y empezarían a decir que si lo hizo con ellos lo haría con
otros hombres, y terminarían haciéndole la vida imposible.
La mujer terminaba su artículo
diciendo que era mejor estar tranquila que arrepentida y, además, no había forma segura de no cargar con un bebé
y entonces realmente se está en un apuro.
Lo único que ese artículo no
parecía considerar, a mi entender, era cómo se siente una chica.
Podía ser bello el ser pura y
casarse con un hombre puro. ¿Qué si de pronto
él confesaba que no era puro después de estar casados, como lo había hecho Buddy Willard? Yo no podía soportar la idea de que una mujer
tuviera que tener una vida pura de soltera y de que un hombre pudiera tener una
doble vida, una pura y otra no.
Finalmente decidí que si era tan
difícil encontrar un hombre viril, inteligente y que todavía fuera puro a los
veintiún años, yo podía olvidar lo de
conservarme pura y casarme con alguien que tampoco lo fuera. Entonces, cuando él empezara hacerme la vida
imposible, yo también podría hacérsela a
él.
Cuando yo tenía diecinueve años,
la pureza era el gran tema.
En lugar de un mundo dividido
entre católicos y protestantes, o entre republicanos
y demócratas, o entre blancos y negros, o aun entre hombres y mujeres, yo lo veía dividido entre la gente que se
había acostado con alguien y la gente que no lo había hecho, y ésta parecía ser la única diferencia verdaderamente
significativa entre una persona y otra.
Pensaba que experimentaría un
cambio espectacular el día en que cruzara la línea divisoria.”
La campana de cristal
Sylvia Plath
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada