17 de set. 2020

la extraña desaparición de Esme Lennox, uno

 

Memoria minada

por María José Obiol

El País, 15 de agosto de 2009.

 

 

“Todo empieza con dos chicas en un baile, eso leo. Unas líneas después surge la duda. Tal vez la historia comienza antes de la fiesta. Esta lectora escucha: cruje la seda de los vestidos nuevos, hay risas, diversión. Está el jardín. Unas páginas después se reinicia la historia: una mujer recuerda el baile y lo que sucedió antes de él. Tiene la memoria fresca e intacta y sin embargo su mirada es anciana. Su frente se apoya en un hierro que no es sino reja que encierra. Una cárcel. Sí, una cárcel de locos. Un manicomio. Se leen imágenes: India, el polvo amarillo de las mimosas, un viaje, hermana, Bombay, barco, frío, Edimburgo, mantas. Un baile. Otra vez las dos chicas en el baile.

La extraña desaparición de Esme Lennox es la historia de Euphemia "me llamo Esme", perdón, es la historia de Esme, una adolescente que fue encerrada por no militar en las convenciones sociales. Es la historia de una anciana que sesenta años después recobra la palabra y la memoria de tiempos felices pero no para festejar ni preguntarse, sino para decir: entendí y acepté el don de la felicidad y mis padres me encerraron porque lo quise disfrutar. La anciana evoca la pérdida y la desesperación. Aquí el castigo es el adiós. La desesperación proviene de los suyos porque son ellos quienes hacen sombría la vida. Pero ¿cuál es la falta? El pecado es la ambición: ser feliz, bailar, decir sí y decir no, si así lo piensas, amar a quien quieras. Ellos, la familia, definen risa y decisión. La rebelión se paga y la llaman histeria. Tiempos oscuros aquellos donde médicos, padres y maridos se deshacían de mujeres que no cumplían órdenes. Estamos en Escocia y es la década de los treinta del siglo pasado. Pero también estamos en Escocia y han pasado sesenta años.

Maggie O'Farell (Irlanda del Norte, 1972) ha escrito una novela que posee capacidad de seducción y un magnetismo que deja exhausto a quien lee, pues recorre con palabras, sonidos e imágenes una memoria de aflicción demoledora. La autora con brillante determinación construye una historia a la que esta lectora se rinde, saboreando ese vaivén de aquí y ahora, de allí y antes. La novela muestra el poder evocador de las palabras, pues atiendo no sólo voces que recuerdan y aclaran, sino el pájaro que vuela, brrr-clop-brrr; el corte de la azada, raac, raac y el susurro del árbol, shshshs. Punto y raya de un nuevo código Morse. Así se va reconstruyendo el tesoro de una voz que cuenta, esa anciana de memoria clara que habla con detalle de su infancia feliz. ¿Infancia feliz? Me equivoco, pues apenas unas páginas más, el texto se vuelve feroz aunque el pájaro siga cantando y la niña camine alegre de regreso a casa. Leo incomprensibles imágenes que se instalan en la retina de la niña y que señalan la crueldad del estricto orden familiar, leyes incuestionables, padres que anatematizan risas y decisiones. Padres ricos que no golpean sino que castigan señalando la diferencia y a la víctima. Las mujeres enloquecen. Las mujeres padecen histeria, neurosis. Neurosis puede ser querer dar paseos en soledad, no desear casarse, reír a destiempo, bailar frente al espejo, aturdirse con el uso inadecuado de los cubiertos y no sonrojarse.

En La extraña desaparición de Esme Lennox, Maggie O'Farell convierte un diálogo fragmentado entre dos hermanas que no se han visto en décadas en una intensa novela. La autora hilvanará con interés, emoción y suspense monólogos de distinto calibre, uno con la memoria preservada como el buen vino y otro con el recuerdo quebrado por el Alzheimer. La codiciada lectura incorpora a las voces ancianas la de una joven sobrina nieta que indaga y que trae al presente conflictos acordes con el signo de los tiempos y con los cambios en las distintas maneras de ser familia. O'Farell selecciona con esmero el tiempo narrativo. Aquí, allí, ahora, antes. Rastrea en los momentos gozosos y en aquellos que destilan el fétido olor del desaliento. En ese desierto no hay razón, no hay posibilidad de perdón ni de arrepentimiento. "Papá, por favor, papá no lo volveré a hacer más". Oídos sordos. Aislamiento, exclusión y olvido. El destierro es un lugar con el horizonte enrejado. Así fluye la memoria de las hermanas, alcanzando a la sobrecogida lectora que atiende al castigo demoledor de una disidencia. Los padres, las leyes y los médicos certificando el dictamen. Criaturas de apariencia noble devoran a otra de su misma sangre y continúan su existencia como si nada hubiera sucedido, como si el monstruo fuera aquella adolescente que adoraba su libertad pensando que podía disponer de ella, joven confiando en su futuro, mientras los monstruos, su familia respetable, siguió su vida y la olvidó como se olvida a un desconocido con el que nos cruzamos en la calle.

Se lee con avidez esta novela que recompone las terribles partículas en suspensión de las cerradas convenciones sociales. Ambas memorias, la memoria de la felicidad y la del miedo, surgen libres para mostrar el detritus de escenas que ensombrecen el recuerdo. Escritura exultante que se oscurece al contar. Sí, tal vez todo empezó con dos chicas en el baile. ¿O fue antes? O es ahora, con la mirada anciana de una mujer que recobra el vuelo del pájaro brrr-clop-brrr, aún sabiendo que después estuvo la jaula.”

 


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