5 de maig 2023

madrid, crónica 2

 


    Iniciamos las actividades programadas para el domingo, con un paseo por el Madrid del Siglo de Oro.

    Previamente, nos explican los orígenes de la ciudad. Madrid no tiene un pasado que se pierde en la noche de los tiempos, la ciudad es la única capital europea de fundación islámica y su creación data entre los años 852 y 871, con el fin de proteger la frontera entre los musulmanes y los reinos castellanos del norte.

    Uno de los motivos principales por el cual gran parte de su historia es desconocida es porque apenas quedan vestigios de la ciudad musulmana ya que fueron destruidos cuando la ciudad se convirtió en capital, con Felipe II.

    Para conocer la historia de su fundación hay que retroceder hasta el emirato de Mohamed I de Córdoba. Este emir, perteneciente a la dinastía Omeya, ordenó construir una fortaleza junto al río Manzanares -lugar en el que hoy se encuentran la catedral de la Almudena y el inicio de la calle Mayor-, con la misión de proteger Toledo. Según las fuentes árabes, Mohamed I de Córdoba comenzó su emirato en el año 852 y en el año 871 ya se había construido Madrid. En esos diecinueve años se sitúa la horquilla temporal en la que nació Madrid.

    Tiempo después de la construcción de la muralla, en los terrenos colindantes fue brotando un pequeño asentamiento al que se le bautizó como ‘Mayrit’, que significa ‘tierra rica en agua’, y que acabó transformándose en lo que hoy conocemos como Madrid. Cuando el califato de Córdoba desaparece, Madrid se une al reino taifa de Toledo.

    El agua fue el recurso que provocó que ‘Mayrit’ se construyera aquí y que propició su crecimiento, auge y que, finalmente, se constituyera como capital hasta nuestros días. Esto sucedió gracias a una innovación que trajeron los musulmanes, que a su vez habían aprendido de los persas: los viajes de agua. Los viajes de agua consisten en unas larguísimas galerías que transportaban el agua desde las capas freáticas situadas en las afueras de Madrid hasta la ciudad. Este sistema de obtención de recursos hídricos, que se estima que media alrededor de 124 kilómetros, lo importaron los andalusíes, y se fue desarrollando y mejorando en los siglos siguientes. Así, hoy, Madrid está alimentada por el Canal de Isabel II, pero hasta su construcción, a mediados siglo XIX, se seguían utilizando los viajes de agua, llegando incluso a utilizarse hasta los años 60 o 70 del siglo pasado. Hay barrios de Madrid que reciben su nombre directamente de estos canales de agua como Canillas o Canillejas.

    Tras visitar los restos de los viajes de agua situados en los bajos de un hotel, nos disponemos a callejear por esta zona de la ciudad conocida antaño como barrio de las “Huertas del Prado”, ya que su calle principal, denominada todavía hoy en día Huertas, era el eje que comunicaba el centro de la villa con el Prado. El nombre de “Huertas” proviene de los campos de cultivo que en esa época había en la zona que abastecían de frutas y hortalizas a los habitantes de la villa.

    Madrid crece enormemente con el traslado definitivo de la Corte en 1561, por ello artistas, filósofos y humanistas que medran a su sombra, vivieron y crearon sus obras entre iglesias, tabernas, corrales de comedias y prostíbulos de esa parte de la ciudad que conocemos hoy como el “Barrio de Las Letras”.


    En el teatro, surgen grandes innovadores que osan mezclar géneros como la tragedia y la comedia. Alteran la estructura, experimentan con formatos y lenguaje. Y beben de las fuentes populares hebreas y árabes elevándolas con la influencia del Renacimiento italiano.

    Es la época en la que Lope de Vega, Cervantes, Calderón de la Barca o Tirso de Molina crean sus mejores obras.

    En la calle de Cervantes se encuentra la morada de Lope de Vega, quien compró una casa solariega de ladrillo con patio en 1610. Entre sus muros escribió comedias, poesías y su gran novela "La Dorotea". A diferencia del itinerante Cervantes, Lope viajó poco. A cambio, esta estabilidad le permitió una prolífica producción en todos los géneros literarios. (Se le atribuyen al menos 314 comedias). En su Casa Museo (calle Cervantes, 11) vivió los últimos 25 años. Sus estancias evocan la vida cotidiana del Siglo de Oro y nos acerca a su intimidad. El equipamiento de la casa incorpora obras de arte, mobiliario, enseres y ediciones bibliográficas vinculadas al literato y su tiempo.



    En el cercano convento de las Trinitarias, que el día anterior habíamos visitado con motivo de nuestro recorrido cervantino, vivió y murió Marcela del Carpio, nacida en Toledo el 8 de mayo de 1605, fruto del amor extraconyugal de Lope de Vega y la actriz Micaela Luján. Ambos estaban casados, por lo que registraron a la pequeña como hija de padres desconocidos, algo que no sucedió con Lopito, segundo hijo de la pareja que nació dos años después y sí fue reconocido por su padre.

    Ambos niños fueron criados por una sirvienta hasta que en 1613 fueron a vivir a Madrid con su padre tras morir su segunda esposa, Juana de Guardo. Los años siguientes, Marcela y Lopito convivieron con su hermanastra Feliciana y con los hijos que su padre tendría con Marta de Nevares, en la casa que Lope de Vega poseía en el domicilio que acababamos de visitar.

    Marcela siempre fue una niña alegre y despierta. Desde muy pequeña gozó de la predilección de su padre, quien le dedicó su comedia El remedio de la desdicha y en sus versos siempre se refirió a ella como Lucinda. Sin embargo, con quince años decidió encauzar su vida lejos de un hogar lleno de niños en el que reinaba una vida desordenada, ordenándose monja en el cercano convento de San Ildefonso de Trinitarias Descalzas. Esta noticia impactó a Lope de Vega, que veía que la niña de sus ojos ingresaba en un convento de clausura.

    Convertida en sor Marcela de San Félix, haciendo un guiño al sobrenombre por el que se conocía a su padre (Félix Lope de Vega y Carpio), desempeñó todo tipo de tareas dentro del convento: prelada (madre superiora del convento), maestra de novicias, provisora (guardiana de la despensa de alimentos), refitolera (encargada del mantenimiento y organización del comedor) e incluso gallinera. En este convento compartió vida contemplativa, entre otras religiosas, con sor Isabel de Saavedra, hija natural de Miguel de Cervantes.

    Además de ejercer estas tareas, sor Marcela se convirtió en una extraordinaria escritora de poesía y teatro conventual, mostrándose como referente e inspiración para muchas otras religiosas en España e Hispanoamérica, como la mexicana sor Juana Inés de la Cruz.

    Lope no se olvidó nunca de su hija y durante años la visitó asiduamente en el convento. Mantuvieron una estrecha relación que sólo terminó a la muerte de Lope en 1635. Sor Marcela pidió que el cortejo fúnebre pasara por delante del convento para poder dar el último adiós a su amado padre desde las celosías del edificio. Esta conmovedora escena fue inmortalizada en el siglo XIX por Ignacio Suárez Llanos en un cuadro que se conserva actualmente en el Museo del Prado.

    Sor Marcela de San Félix fallecería en este Convento de las Trinitarias Descalzas el 9 de enero de 1687, y aquí fue enterrada.

    A pesar de que quemó la mayor parte de su obra, incluyendo una autobiografía espiritual, por consejo de su confesor personal, la obra poética de sor Marcela se conserva hoy en el archivo del convento y en la Real Academia Española. Una poesía que refleja claramente la influencia de su padre, tanto en la mordacidad satírica como en el singular uso de la métrica y del lenguaje.

“A la Pasión
A unas ansias amorosas
Otra a la soledad de las celdas
Otro, a lo mismo
Otro a un efecto amoroso
Otro, al jardín del convento
Otro al Niño Jesús; comento
Otro de actos de amor
Otro romance a una soledad
Romance al buen empleo del tiempo
Romance al Nacimiento
Romance de un alma que temía distraerse al salir de un retiro”

Sor Marcela De San Félix


Sor Marcela de San Félix, monja de las Trinitarias Descalzas de Madrid,
viendo pasar el entierro de Lope de Vega, su padre.
Ignacio Suárez Llanos
1862. Óleo sobre lienzo, 200 x 307 cm
Museo de El Prado

    Lope estrenó varias de sus obras en El Corral de la Pacheca, convertido en Corral del Príncipe en 1583, situado donde hoy se erige el Teatro Español en la Plaza Santa Ana. Los corrales más famosos de Madrid se situaban entonces en este barrio, conocido también como Barrio del Parnaso –en honor del poema de Cervantes, Viaje al Parnaso-, entre las calles del Príncipe y de la Cruz. Este último, el Corral de la Cruz, estaba situado en la confluencia de las calles de la Cruz y Núñez de Arce. Era el preferido por el rey Felipe IV y por su primera esposa y fue el lugar en el que más le gustaba representar sus obras a Lope de Vega.


    Otro habitante del Madrid literario fue Luis de Góngora, quien vivió en la ciudad a caballo de los siglos XVI y XVII. Poco complaciente y mucho menos amistoso en su trato, Góngora fue nombrado en 1617 capellán real. La vida de la ciudad no escapó a sus sonetos: “¡Malhaya el que en señores se idolatra/ y en Madrid desperdicia sus dineros!”. También en Madrid vivió su contemporáneo y enemigo literario Francisco de Quevedo, frente al Convento de las Trinitarias, en la esquina con la actual calle Lope de Vega. Quevedo, exponente del estilo conceptista y autor de 875 poemas, fue dueño, entre 1620 y 1634, del edificio donde residió su archienemigo Góngora de 1619 hasta 1626. Dicho enfrentamiento llego al paroxismo cuando Quevedo compró el edificio y expulsó a su inquilino Góngora en la primera ocasión que éste no pagó el alquiler.



    En el número 61 de la calle Mayor vivió y murió Calderón de la Barca, uno de los mayores dramaturgos del Barroco español. Nacido en el 1600, Calderón fue nombrado caballero de la Orden de Santiago y capellán Mayor por Felipe IV, quien además le convirtió en el dramaturgo oficial de la corte en 1623. Entre 1635 y 1637 ya tenía escritas cerca de unas 20 obras, entre ellas La Vida es sueño (1636).


    Tirso de Molina es el pseudónimo de Fray Gabriel Téllez, al que sus superiores prohibieron escribir teatro. Su obra cumbre es "El burlador de Sevilla y convidado de piedra". Plasma por primera vez el mito de don Juan, el eterno seductor incapaz de asumir responsabilidades y el honor de unos y la "honra" de otras por medio que seguirá dando juego dramático en infinidad de óperas, novelas y obras teatrales posteriores. Su estatua preside la plaza del mismo nombre.



    Prosigue nuestro itinerario matutino paseando por la calle Álvarez Gato o Callejón del Gato, y sus famosos espejos (hoy desaparecidos, los actuales son un pobre trasunto de los originales).

    De la existencia de estos espejos, desparaceidos hace más de 50 años, daba cuenta Ramón Gómez de la Serna: "En el callejón del Gato hubo hasta hace poco, calzados en la pared y del tamaño del transeúnte de estatura regular, dos espejos, uno cóncavo y otro convexo que deformaban en don Quijote y Sancho a todo el que se miraba en ellos". La misma reacción causaron los espejos en el prestigioso lingüista y académico Alonso Zamora Vicente: "Todos los madrileños que ya no somos muy jóvenes hemos ido a mirarnos alguna vez a los espejos de la Calle del Gato, alboroto infantil permanente, atracción de paseos ciegos y sin rumbo por la ciudad".

    Más referencias a los espejos del Callejón del Gato encontramos en “Luces de Bohemia” obra de teatro de Ramón del Valle-Inclán que se publicó en 1924. La escena principal discurre en el Callejón , cuya denominación oficial es calle de Álvarez Gato, y que une las de Espoz y Mina y Núñez de Arce.

Luces de Bohemía. Escena duodécima:

"MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.

DON LATINO: ¡Estás completamente curda!

MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada."

  Juan Álvarez Gato fue un poeta madrileño del siglo XV, cristiano converso, que llegó a mayordomo de la reina Isabel la Católica, uno de cuyos poemas decía así: “Hoy comienzan mis dolores. Hoy pierde placer mi vida. Hoy será la despedida y la más triste partida que se hizo por amores”.

    Finalizamos el recorrido en la Plaza del Sol.









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