Los “Anticuentos” de Juan José Millás, son unas narraciones breves totalmente atípicas. Su autor las considera un nuevo género de su invención que destaca por un enfoque narrativo nada habitual, cercano al surrealismo, que ofrece una ruptura con el modo tradicional de ver la realidad y descubrir otras dimensiones de la existencia humana. Los articuentos de Millás relatan cosas simples, cotidianas, en muy pocas palabras. Al mismo tiempo, a pesar de su aparente brevedad y simplicidad, los relatos, debido tanto a la gran variedad de referencias intertextuales, elementos fantásticos y una buena porción de humor e ironía incluidos en ellos, como a las múltiples formas y posturas insólitas aplicadas por parte del autor, son capaces de retratar la complejidad de la existencia cotidiana del ser humano y de su conciencia.
Gripe
“La gripe
viene de Asia; los fantasmas, del armario; el terror, de las sombras. La gripe
es un proceso. Un día, después de comer, empiezas a mirar las cosas con cierta
extrañeza. Te parece que tus compañeros de trabajo se mueven a una velocidad
excesiva; además, no tienen frío, mientras que tú, desde hace dos o tres horas,
sientes en la espalda —tan deshabitada habitualmente— un movimiento especial,
como si alguien hubiera abierto una ventana a la altura de los riñones. Los
muebles del despacho son opacos; no comunican nada, excepto esta voluntad
intransitiva. En la calle, los coches y la gente arrastran una pesadez mortal.
Parecen manejados a distancia por un mecánico poco hábil. A lo mejor no te has
dado cuenta todavía de que tienes fiebre, pero lo cierto es que las
articulaciones de tu cuerpo han empezado a enviar leves mensajes de aflicción
que se traducen en un estado de ánimo que tiende a la indiferencia. Al
acostarte, te has encogido con placer y tu mujer te ha dicho que estás ardiendo.
Estás ardiendo. Mañana tenías un compromiso importante y te hace gracia pensar
que el compromiso no te importa nada, como el resto de la realidad.
Los huesos
todavía no te duelen demasiado, de manera que fantaseas con que vas a poder
leer. Tres días de cama, dos novelas. No acabas de coger el sueño, ahora estás
algo excitado. Haces un repaso de la semana y te sorprendes de la pasión que
has puesto en placeres absurdos, perecederos. Te duermes y sueñas los pasos de
tu madre en el pasillo. Eres un niño y el mundo no depende de ti. Puedes ser
irresponsable y eso te proporciona un latigazo de felicidad. Te encoges un poco
más y notas los dedos de tu madre en la frente.
Algo así no puede venir de Asia, tiene que proceder de lo más hondo de uno mismo, como los fantasmas que parecen salir del armario, como el terror que emerge de las sombras.”
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