“Todos los fundamentalismos engendran división, lucha, racismo y sexismo [The Nawal-el-Saadawi Reader p. 93]. Ayudan al imperialismo internacional a mantener el control y a vencer la resistencia popular a las políticas que llevan a la guerra y aumentan la explotación [Ibidem p. 93] Y vuelve a insistir: los fundamentalistas y otros grupos fanáticos adquieren poder político en los países árabes por mediación de gobiernos que les ayudan secreta y abiertamente a luchar contra el ala izquierda o contra los grupos socialistas [...] les dan acceso a los medios, especialmente TV, y, bajo el nombre de la democracia, les permiten sacar periódicos y revistas. Los grupos fundamentalistas elaboran eslóganes revolucionarios contra Occidente. Y la existencia del fundamentalismo israelí es un espolón, el mayor, para el cultivo de fundamentalismos islámicos.
Cuando los movimientos fundamentalistas se hacen fuertes, quienes más sufren son las mujeres, las mujeres pobres, porque estos movimientos dirigen sus ataques contra las mujeres y los grupos minoritarios. Lo mismo que los grupos fundamentalistas judíos, los grupos islámicos tratan de volver a conducir a las mujeres al velo, a la casa, a la dominación de los maridos. Hoy en Egipto el código de familia las reduce a la condición de esclavas —estamos en 1994— de sus maridos por la ley de obediencia —en 2006 se ha abolido—. Pero ellos se pueden divorciar y practicar la poligamia.
El velo es el aspecto visible del fundamentalismo islámico (las de upper classes se enjoyan y maquillan bajo el velo, y enseñan un poco la cara). La auténtica identidad se basa en desvelar nuestras mentes, no en velar nuestras caras. Esta misma posición mantiene en enero de 2004, en una entrevista al periódico La Vanguardia. Saadawi se rebela contra el multiculturalismo: “¿Cómo la auténtica identidad puede ser reducida a un trozo de tela?”. Argumento, una vez más ilustrado: la identidad está en el espíritu que es producto de la mente y los sentimientos.
No obstante, aquí Saadawi es muy cauta; no quiere herir susceptibilidades solamente por un rasgo de conducta, prefiere enfrentarse por conjuntos de rasgos que presentan mayor urgencia política.
Se declara también opuesta a los nacionalismos —léase feminismos nacionalistas—: “sacrificar a las mujeres a la liberación nacional es un error de los que confunden el capitalismo con el patriarcado, cuando el capitalismo sólo es una forma de patriarcado. Los partidos de izquierda suelen sacrificar a las mujeres para aplacar a los grupos más conservadores, como sucedió en Egipto con el código de familia en 1985; las mujeres perdieron algunos derechos, aunque todos los partidos —derecha e izquierda—, menos los islamistas, estaban contra el código de familia del 79”.
Su propuesta para solucionar el problema de los fundamentalismos consiste en desenmascarar las verdaderas causas, laicizar el problema:
“Los movimientos fundamentalistas son una máscara de otras batallas y una distorsión de las religiones [...] hay que crear y hacer una interpretación ilustrada de las diferentes religiones [...] El Dios a ojos del opresor es diferente del Dios a ojos del oprimido”.
En el discurso inaugural de la 22 conferencia anual de la Asociación Literaria Africana (1996) inicia Saadawi su intervención con esta pregunta:
“¿Por qué siguen preguntándome por mi identidad? En Europa y en América del Norte, cuando me invitan a una conferencia siempre me preguntan por mi identidad africana, ¿por qué estas preguntas siempre se hacen en Europa o en Norteamérica? ¿Por qué la identidad americana no se cuestiona? Parece que la política de la identidad es —y no debería serlo— una exclusiva de los neo-colonizadores [...] Hoy mi identidad es tabú”.
Es decir, denuncia y rechaza la heterodesignación practicada por los occidentales para quienes identidad árabe, no es algo políticamente correcto. Ahora —denuncia— con el posmodernismo, mi identidad pasa a ser Middle eastern (lo que incluye Israel, Turquía y quizá Irán); la “nación árabe” ya pasó. Ahora se hacen clasificaciones (que son divisiones) postmodernas para mejor controlar.” Hasta me preguntan si siendo egipcia me considero africana. Y, es que:
“La identidad es un discurso y es fundamental saber quién hace uso de él, quién decide, quién pone las etiquetas, dónde me lleva”.
En nombre de un “universalismo de la humanidad” a la pobre África se le pide suprimir sus limitaciones, remontar el vuelo hacia los siempre amplios horizontes del posmodernismo donde cada cosa está fragmentada, difusa, desparramada para ventaja de un grupito de gente rica, porque quienes deciden la distribución del mundo son las multinacionales económicas. Observa Saadawi que es curioso que el movimiento hacia la globalización de la cultura no se contradiga con la tendencia postmoderna a la fragmentación cultural y los esfuerzos por la identidad. Son dos caras de la misma moneda: para la unificación del poder económico y cultural en lo alto es necesario fragmentar el poder en lo bajo.
Denuncia cómo el neocolonialismo ha unido las nociones de modernización y liberalización con el consumismo, el turismo sexual. La pornografía, los cuerpos desnudos de las mujeres en los anuncios, etc. Y al mismo tiempo auxilia y anima a los movimientos fundamentalistas directamente o por intermediarios.
Y afirma que las mujeres son las primeras víctimas de esta manipulación, de este doble juego: como consumidoras y objetos sexuales se les pide ser más liberales y más modernas: las mujeres de las élites urbanas, las que trabajan y tienen independencia económica etc; mientras a la masa de mujeres egipcias o árabes en las áreas urbanas y rurales se les dice que se queden en casa, que se pongan el velo, que sigan las prácticas religiosas tradicionales, etc. En resumen: una combinación de aculturación occidental y adoctrinamiento religioso es la diaria nutrición de las mujeres, niños y hombres en estos países a través de los mass-media:
“Para mantener la economía global de los pocos, de las multinacionales, debe darse una unificación máxima entre los pocos, muy muy pocos. Pero entre los muchos [...] en África, no debe haber unidad. El pueblo debe estar dividido, fragmentado, confuso. Y nuevos slogans, nuevas buenas causas deben buscarse para tapar los huecos: “Identidad”, “multiculturalismo”, “respeto por las otras culturas”, la lista va engrosándose; en cuanto desvelamos una palabra, aparece otra para sustituirla. Así nuestros pueblos africanos siguen perpetuamente confundidos, nuestros intelectuales africanos, nuestros pensadores y escritores se ven arrastrados por el tumulto. En vez de luchar por una identidad económica, por una identidad política y por una identidad cultural en vez de establecer vínculos entre ellos, olvidan que no hay cultura sin una economía que la sostenga, sin instituciones políticas que la defiendan, sin un país en el que pueda echar raíces. Esas “culturas” (posmodernas) e “identidades” están condenadas si no tienen una base material, condenadas a consumirse. La lucha por la identidad es una lucha total; lo mismo que la lucha por mi identidad personal depende de mi integridad, de mi originalidad, de mi mente, de mis pensamientos, pero también de mi existencia material, mi independencia económica mi capacidad de ganar y de producir.”
Para Saadawi no puede haber auténtica cultura sin base material. Y por eso la cultura africana se ha convertido en cultura-espectáculo, en festival para el primer mundo. Efectivamente, es lo que podemos ver en algunos espectáculos, no ya solamente folclóricos, sino también cinematográficos, como algunas películas donde se nos suministra el argumento entre gentes africanas bullendo en música folclórica y vestimenta colorida.”
La figura de Nawal-el- Saadawi en el
feminismo egipcio posterior a Nasser
por Teresa López Pardina
Doctora en Filosofía y miembro del
Instituto de Investigaciones Feministas
de la Universidad Complutense de Madrid.
en Feminismo y multiculturalismo, nº47 2007
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