“Anne no había hecho más que acercarse a la mesa en que Frederick había estado escribiendo, cuando oyó los pasos de alguien que se acercaba; se abrió la puerta y entró el mismísimo Wentworth. Venía a pedir permiso a las señoras para recoger los guantes, que había dejado olvidados. Se dirigió hacia la mesa con este propósito, y, dando la espalda a Mrs. Musgrove, sacó una carta de entre los papeles que se hallaban esparcidos sobre la carpeta, se la tendió a Anne con una expresión de súplica en los ojos y, cogiendo los guantes de inmediato, abandonó la estancia sin que Mrs. Musgrove atinara a darse cuenta de que lo hacía… Todo fue cuestión de un momento.
No es para describir la conmoción que aquel hecho produjo en el ánimo de Anne. La carta, enviada a nombre de «Miss A. E.», era, evidentemente, la que con tanta prisa había cerrado. Mientras lo suponía ocupado en escribir al capitán Benwick, era a ella a quien escribía. En aquellos renglones se resumía todo cuanto la vida le reservaba. Todo era posible; todo debía esperarse, menos la incertidumbre. Mrs. Musgrove estaba ocupada en sus cosas, y Anne aprovechó esta circunstancia para sentarse en el sillón y procedió a leer la misiva, que rezaba:
<<Me resulta imposible seguir escuchando en silencio, y para dirigirme a usted empleo el único medio de que dispongo. Se me parte el alma y vacilo entre la desolación y la esperanza. No me diga, por Dios, que ya es tarde y que esos bellísimos sentimientos no anidan ya en su pecho. Nuevamente me ofrezco a usted, y mi corazón es aún más suyo ahora que cuando me lo destrozó hace ocho años. No diga que el hombre olvida más pronto que la mujer ni que en él el amor tiene vida más corta. A nadie he amado más que a usted. Podré haber sido injusto, he sido débil, y lo reconozco, pero inconstante, jamás. Sólo por usted he venido a Bath. Sólo en usted pienso y en usted sólo cifro mis ilusiones y proyectos. ¿No lo ha adivinado ya? ¿Es posible que no haya adivinado mis intenciones? Créame firmemente que no habría esperado estos días si hubiera podido leer sus pensamientos del mismo modo que usted, sin duda, ha leído los míos. ¡Qué difícil se me hace escribir! A cada instante llegan a mis oídos palabras que me dejan anonadado… Usted baja el tono de voz, pero yo percibo claramente esos acentos, aunque se pierdan para los demás. ¡Dulce y admirable mujer! Nos hace usted justicia al reconocer que también cabe en el hombre el afecto sincero y persistente. Crea en el amor ferviente e invariable de
F. W.
P. S.: Tengo que marcharme sin saber qué me depara el futuro, pero no tardaré en volver o en buscarla donde se halle. Una palabra, una mirada bastarán para decidir si he de ir a casa de su padre esta tarde o nunca.>>
Persuasión
Jane Austen
traducción: Manuel Ortega y Gasset
Penguin Clásics
Pág: 266-267
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