Juan José Millás se visita a sí
mismo
EfeKto
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08/12/2019
“El valenciano Juan José Millás (1946) tiene un
trabajo establecido: la literatura. Despierta escribiendo y se duerme leyendo.
Como en cualquier jornada laboral, maneja horarios: a las 6 de la mañana se
levanta y comienza a escribir:
―Si tengo una novela entre manos le dedico tiempo hasta las 8 u 8:30 de la mañana…
Después, sale a caminar. Al
regresar toma los periódicos y el resto de la mañana lo dedica a los artículos
que tenga que escribir:
―Publico uno diario en diferentes periódicos
―aclara.
La tarde es para leer:
―Esta es mi vida ―asegura el autor de Desde la sombra (Alfaguara, 2016).
A sus espaldas, el bosque de
Chapultepec y Paseo de la Reforma dibujan una parte de la urbe. Esta panorámica
lo lleva a imaginar e igualar pasajes inmersos en su más reciente libro: La vida a ratos (Alfaguara, 2019),
porque, dice, “cuando uno abra el volumen se encontrará con una representación”
suya:
—Yo estoy ahí del mismo modo que la ciudad está en
el plano cartográfico. No hay que confundir el territorio con el mapa. Si
nosotros abrimos el plano de la Ciudad de México sabemos que no estamos ante el
plano de ésta sino ante su representación. Ahora, hay planos más fieles que
otros, algunos mal hechos. Yo he aspirado a hacer un buen plano de mí. Estoy
ahí en todas mis grandezas cotidianas, de la vida diaria. Estoy ahí en lo
misterioso… es decir, creo que he desplegado una buena representación.
El libro es un viaje por la vida
de Millás, un diario disfrazado de novela, donde más allá de la ficción se
encuentran las facetas por las cuales se puede leer al autor: sus talleres de
escritura, sus terapias psicológicas, sus mañanas, sus viajes por el Metro de
Madrid son parte de las historias del personaje principal:
—En un diario los materiales vienen de afuera, es
decir tú cuentas lo que te ha ocurrido, no te lo tienes que inventar, de modo
que en el plano de la ciudad tú no tienes que inventarte nada. Aquel edificio,
por ejemplo, ya existe, simplemente lo señalas porque ahí está. En una novela,
en cambio, los materiales vienen de la imaginación y tienes que estar
inventando continuamente.
El escritor vive en Madrid,
ciudad en la que una de sus actividades consiste en dar talleres literarios en
la Escuela de Escritores. Dice que hasta el salón de clases llega la gente que
se resiste a escribir:
―La mayoría no quiere escribir, sino sólo ser
escritor. Y no estamos hablando de lo mismo. En estos cursos tienen a un
profesor que soy yo, que se desespera en ocasiones porque la escritura está
mitificada: todo el mundo cree que no escribe porque no tiene tiempo. Esto es
muy curioso, la gente en su fantasía piensa que algún día escribirá la novela
de su vida. De hecho, mucha gente dice: “Tengo ganas de jubilarme para empezar
a escribir”. Esto implica que la escritura está mitificada, lo que da lugar a
multitud de malentendidos y a cosas muy divertidas o grotescas…
Después de esta reflexión,
Millás asegura que no sabe si ya escribió la novela de su vida. Pero sí sabe
que ha llegado “a un momento en que su escritura coincide con la madurez”
adquirida con los años, con observarse para saber cómo es:
―Mis rutinas de soledad, mis dificultades para
relacionarme con otros y todo aquello que habitualmente permanece en las
trastiendas de las personas y que no se dejan ver.
En este reencuentro consigo
mismo, una imagen de Millás se dibujó en su retrato:
—Me gustaría disolverme en la escritura. Quisiera que una aguja estuviera conectada, a través de un tubo, a una pluma estilográfica y que yo, con mi propia sangre, a medida que fuera escribiendo me fuera muriendo, me fuera disolviendo. Ese es un sueño recurrente en mí, desaparecer en la escritura, que es lo que le ha dado sentido a mi vida.
En los últimos años la
disciplina de Juan José Millás en la
escritura lo ha llevado a publicar un libro por año. Dice que es el resultado
de una vida dedicada a las letras, tanto a la lectura como a la escritura.
—¿Qué
relación ha mantenido con el acto de leer y de escribir?
—No se puede ser escritor sin ser un lector
patológico, enfermizo. El combustible de una escritura es la lectura. Si yo no
leyera, no podría escribir. Es más, creo que si me pusieran en una situación
hipotética de que alguien me dijera: “Usted, a partir de ahora, solamente va a
poder leer o escribir, no va a hacer ambas cosas”, seguramente elegiría leer.
Se empieza a leer por las mismas razones por las que se empieza a escribir,
porque entre el mundo y tú hay algo que no funciona bien. Cuando lees o
escribes, ese malestar se atenúa. Así que el escritor y el lector se parecen
muchísimo.
En La vida a ratos, Millás aprovecha la escritura para dar pistas de
aquellos libros que lo han marcado:
―Lo que pasa es que cuando un libro me ha afectado mucho lo cuento ―asevera tajantemente.
En su rutina dedica cuatro horas
diarias a leer:
―La lectura es mi diario, así que hablo a lo mucho
de seis libros, pero son seis libros que a mí me han cambiado la vida.
Ahora mismo, el escritor está
leyendo un libro de divulgación científica: Vida, la gran historia, escrito por el paleontólogo español Juan Luis Arzuaga, una lectura sobre la
prehistoria:
―Porque pienso escribir algo sobre ello…”
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