13 de febr. 2023

el terror

 




Stephen King te explica como nadie por qué sus novelas dan tanto miedo

por Noel Ceballos
revista GQ
21 de septiembre de 2020

    "El 21 de septiembre debería ser fiesta de guardar para todos los amantes de la buena literatura: Stephen King, el genio de Maine, cumple años, lo cual supone una ocasión tan buena como cualquier otra de celebrar su inconmensurable contribución a nuestras vidas. Incluso si nunca has leído una frase escrita por él, es muy probable que estés familiarizado con su prodigiosa descendencia creativa. Un niño hablando con un payaso que se asoma desde las alcantarillas, un hombre persiguiendo a su hijo por los pasillos de un hotel abandonado, un grupo de personas atrapadas en un supermercado por culpa de la niebla más espesa de todos los tiempos, una chica tímida bañada en sangre el día de su graduación, un escritor secuestrado por su mayor fan, un cementerio de mascotas con propiedades algo especiales, un pequeño vampiro flotando junto a la ventana del dormitorio que compartía con su hermano mayor… Ni siquiera hace falta hablar de terror para enumerar el lugar de privilegio que King ocupa en el inconsciente colectivo, como demuestran las celebradas adaptaciones de Cuenta conmigo (1986) o Cadena perpetua (1994).

    Nuestra recomendación es, sin embargo, que leas tantas frases escritas por él como te sea posible. Y no tienen necesariamente que estar incluidas en una novela, dado que Stephen King también ha publicado obras destacables en el terreno de la no ficción. Guns (2013), escrito al calor del tiroteo en Sandy Hook, es uno de los alegatos anti-armas de fuego más potentes jamás publicados, posiblemente porque el tema le toca muy de cerca –su novela Rabia (1977), escrita bajo el seudónimo de Richard Bachman, fue retirada de la circulación tras un largo proceso de examen de conciencia–, aunque sus dos obras más importantes en ensayo tratan, de alguna manera, sobre su propio oficio, o sobre cómo alguien tan dotado para la construcción de historias como él concibe los mecanismos, herramientas y secretos de la profesión. Hablamos de Danza macabra (1981) y Mientras escribo (2000), ambas a medio camino entre la recolección autobiográfica y el taller de escritura, si bien la primera (y menos conocida) también incluye reflexiones más profundas sobre el horror como género narrativo y, sobre todo, emoción, tan intrínseca a la experiencia humana como la alegría o la tristeza.

    Editado en nuestro país por Valdemar, Danza macabra está emparentado con El horror sobrenatural en la literatura (1927), de H.P. Lovecraft, y otros escritos teóricos firmados por campeones del género, si bien ninguno ha sido menos jerárquico en su recopilación de recuerdos y referentes privados que King, para quien clásicos como Frankenstein (1818) o La semilla del Diablo (1967) están al mismo nivel que el cine de serie B para autocines, los seriales radiofónicos o los viejos episodios de Starring Boris Karloff (1949), una serie televisiva que pasó sin pena ni gloria… salvo dentro de la mente en ebullición del joven Steve. Años más tarde, su ejemplo le serviría para intentar dar respuesta a la misma pregunta con la que inició su carrera: “¿Por qué hay personas dispuestas a pagar a cambio de sentirse extremadamente incómodas?”. O, en otras palabras, por qué lo espeluznante y lo grotesco han formado siempre parte del arte y el entretenimiento, llegando a constituir un género en sí mismo.

    Sobre todo, este brillante ensayo intenta transmitir a los fans del Rey del Terror (si bien King ha destacado también en otros ámbitos) su pasión por las cosas que dan “cosica”, elaborando así una teoría personal sobre por qué sus novelas han conseguido resonar tanto en lectores y lectoras de todas partes del mundo. Para él, la clave está en una puerta cerrada, tal como explica en el capítulo quinto de Danza macabra, titulado La radio y la apariencia de realidad. Tras recordar sus noches pegado al transistor de su abuelo, al que acudía religiosamente para escuchar programas como Suspense (1940 - 1962) o Inner Sanctum (1941 - 1952), King hace hincapié en “el concepto de la imaginación como herramienta en el arte y la ciencia de hacer que la gente se cague de miedo”.

    “La idea no se me ha ocurrido a mí”, prosigue el maestro. “Se la oí expresar a William F. Nolan en la World Fantasy Convention de 1979. Nada hay tan aterrador como lo que nos espera tras la puerta cerrada, dijo Nolan. Uno se acerca a la puerta de la vieja casa abandonada y oye algo arañándola desde el otro lado. El público aguanta la respiración mientras el protagonista o la protagonista (más a menudo ella que él) se acerca a la puerta. La protagonista la abre de par en par y se topa con un insecto de tres metros de altura. El público grita, pero ese grito en particular tiene un curioso matiz de alivio. Un insecto de tres metros de altura no deja de ser horrible, piensa el público, pero soy capaz de soportar un insecto de tres metros. Temía que fuera un insecto de treinta metros".

    Para King, al igual que para su admirado Nolan, la verdadera esencia del género está en los momentos previos a revelar lo que se esconde tras la puerta. Es decir, en la sugestión y la anticipación, dos factores clave a la hora de escribir una novela o dirigir una película de terror. Quizá el mejor ejemplo de ello sea el cine de Val Lewton y Jacques Tourneur, productor y director de algunas de las secuencias más perturbadoras de la historia del cine. En El hombre leopardo (1943) sacaron incluso el mejor ejemplo de la Teoría de la Puerta Cerrada que podemos citar, si bien su existencia se debe en gran parte a la necesidad: dado que la RKO no le concedía a Lewton presupuestos precisamente holgados, él y Tourneur tuvieron que inventarse una forma de asustar sin mostrar.

    En Danza macabra, King defiende que un momento tan puro y efectivo como este no se podría haber logrado si El hombre leopardo hubiera tenido dinero suficiente como para mostrar lo que estaba sucediendo al otro lado de la puerta. A Steven Spielberg le ocurrió algo similar en Tiburón (1975): cuando la criatura mecánica que había construido el departamento de efectos especiales comenzó a fallar, el cineasta tuvo que improvisar esos famosos planos subjetivos que, gracias a la música de John Williams, se convirtieron en sinónimo de suspense cinematográfico de primer orden. Siempre da mucho más miedo aquello que no vemos, ya que nuestra imaginación se encarga de hacer la mayor parte del trabajo. Cuando la amenaza por fin se materializa ante nuestros ojos… Bueno, es solo un insecto gigante. Es algo concreto, en lugar de la abstracción que escuchábamos crepitar tras aquella puerta cerrada, con nuestro cerebro y nuestro corazón a mil por hora. King no quiere con este hacer de menos a géneros como el gore o a los cineastas/escritores que los practican, pero sí dejar claro que, para él, lo sugerido gana siempre a lo explícito. Las pesadillas se nutren de lo invisible, pues la idea de que una mano puede surgir en cualquier momento de la oscuridad es infinitamente más poderosa que el hecho en sí."

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada