“Tomé el libro que la gente de Ladies' Day me había enviado. Cuando lo abrí, cayó una tarjeta. El anverso mostraba un perro de lanas con una
floreada camisa de pijama, sentado en
una cesta con cara triste, y el reverso
presentaba el mismo perro tendido en la cesta, con una leve sonrisa, profundamente dormido bajo un diseño bordado
que decía: ‘ Mejorarás si descansas mucho, mucho.’ Alguien había escrito en la parte inferior de
la tarjeta: ‘¡Mejora pronto!; de parte
de todos tus amigos de Ladies' Day’ ,
en tinta de color violeta.
Pasé de un relato a otro hasta llegar finalmente a
uno acerca de una higuera.
La higuera crecía en un verde prado entre la casa
de un judío y un convento, y el judío y
una hermosa monja trigueña se encontraban a menudo junto al árbol para recoger
higos maduros, hasta que un día vieron
en una rama un huevo empollado en un nido y mientras observaban al pajarillo abrirse
camino con el pico, sus manos se
rozaron, y desde entonces la monja no
volvió a recoger higos maduros con el judío; en su lugar iba una cocinera católica y de
rostro perverso, quien contaba los higos
que el judío recogía para asegurarse de que no se llevaba más que ella, y el hombre estaba furioso.
Me pareció una historia encantadora, especialmente la parte referente a la higuera
en invierno, bajo la nieve, y luego en primavera cargada de fruta verde. Lamenté llegar a la última página. Deseé poder arrastrarme por entre las líneas
negras del papel impreso, como si se
tratara de una cerca, e ir a dormir bajo la gran higuera, verde y hermosa.
(…)
Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como
la higuera verde del cuento.
De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía
un maravilloso futuro, señalado y
rutilante. Un higo era un marido y un
hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria
editora, y otro higo era Europa y África
y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de
otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico
de atletismo, y más allá y por encima de
aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.
Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese
árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los
higos escoger. Quería todos y cada uno
de ellos, pero elegir uno significaba
perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse
negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.”
La
campana de cristal
Sylvia
Plath
“Nunca
volveré a hablar con Dios. Esa es la respuesta que Sylvia Plath le da a su
madre cuando esta le comunica que su padre ha muerto. La infancia de la poeta,
hasta que su padre muere, es bastante común en la medida que las familias
felices son comunes.”
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por Jenn
Díaz
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