la visita
“—Estoy en desventaja. Parece saber mucho sobre mí y, como mínimo, un poco de lo que pasa aquí, en esta consulta, y yo ni siquiera conozco su nombre. Me gustaría saber a qué se refiere cuando dice que el señor Zimmerman ha terminado su tratamiento, porque el señor Zimmerman no me ha dicho nada. Y me gustaría saber cuál es su conexión con el individuo al que usted llama señor R y que supongo es la misma persona que me mandó la carta amenazadora firmada a nombre de Rumplestiltskin. Quiero que conteste a estas preguntas de inmediato. Si no, llamaré a la policía.
La joven volvió a sonreír. Nada nerviosa.
—¿Vamos a lo práctico?
—Respuestas —la urgió él.
—¿No es eso lo que buscamos todos, Ricky? ¿Todos los que cruzan la puerta de esta consulta? ¿Respuestas?
Él alargó la mano hacia el teléfono. —¿No imaginas que, a su manera, eso es también lo que quiere el señor R? Respuestas a preguntas que lo han atormentado durante años. Vamos, Ricky. ¿No estás de acuerdo en que hasta la venganza más terrible empieza con una simple pregunta?
Ricky pensó que ésa era una idea fascinante. Pero el interés de la observación se vio superado por la creciente irritación que le despertaba la actitud de la joven. Sólo mostraba arrogancia y seguridad. Puso la mano en el auricular. No sabía qué otra cosa hacer.
—Conteste mis preguntas enseguida, por favor —dijo—. De lo contrario llamaré a la policía y dejaré que ella se encargue de todo.
—¿No tienes espíritu deportivo, Ricky? ¿No te interesa participar en el juego?
—No veo qué clase de juego implica enviar pornografía asquerosa y amenazadora a una chica impresionable. Ni tampoco qué tiene de juego pedirme que me suicide.
—Pero, Ricky —sonrió la mujer—, ¿no sería ése el mayor juego de todos? ¿Superar a la muerte?
Eso detuvo la mano de Ricky, aún sobre el teléfono. La joven le señaló la mano.
—Puedes ganar, Ricky. Pero no si descuelgas ese teléfono y llamas a la policía. Entonces alguien, en algún sitio, perderá. La promesa está hecha y te aseguro que se cumplirá. El señor R es un hombre de palabra, y cuando ese alguien pierda, tú también perderás. Estamos sólo en el primer día, Ricky. Rendirte ahora sería como aceptar la derrota antes del saque inicial. Antes de haber tenido tiempo de pasar siquiera del medio campo.
Ricky apartó la mano.
—¿Su nombre? —preguntó.
—Por hoy y con objeto del juego, llámame Virgil. Todo poeta necesita un guía.”
El psicoanalista
John Katzenbach
traducción: Laura Paredes
Ediciones B, 2004
pág: 43-44
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